Por qué sigue importando el presidente Bush

Por Soeren Kern. Investigador principal, Estados Unidos y diálogo trasatlántico Real Instituto Elcano (REAL INSTITUTO ELCANO, 19/01/06):

Tema: El presidente de EEUU, George W. Bush, entra en el año 2006 en busca de un segundo comienzo para su segundo mandato.

Resumen: En noviembre de 2004, George W. Bush se convirtió en el primer presidente republicano en más de 100 años en ser reelegido con mayoría tanto en el Congreso como en el Senado. En aquel momento solicitó un mandato para proseguir una agenda audaz de iniciativas que iban desde mejorar la educación y la sanidad a nivel nacional hasta impulsar la democracia y la libertad en el exterior. Sin embargo, en lo que se ha convertido en una perfecta demostración de los riesgos políticos que entrañan las grandes ideas, Bush perdió impulso rápidamente y el primer año de su segundo mandato fue el de menor éxito de su presidencia hasta la fecha. Algunos analistas afirman que Bush se ha visto perjudicado por un patrón muy recurrente en el que prácticamente todos los segundos mandatos presidenciales de la historia estadounidense han tenido que hacer frente a algún tipo de catástrofe. De hecho, una serie de reveses a nivel nacional han debilitado la influencia de Bush sobre su propio partido, dando alas a la oposición. Como resultado, su capacidad para persuadir al Congreso de secundar su agenda se ha visto disminuida. Con elecciones al congreso a mitad del mandato presidencial ya a la vista, Bush espera rectificar el rumbo centrándose en los asuntos que cree que preocupan más a los estadounidenses fuera de Washington: Irak, la inmigración y la economía. ¿Puede Bush dar la vuelta a la situación? En este punto puede que la historia nos proporcione una respuesta: la mayoría de los presidentes estadounidenses de nuestro tiempo han sido capaces de recuperar terreno político perdido durante sus segundos mandatos.

Análisis: En los vertiginosos días posteriores a la reelección de George W. Bush como Presidente de EEUU en noviembre de 2004, éste solicitó un mandato para proseguir una agenda agresiva. Afirmó: “Gané capital en la campaña, capital político, y ahora tengo intención de gastarlo. Ése es mi estilo”. La revigorizada Casa Blanca expuso entonces en detalle una agenda para el segundo mandato audaz en su alcance.

A nivel nacional, Bush prometió reformar la Seguridad Social, modificar drásticamente el código fiscal, reformar el sistema de inmigración e instaurar un poder judicial conservador que permaneciese mucho después de finalizada su presidencia. A nivel internacional, Bush anunció que democratizaría Oriente Medio, que resistiría hasta el final en Irak y que no cesaría en su guerra contra el terrorismo. En conjunto, Bush pretendía poner a punto el Gobierno federal para conseguir un dominio republicano a largo plazo en la política estadounidense y garantizar una hegemonía estadounidense a largo plazo en el mundo.

Bush entra en 2006 sin ver cumplidos muchos de estos planes. Hay que reconocer que la Casa Blanca sí alcanzó importantes logros en 2005: la primera legislación energética a nivel nacional en más de diez años, un proyecto de ley de carreteras de 286.000 millones de dólares para modernizar la red de transporte, una ley pionera que limita los litigios frívolos y la primera revisión minuciosa de la legislación estadounidense en materia de quiebras en un cuarto de siglo. Bush también alcanzó un acuerdo de libre comercio con seis países latinoamericanos y consiguió algunos progresos en la reestructuración del Tribunal Supremo para hacerlo a su imagen y semejanza. Además, el Congreso aprobó su primera resolución presupuestaria en años, mayoritariamente en la línea de lo propuesto por Bush, y le concedió prácticamente todo de lo que pedía en un proyecto de ley de gastos suplementarios de 82.000 millones de dólares para costear las guerras en Irak y Afganistán.

Aun así, la mayor parte de los éxitos del presidente en 2005 se vieron eclipsados por la guerra de Irak, la principal fuente de problemas internos para la Casa Blanca, y la principal causa de pérdida de capital político. El número de víctimas mortales estadounidenses cada vez mayor en una guerra cada vez menos popular hizo impracticables las principales iniciativas, como la reestructuración de la Seguridad Social. Y los planes de reestablecer la confianza de la opinión pública con respecto a Irak se vieron hechos pedazos como consecuencia de la torpe respuesta federal al huracán Katrina y de la implosión de la propuesta de Harriet Miers, asesora legal de la Casa Blanca, para el Tribunal Supremo por parte de Bush. Además, las acusaciones de abusos contra los sospechosos de terrorismo suscitaron perturbadoras preguntas acerca del modo en que se está librando la guerra contra el terrorismo.

Bush ha vuelto a afianzarse recientemente al considerar los estadounidenses que se está progresando en Irak. Los mínimos históricos alcanzados en los sondeos de opinión están mostrando una recuperación, y los próximos meses serán críticos para lo que la Casa Blanca espera sea un año decisivo. Bush expondrá sus objetivos para 2006 en su discurso sobre el estado de la nación ante el Congreso a finales de enero y presentará sus prioridades de gasto en el plan presupuestario para el ejercicio fiscal 2007, de 2.600 millones de dólares, que enviará a los legisladores a principios de febrero.

Aunque resulta poco probable que Bush lance demasiadas iniciativas en 2006, ha declarado que su trabajo es “suponer una diferencia, no dejar pasar el tiempo”. De hecho, quedan todavía muchas cosas por resolver del año 2005. Lo que sigue a continuación es un breve resumen de lo que probablemente serán las principales cuestiones de política estadounidense a nivel nacional e internacional durante los próximos doce meses.

Elecciones al Congreso

Las elecciones al Congreso a mitad de mandato programadas para el 7 de noviembre dominarán la política estadounidense en 2006. Con la totalidad de los 435 miembros de la Cámara de Representantes y 33 senadores presentándose a las elecciones este año, es perfectamente posible que los republicanos pierdan escaños en el Congreso, el Senado o ambas Cámaras (e incluso quizá el control de las mismas). Para Bush, unas elecciones a mitad de mandato en las que los republicanos obtengan malos resultados marcarán la diferencia entre una presidencia y una Administración meramente de transición.

La preocupación republicana por estas elecciones hará aumentar las tensiones entre la Casa Blanca y el Congreso, lo que a su vez complicará la agenda del presidente a nivel nacional. Aun en el mejor de los casos, resulta muy difícil para el Congreso conseguir hacer algo en un año electoral, ya que los legisladores vuelven su atención a las campañas de reelección y se preocupan principalmente de ellos mismos. De hecho, los miembros republicanos del Congreso políticamente vulnerables pueden intentar distanciarse de un presidente debilitado; algunos incluso pueden mostrarse reticentes a que Bush haga campaña a su favor en 2006.

Aunque la popularidad de Bush ha descendido, sigue sin estar claro en absoluto, sin embargo, que los demócratas vayan a conseguir logros importantes en noviembre. En la actualidad, los republicanos presentan una ventaja de 231 a 203 con respecto a los demócratas en la Cámara de Representantes, con un escaño vacante. En el Senado, su ventaja es de 55 a 45. De los 33 escaños en juego en el Senado, 15 los ocupan republicanos. Puesto que las líneas de demarcación de distritos con respecto al Congreso sitúan a la mayoría de los legisladores en distritos que claramente favorecen a un partido o a otro, se considera que corre peligro menos del 10% de los escaños de la Cámara ocupados en la actualidad por republicanos. Y lo más probable es que la mayor parte de los senadores republicanos que se enfrentan a una reelección en 2006 vuelvan a salir elegidos.

Además, aunque los demócratas han avivado sus ataques contra los republicanos, en la práctica han sido incapaces de cosechar frutos importantes de las dificultades políticas experimentadas por sus oponentes. Por ejemplo, si bien un prominente escándalo ético forzó a Tom DeLay, líder de la mayoría de la Cámara de Representantes, a abandonar su escaño, miembros de ambos partidos han sido acusados de infringir las reglas de financiación de campañas políticas. Y aunque los demócratas han acusado a la Administración Bush de espionaje a nivel nacional sin autorización judicial, los sondeos recientes muestran que la mitad de los estadounidenses considera que es una forma aceptable de combatir el terrorismo y que dos tercios consideran más importante investigar posibles amenazas terroristas que proteger las libertades civiles.

Además, el Partido Demócrata en sí sigue estando profundamente dividido en torno a si optar por una estrategia destinada a reforzar su base –más a la izquierda– o desplazarse hacia una posición de centro en un intento de atraer el denominado voto oscilante decisivo y hacer que el partido cubra un abanico de votantes más amplio. En realidad, actualmente a los demócratas les falta una única voz a nivel nacional o una agenda claramente definida a los que puedan aferrarse los votantes, y muchos demócratas parecen republicanos por lo que respecta a asuntos de carácter social.

Así, en 2006 uno de los grandes desafíos tanto para demócratas como para republicanos será encontrar cuestiones que logren sacudir la escena política. Por el momento ningún partido parece estar demasiado seguro de qué hacer a continuación, pero como dice el viejo dicho: “Un día es toda una vida en la política estadounidense”.

La democracia en Irak

La democracia en Irak será el punto decisivo del legado presidencial de Bush. Irak es la cuestión que más afecta a los votantes, y según el último sondeo de Gallup, tan sólo el 35% de los estadounidenses aproximadamente aprueba el modo en que Bush está gestionando el esfuerzo bélico. Irak ha eclipsado prácticamente todas las demás cuestiones en Capitol Hill y ha ralentizado o impedido el progreso en muchos puntos de la agenda legislativa de Bush.

La propia Cada Blanca se muestra dividida con respecto a la guerra, y en la actualidad se enfrenta a un debate interno entre los asesores que presionan a favor de una retirada para aliviar la presión política a nivel nacional y los que temen que una salida prematura de Irak interrumpa una empresa exitosa que supondrá una gran parte del legado de Bush.

La Casa Blanca afirma que 2006 será un “año de transición” en Irak, y están empezando a apreciarse signos de una convergencia de opiniones en torno al modo en que la Administración Bush puede comenzar a salir del conflicto. Tras una visita a Irak el 23 de noviembre la secretaria de Estado Condoleezza Rice declaró que el entrenamiento de soldados iraquíes había avanzado lo suficiente como para que probablemente no fuesen necesarios por mucho más tiempo algunos de los 160.000 soldados estadounidense actualmente en el país. Y en un importante discurso en la Academia Naval estadounidense el 30 de noviembre, Bush anunció la mejora en la preparación de las tropas iraquíes, algo identificado por él como condición clave para la reducción de las tropas estadounidenses presentes en Irak. Más tarde ese mismo día, la Casa Blanca emitió un documento de 35 páginas titulado “Estrategia nacional para la victoria en Irak”, una versión no confidencial de su plan para reconstruir Irak.

Al establecer las bases para una retirada acelerada de Irak de cifras posiblemente altas de soldados estadounidenses, la Casa Blanca parece estar desviando la presión política a nivel nacional antes de las elecciones de noviembre. En una decisión que podría favorecer a los candidatos republicanos en los sondeos, se espera que la Casa Blanca retire hasta 40.000 soldados estadounidenses de Irak en 2006. Esto se vería seguido de más retiradas sustanciales en 2007 si las fuerzas iraquíes son capaces de contener a los insurgentes. EEUU espera que, para finales de 2007, el número de soldados estadounidenses que quede en Irak sea lo suficientemente pequeño como para no herir la sensibilidad de los iraquíes, pero aun así lo suficientemente grande como para ayudar a los militares iraquíes en tareas de reconocimiento, recopilación de material de inteligencia y dominio aéreo.

Al mismo tiempo, Bush ha declarado que cualquier reducción en el número de tropas estadounidenses en Irak estará basada en la situación sobre el terreno, no en falsos calendarios políticos. De hecho, siguen planteándose preguntas importantes acerca de la preparación de las inexpertas fuerzas de seguridad iraquíes. Altos cargos del ejército estadounidense declararon ante el Comité de las Fuerzas Armadas de la Cámara el 29 de septiembre pasado que sólo un batallón iraquí, alrededor de 700 soldados, era considerado capaz de llevar a cabo operaciones de combate de forma totalmente autónoma, sin apoyo estadounidense.

Irán, Israel y la bomba

Mientras Bush intenta encontrar un modo de poner fin con éxito a la cuestión de Irak, en el horizonte planea un conflicto infinitamente más peligroso con Irán. De hecho, Irán supone el desafío de política exterior más apremiante para la Administración Bush en 2006.

La Casa Blanca cree que Irán está tratando de desarrollar armas nucleares bajo el pretexto de estar llevando a cabo un programa civil de energía nuclear. Teherán insiste en que su programa atómico tiene fines puramente pacíficos. Pero también ha admitido haber engañado a la Agencia Internacional de la Energía Atómica acerca del alcance de sus actividades nucleares durante más de dos decenios. EEUU lleva presionando muchos años para llevar la cuestión ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Algunos dirigentes europeos han subrayado la necesidad de que prime la diplomacia sobre las acciones militares. Y, en público, la Casa Blanca se ha encargado de expresar apoyo a la iniciativa diplomática del Reino Unido, Francia y Alemania (G-3) de presionar a Teherán para que reduzca sus ambiciones nucleares. En privado, sin embargo, altos cargos estadounidenses observan este esfuerzo diplomático con el mismo escepticismo con el que observaron el proceso de la ONU anterior a la invasión de Irak.

El núcleo de los esfuerzos diplomáticos es un acuerdo alcanzado por el G-3 con Irán en noviembre de 2004 en el que Irán acordaba temporalmente suspender actividades relacionadas con el enriquecimiento de uranio. A cambio, a Irán se le ofreció un amplio paquete de incentivos políticos y económicos, una oferta que desde entonces Teherán ha rechazado. La iniciativa europea adquirió un cariz aún peor en 2006, después de que Irán reanudase las actividades nucleares que anteriormente había prometido suspender.

Como resultado, los europeos se han aproximado a la postura estadounidense. Muchos Gobiernos europeos comparten ya las sospechas estadounidenses de que Irán está tratando de construir un arma nuclear y de que su programa atómico está mucho más avanzado de lo que lo estaba el iraquí en su punto álgido bajo el régimen de Sadam Husein. Además, casi todos coinciden en que las posibilidades de poner freno a las ambiciones nucleares de Irán por la vía diplomática son escasas. El marco propicio para un enfrentamiento peligroso está ya creado.

Resulta improbable que Israel acepte la palabra de Irán de que su programa nuclear tiene fines exclusivamente pacíficos. En una serie de diatribas antiisraelíes, Mahmud Ahmadineyad, el nuevo presidente conservador iraní, declaró que el intento europeo de erradicar a los judíos durante el Holocausto era un “mito”. También instó a “borrar del mapa” a Israel. Sus comentarios aumentan la probabilidad de que Israel emprenda una acción militar contundente para destruir las instalaciones nucleares de Irán si la diplomacia fracasa finalmente.

Algunos informes sugieren que Israel ha construido réplicas de las instalaciones nucleares de Irán en el desierto de Negev, donde los cazabombarderos llevan meses practicando en misiones de entrenamiento. Israel sabe que tiene una pequeña oportunidad para eliminar las instalaciones nucleares de Irán antes de que sea demasiado tarde. Con los líderes demócratas acusando a Bush de “externalizar” la política exterior estadounidense a Europa, la Casa Blanca se enfrenta a una presión cada vez mayor para actuar con contundencia.

La utilidad estratégica de un ataque preventivo unilateral contra las instalaciones nucleares de Irán sería probablemente efímera. Dada la naturaleza sofisticada de las instalaciones iraníes, aun cuando se destruyesen las principales, Irán dispondría de los conocimientos necesarios como para proseguir un programa de armas nucleares más contundente a largo plazo. Los asesores de la Casa Blanca pueden llegar a la conclusión de que las secuelas políticas de un ataque israelí serían catastróficas, y por lo tanto pueden decidir que un ataque estadounidense es la “mejor mala opción”, con la esperanza de al menos retrasar la aparición de una bomba nuclear iraní.

La reforma de las Naciones Unidas

La principal prioridad de la Administración Bush con respecto a las Naciones Unidas en 2006 será encontrar un sustituto aceptable para el secretario general saliente, Kofi Annan. De hecho, con más de una decena de candidatos, la carrera para suceder a Annan, cuyo segundo mandato de cinco años termina a finales de diciembre de este año, ya está plenamente en marcha.

Aun así, Estados Unidos influirá ampliamente en quién será el vencedor de lo que lleva camino de convertirse en una de luchas de sucesión más feroces de la historia de la ONU. No existen cualificaciones específicas para acceder al puesto de secretario general, pero los funcionarios estadounidenses afirman buscar un administrador fuerte que aplique reformas consideradas necesarias por la Casa Blanca para hacer más eficaz el sistema de las Naciones Unidas por lo que respecta a la resolución de problemas. Si la ONU no se muestra más receptiva a las preocupaciones de Estados Unidos, Washington afirma que buscará otras vías como la OTAN o la Cruz Roja para sus acciones internacionales. Los legisladores republicanos ya han amenazado con retirar la mitad de las contribuciones estadounidenses al presupuesto de la ONU para 2006.

John Bolton, el enviado de Estados Unidos ante la ONU, afirma que la Casa Blanca quiere decidirse por un sucesor en julio, y los diplomáticos estadounidenses ya están llevando a cabo una “preselección” de posibles candidatos. Esto ha suscitado especulaciones en torno a la posibilidad de que Annan abandone su puesto varios meses antes de que finalice su mandato para que su sucesor pueda asumir el cargo antes de la próxima sesión de la Asamblea General en septiembre.

Basándose en la práctica informal de rotación entre las principales agrupaciones regionales en el seno de la ONU, los países asiáticos afirman que es su turno de ocupar el máximo cargo. Aunque ya han surgido una serie de candidatos asiáticos, ninguno ha generado demasiado entusiasmo en el extranjero. Además, Asia se encuentra políticamente dividida, y puede que el continente experimente dificultades para alcanzar un acuerdo para presentar a un candidato único. En cualquier caso, muchos países se muestran escépticos acerca de la idea de una rotación geográfica, y Bolton ha declarado no creer que “el próximo secretario general vaya a pertenecer a ninguna región en particular”.

De hecho, hay países de Europa del Este –recientemente independizados– que también solicitan el puesto en reconocimiento a su conversión en democracias tras la dominación soviética. Y el candidato no asiático más serio en estos momentos es Aleksander Kwasniewski, el ex presidente polaco. Antiguo político de izquierdas que encabezó la expansión de la OTAN y se convirtió en un firme aliado de EEUU en la guerra contra el terrorismo, Kwasniewski cuenta con poderosos aliados en la Casa Blanca.

Otra norma no escrita es la que establece que el secretario general no debería proceder de uno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Pero esta vez el proceso de selección no seguirá las fórmulas usuales. Si la decisión reflejara quién manda verdaderamente en el organismo mundial, entonces puede que el ex presidente estadounidense Bill Clinton se convierta en el más alto funcionario público del mundo.

Reforma en materia de inmigración

Bush ha hecho de la reforma en materia de inmigración uno de los puntos clave de su agenda nacional. Pero pocos asuntos de política estadounidense son más polémicos, incluso dentro del propio partido del presidente. Se espera que el debate sobre la reforma del sistema de inmigración, para el cual no han conseguido encontrarse soluciones efectivas en los últimos treinta años, represente un papel fundamental en las elecciones de muchos estados en 2006.

Se calcula que hay 11 millones de inmigrantes ilegales en EEUU, la mayor parte procedentes de Latinoamérica, y en los últimos cinco años esta cifra ha venido creciendo de forma exponencial en aproximadamente un millón anual. Bush, que propugna una política más abierta en materia de inmigración, defiende un enfoque de incentivos y amenazas por lo que respecta a la inmigración ilegal que satisfaga a su base conservadora sin perder el apoyo de los votantes hispanos, el grupo de votantes de más rápido crecimiento del país.

Un elemento clave de la propuesta de Bush es un plan para la mano de obra extranjera que no sólo permitiría la entrada de trabajadores extranjeros en EEUU con visados de trabajo temporales, sino que también legalizaría la situación de los inmigrantes ilegales que ya están dentro del país. La mayoría de los demócratas respaldan este programa. Sin embargo, muchos republicanos consideran que Bush está siendo demasiado indulgente.

De hecho, el Partido Republicano está profundamente dividido entre legisladores moderados que apoyan este programa para los no ciudadanos y legisladores que exigen medidas enérgicas contra la inmigración ilegal. Muchos conservadores que se oponen a esta propuesta de la Casa Blanca muestran una actitud hostil con respecto a los inmigrantes ilegales y desean que se les deporte; estos críticos alegan que el plan del presidente es en realidad una amnistía, ya que supondría aceptar a personas que han entrado en EEUU incumpliendo la ley. Ante semejante presión, la Casa Blanca ya ha omitido una disposición que ofrecería a estos trabajadores temporales una vía para la consecución de un estatus legal permanente.

Los empresarios estadounidenses, aliados tradicionales del Partido Republicano, presionan a favor de una legislación más liberal en materia de inmigración que aumente la oferta de mano de obra barata. La Cámara de Comercio estadounidense, el grupo de presión empresarial más poderoso del país, afirma que con una tasa de desempleo nacional cercana a mínimos históricos y 77 millones de personas de la generación del baby boom a punto de abandonar la población activa, las empresas estadounidenses no encuentran suficientes trabajadores.

Sin embargo, muchos legisladores se ven presionados por sus electores para mostrar determinación de cara a las elecciones a mitad de mandato. Un sondeo de opinión realizado a mediados de diciembre reveló que cuatro de cada cinco estadounidenses consideran que el Gobierno no está haciendo lo suficiente por evitar la inmigración ilegal, y tan sólo un 33% declaró aprobar el modo en que Bush está gestionando la cuestión. (Con todo, reflejando posturas en conflicto, el mismo sondeo desveló que tres de cada cinco estadounidenses declararon que se debería dar a los trabajadores indocumentados que ya estuviesen en el país la oportunidad de quedarse y convertirse en ciudadanos.)

La Cámara de Representantes está presionando para que se adopte un enfoque de mayor dureza que exija la detención de todos los inmigrantes ilegales aprehendidos en la frontera y que haga más eficaces los procesos de deportación. La Cámara está presionando también a favor de duras sanciones penales para quienes pasen inmigrantes de contrabando a través de la frontera y de nuevas penas obligatorias para los inmigrantes que vuelvan a entrar de forma ilegal tras haber sido deportados.

Además, el Congreso ha aprobado un plan que asignaría más de 2.200 millones de dólares a la construcción de cinco vallas dobles para defender la frontera, lo cual ascendería a más de 1.000 kilómetros en Arizona, California, Nuevo México y Texas. A 2,2 millones de dólares el kilómetro, las barreras, también dirigidas al tráfico ilegal de drogas, incluirían dos capas de valla reforzada, cámaras, alumbrado y sensores por los corredores más porosos de la frontera estadounidense con México.

El problema de la inmigración ha dado lugar a coaliciones políticas poco usuales que trascienden la política de partidos. Los empresarios y los sindicatos se han unido en un mismo bando para apoyar un sistema de inmigración más flexible, mientras que los conservadores y los votantes de clase trabajadora apoyan una línea de mayor dureza. Entre tanto, tanto los demócratas como los republicanos luchan por el voto hispano. Esto hará difícil –por no decir imposible– llegar a acuerdos satisfactorios para ambas partes.

Resultados económicos

En casi todos los aspectos, 2005 fue un año muy bueno para la economía estadounidense. La economía experimentó un crecimiento de cerca del 3,6% en 2005, el cuarto año consecutivo de sólida expansión. El mercado laboral generó dos millones de nuevos empleos en 2005, aproximadamente la misma cifra que en 2004, y en diciembre la tasa de desempleo descendió hasta el 4,9%. Algunos analistas opinan que el crecimiento del empleo habría alcanzado al menos los 2,2 millones de no haber sido por los huracanes Katrina y Rita, que destruyeron una importante ciudad portuaria y desplazaron a más de un millón de personas.

Las perspectivas para la economía estadounidense en 2006 son también prometedoras, con previsiones de crecimiento de entre un 3,5% y un 3,7% para el ejercicio en su conjunto. Se espera que la inflación permanezca estable y que el índice de precios al consumo subyacente (que excluye los alimentos y la energía) aumente un 2,1% aproximadamente. Se prevé que el ritmo de crecimiento del empleo se mantendrá en aproximadamente 200.000 nuevos puestos de trabajo al mes, y se estima que el gasto en el consumo aumentará a un buen ritmo. Síntoma indicativo de una confianza renovada entre los inversores es el hecho de que el Dow Jones Industrial Average, un importante índice bursátil, cerrase por encima de los 11.000 puntos en enero de 2006 por primera vez en cerca de cinco años.

Los buenos datos económicos suponen un espaldarazo muy oportuno para Bush, que ha estado intentando convencer a la escéptica opinión pública estadounidense de que sus políticas fiscales y presupuestarias están funcionando. De hecho, el panorama económico es más prometedor en la actualidad que durante gran parte de su primer mandato, un logro que Bush intentará ahora emplear como palanca para impulsar su agenda de recortes impositivos, unos límites más estrictos para el gasto público y más comercio.

Aun así, la capacidad de Bush para ofrecer nuevas iniciativas se ve limitada por su objetivo de querer reducir el déficit a la mitad como porcentaje del PIB para cuando abandone el cargo a principios de 2009. El déficit del presupuesto federal oficial fue de 319.000 millones de dólares en el ejercicio fiscal 2005, desde 412.000 millones el año anterior. El objetivo de la Administración es un déficit no superior a los 260.000 millones de dólares para 2009.

Además, los sondeos muestran que a muchos estadounidenses sigue inquietándoles la economía. Y los críticos afirman que Bush ha evitado hacer frente a algunos de los principales desafíos a los que se enfrenta la economía, incluyendo la ralentización del mercado de la vivienda, el aumento de los precios de la energía y el efecto potencialmente desestabilizador a largo plazo de la creciente deuda extranjera del país.

Muchos economistas consideran que un relajamiento del mercado de la vivienda podría ralentizar el ritmo de crecimiento global. En los últimos cinco años, la riqueza inmobiliaria ha impulsado el gasto en consumo, que supone hasta un 70% de la economía. Algunos analistas calculan que el boom inmobiliario ha sido responsable de la creación de hasta un millón de nuevos puestos de trabajo desde 2000. Pero a medida que las ventas de viviendas comienzan a disminuir, puede que empiecen a bajar los precios de las mismas, haciendo que los consumidores frenen su consumo. Y esto podría provocar una ralentización del crecimiento económico.

Aumentando la inquietud, Alan Greenspan abandonará su cargo tras 18 años como presidente de la Reserva Federal, dejando atrás un legado de estabilidad de precios y “pleno empleo”, los dos principales objetivos de política expresados en la Ley de la Reserva Federal. Greenspan también mejoró la estabilidad de la economía estadounidense mediante una efectiva estrategia de comunicación que aumentó la transparencia en torno a la política monetaria de Estados Unidos.

Ben Bernanke, que ha sido propuesto para suceder a Greenspan, tiene el listón muy alto. Los economistas afirman que podría verse puesto a prueba por una serie de posibles emergencias financieras, incluyendo crisis en la vivienda, la energía, los fondos de inversión de alto riesgo y la deuda, a principios de su mandado. El modo de responder a estos u otros problemas imprevistos determinará su grado de éxito como máximo banquero central del mundo.

Conclusión: La Casa Blanca perdió tracción de forma considerable en 2005, y se enfrenta ahora a un desafío de enormes proporciones para recuperar capital político de cara a las elecciones a mitad de mandato en noviembre de 2006. Por lo general la mayoría de los estadounidenses considera a Bush un líder fuerte y firme, incluso muchos de quienes se muestran en desacuerdo con él. Si Bush recupera el control de su agenda, su suerte política quedará restaurada. Esto implica que, en asuntos clave, conseguirá aún salirse con la suya, tanto a nivel nacional como internacional.