¿Por qué toda la inflación preocupa?

¿Por qué toda la inflación preocupa?

En los últimos tres años, los avances tecnológicos han ofrecido alrededor de un punto porcentual de crecimiento del salario real garantizado en Estados Unidos cada año –en verdad, sólo la mitad de la tasa de tiempos anteriores, pero al menos algo-. Sin embargo, los salarios reales están actualmente 4% por debajo de su valor garantizado a partir de sumar la tendencia de productividad fundamental subyacente al nivel del Índice de Costo de Empleo (ECI) del salario real pre-pandemia. ¿Esto le suena como un mercado laboral de “alta presión”?

Quienes creen que el mercado laboral de Estados Unidos es en algún sentido “rígido” señalan que el ECI aumentó 3,7% en el año previo a septiembre –muy por encima de su tasa de crecimiento anual del 3% en los años pre-pandemia de la administración del ex presidente norteamericano Donald Trump-. Pero, como los precios del consumidor en Estados Unidos han aumentado 5,4% en el último año, el salario real basado en el ECI ha caído el 1,7% en ese período. En una economía de alta presión con un mercado laboral rígido, los trabajadores tendrían suficiente poder de negociación como para obtener aumentos del salario real.

La previsión a muy corto plazo es extremadamente difícil, y peligrosa. Pero el “muy corto plazo” que yo veo hoy es el que pronostiqué hace dos o tres trimestres. Es cierto, la economía estadounidense en recuperación, como un conductor que de repente acelera, está dejando marcas de neumático inflacionarias en el asfalto. Pero, como sostuve en mayo, no deberían preocuparnos, porque “quemar rueda para retomar el tráfico de la autopista no es lo mismo que recalentar el motor”.

Estados Unidos no está actualmente en una situación en la que demasiado dinero esté buscando muy pocos productos, lo que resultaría en un exceso de demanda de mano de obra y probablemente desataría una espiral inflacionaria. Esto sucede a pesar del hecho de que la pandemia del COVID-19 en curso y sus alteraciones asociadas siguen causando una escasez sustancial de suministro de mano de obra.

Hoy, el ratio empleo-población general de la economía de Estados Unidos está tres puntos porcentuales por debajo de lo que solíamos considerar su nivel de pleno empleo. Los ratios para las mujeres, los afronorteamericanos y los trabajadores sin título universitario están, respectivamente, cinco, 4,5 y cuatro puntos porcentuales por debajo de este nivel.

Sin embargo, economistas a quienes respeto hablan como si la economía estuviera atravesando un serio problema inflacionario. Jason Furman, ex presidente del Consejo de Asesores Económicos del presidente Barack Obama, piensa que “el pecado original fue un Plan de Rescate Estadounidense sobredimensionado”, el paquete de recuperación de 1,9 billones de dólares que el presidente Joe Biden convirtió en ley en marzo. Según la opinión de Furman, habría sido mejor tener políticas menos agresivas y, así, una recuperación más lenta del empleo y del crecimiento este año, porque el plan de Biden “contribuyó a una mayor producción, pero también a precios más altos”. Y según el mismo informe del New York Times, el ex secretario del Tesoro de Estados Unidos Larry Summers piensa que “la inflación ahora amenaza con entrar en una espiral descontrolada”.

Quienes están preocupados por la inflación luego sostienen que la crisis del COVID-19 ha dañado permanentemente el lado de la oferta de la economía al causar muchas jubilaciones tempranas, así como una alteración duradera de las cadenas de suministro eficientes de las que había dependido gran parte de la productividad y la prosperidad. Tal vez. Pero argumentos similares a comienzos de los años 2010, luego de la crisis financiera global de 2008, apuntaban a justificar políticas que no apretaban a fondo el acelerador e intentaban rápidamente re-emplear a los llamados trabajadores de “producto marginal cero”. Una consecuencia de esta timidez fue la elección de Trump, cuyo ascenso se vio alimentado por la furia de quienes pensaban que a las “elites” les importaban más los inmigrantes y las minorías que los obreros cuyas oportunidades económicas nunca habían recuperado los niveles previos a 2008.

Por último, algunos dicen que, más allá de si el mercado laboral es rígido o no, la inflación –ya sea impulsada por el lado de la oferta o por factores del lado de la demanda- es tan alta y destacada que las empresas y los hogares lentamente la incorporarán a sus expectativas. En consecuencia, la serpiente inflacionaria tiene que ser abatida ahora, mientras es pequeña, antes de que crezca y devore todo lo que tenga valor.

Pero hasta ahora, la creciente inflación no ha sido incorporada a ninguno de los precios “rígidos” en la economía, según la medición realizada por la Reserva Federal de Atlanta. Es verdad, la tasa de inflación implícita de 30 años actual del mercado financiero, a 2,35%, es más de la mitad de un punto porcentual por encima de donde se asentó en la segunda mitad de los años 2010. Pero la tasa de hoy es similar a la de la primera mitad de la década, y está ligeramente por debajo del nivel que sería consistente con la meta de inflación del 2% anual de la Reserva Federal de Estados Unidos.

Es sumamente probable que el repunte actual de la inflación de Estados Unidos simplemente sea neumático en el camino, resultado de la recuperación post-pandemia. No hay ninguna señal de que las expectativas de inflación se hayan desanclado. El mercado laboral sigue siendo tan débil que los trabajadores no pueden exigir aumentos sustanciales en los salarios reales. Los mercados financieros son indiferentes a la posibilidad de una creciente inflación. Y una contracción fiscal sustancial ya está en marcha.

Frente a estos hechos, ¿por qué alguien diría que el “pecado original” fue el “Plan de Rescate Estadounidense sobredimensionado” y que ajustar la política monetaria a partir de ahora es la manera apropiada de expiarlo? Yo, personalmente, no entiendo esa lógica.

J. Bradford DeLong is Professor of Economics at the University of California, Berkeley and a research associate at the National Bureau of Economic Research. He was Deputy Assistant US Treasury Secretary during the Clinton Administration, where he was heavily involved in budget and trade negotiations. His role in designing the bailout of Mexico during the 1994 peso crisis placed him at the forefront of Latin America’s transformation into a region of open economies, and cemented his stature as a leading voice in economic-policy debates.

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