Por qué Turquía no desarrollará la bomba atómica

Suele darse por sentado que si Irán llegara a desarrollar armas nucleares, Arabia Saudita, Turquía y tal vez Egipto irían tras sus pasos. En un discurso en el Congreso de los Estados Unidos a principios de marzo, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu llegó incluso a asegurar que el mero hecho de permitir a Irán un programa de enriquecimiento de uranio “dispararía una carrera armamentista nuclear en la región más peligrosa del planeta”.

Cada uno de estos posibles “efectos dominó” nucleares merece analizarse por separado y detenidamente; pero al menos en el caso de Turquía, lo que se da por sentado no parece correcto.

Turquía ya tiene un programa de energía nuclear incipiente. Tras décadas de inicios en falso, el gobierno turco firmó en 2010 un contrato con Rusia para la construcción y operación de la primera planta de energía nuclear del país. El proyecto, situado en la costa turca del Mediterráneo, ya está en construcción.

Los intentos del gobierno turco de arreglar con otros proveedores internacionales se complicaron porque Rusia le ofreció condiciones mucho mejores que la competencia. Aun así, Turquía está negociando con un consorcio franco‑japonés para la construcción de una segunda planta de energía nuclear en la costa del Mar Negro.

Ankara tiene motivos económicos valederos para desarrollar capacidad de producir energía nuclear. La importación de energía primaria supone casi la mitad del déficit de cuenta corriente crónico de Turquía, ya que el país importa más del 90% del petróleo y el gas natural que consume. Además, y a diferencia de Europa, su demanda de electricidad sigue creciendo a un ritmo anual del 5 o 6%. Los funcionarios turcos ven en la energía nuclear una herramienta casi indispensable para mejorar la seguridad energética y reducir el costo de las importaciones.

Estas razones económicas, y otras de seguridad nacional, aconsejan a Turquía no intentar desarrollar armas nucleares. Como país firmante del Tratado de No Proliferación Nuclear, Turquía se comprometió a no desarrollar aplicaciones militares de esta tecnología, y al menor indicio de incumplimiento, otros estados se opondrían a su programa de energía nuclear (incluso aquellos que normalmente colaborarían con él), poniendo en riesgo la capacidad turca de satisfacer la demanda creciente a un costo asequible. Esto dañaría el crecimiento económico, que ha sido un factor fundamental del apoyo popular al gobierno estas dos últimas décadas.

Además, Turquía es un miembro de la OTAN y cuenta con las garantías de seguridad provistas por la alianza (incluido el “paraguas nuclear”). De hecho, hace décadas que Estados Unidos tiene armas nucleares estacionadas en Turquía, y en tiempos más recientes la OTAN y Estados Unidos desplegaron en el país sistemas de defensa contra misiles balísticos. Todo intento del gobierno turco de desarrollar armas nucleares propias pondría en riesgo estas garantías de seguridad y le quitaría el apoyo de la OTAN.

En cualquier caso, Turquía no dispone de conocimiento práctico ni infraestructura técnica para producir armas nucleares rápidamente, y el desarrollo de tales capacidades le llevaría mucho tiempo (probablemente más de una década). En ese lapso, Turquía enfrentaría serias presiones políticas, económicas y en materia de seguridad, no sólo de Estados Unidos y otros miembros de la OTAN, sino también de Rusia e Irán, entre otros países.

Al mismo tiempo, las amenazas inmediatas a la seguridad de Turquía se agravarían. Tener la bomba atómica no ayudaría a reducir el peligro planteado por la violenta desintegración de Siria, el ascenso de Estado Islámico y el desafío no resuelto del separatismo kurdo. La relación de Turquía con Irán, que hasta ahora ha sido manejable, podría adquirir un sesgo más delicado.

De todo esto se desprende que un intento de desarrollar armas nucleares supondría un grave riesgo para la seguridad de Turquía, lo que a su vez podría agravar el disenso interno, en momentos en que el partido gobernante (Justicia y Desarrollo) lucha por conservar el apoyo popular.

En estas circunstancias, la forma en que el resto del mundo hable sobre el futuro nuclear de Turquía importa. Decir que es natural (o quizá inevitable) que Turquía busque desarrollar un arsenal atómico es ignorar los claros motivos que tiene el país para no militarizar su programa civil de energía nuclear.

No permitamos que un discurso liviano sobre riesgos de proliferación nuclear confunda a los turcos respecto de sus propios intereses. Lo mejor que puede hacer el resto del mundo es apoyar al país en sus intentos de llevar adelante un programa de energía nuclear totalmente pacífico y trabajar dentro de la OTAN en pos de una solución al desafío iraní.

Sinan Ülgen is Chairman of the Istanbul-based Center for Economics and Foreign Policy Studies (EDAM) and a visiting scholar at Carnegie Europe in Brussels. He is co-editor of the book Turkey’s Nuclear Future. George Perkovich is Vice President of the Carnegie Endowment for International Peace and co-editor of the book Turkey’s Nuclear Future. Traducción: Esteban Flamini

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