Por qué una democracia árabe nos interesa a todos

Irshad Manji es autora de Mis dilemas con el islam (EL MUNDO, 09/07/05)

¿Cuáles son las motivaciones de los terroristas islamistas hoy día? Muchos europeos, todavía no recuperados del impacto de los atentados del jueves en Londres, se sentirían inclinados a contestar: Irak. Permítanme que les ofrezca una respuesta diferente, que enlaza con la historia de Hasan el Sawaf. El mayor sueño de El Sawaf es volver a casa y quedarse allí para siempre. Pero cuenta que su país está ocupado por una banda de matones. Han deshonrado a no pocas mujeres árabes asaltándolas y quitándoles el velo cuando se manifestaban, en unas concentraciones que forman parte del movimiento Kifaya (Basta). Las compatriotas de El Sawaf ya han aguantado suficientes insultos, tiranía e indignidad.

Pensarán ustedes que estoy describiendo las dificultades de las mujeres palestinas. En realidad, hablo de las egipcias. El Sawaf, hombre de negocios, vive en Londres sólo por las frecuentes amenazas que recibe de que será encarcelado en cuanto vuelva a El Cairo.«Lo único que hago es escribir en un par de revistas y en mi página web», dice. Lo que escribe lo consideran subversivo. Simplemente cuestiona el autoritarismo.

«Las cantidades que se gastan el Ejército, la policía, el servicio de Inteligencia y la Presidencia no las conoce nadie, ni siquiera el primer ministro», desvela El Sawaf. «Nuestro manso Parlamento sólo tiene competencias en los inocuos asuntos con los que se le permite juguetear». En otras palabras, los diputados electos egipcios son como niños metidos en uno de esos cajones de arena que hay en los parques, a los que vigilan unos adultos despilfarradores y democráticamente raquíticos.

¿Pero por qué le debería importar esto al resto del mundo? ¿Qué tiene que ver con el terrorismo islamista en Occidente? Cuando toca este tema, El Sawaf se anima. Cita a un compatriota, el notable sociólogo y paladín de la democracia Saad Eddin Ibrahim: «Las sociedades que restringen el espacio en el que los ciudadanos pueden participar y expresar su disconformidad terminan generando una respuesta distorsionada, colérica y letal». Traduciendo: «Despertad, occidentales». El islam radical se llena de militantes sedientos de sangre cuando las mezquitas asumen las competencias que debieran corresponder al Parlamento si no fuera porque la representación política no existe.

Y el hecho es que en una parte demasiado extensa de las sociedades árabes no existe un sistema representativo justo. La Ley de Emergencia de Egipto, que se introdujo hace 24 años contra los activistas musulmanes, ha sido utilizada para liquidar también a quienes aspiraban a modernizar la política. A la vez que permite al presidente, Hosni Mubarak, aferrarse al poder mucho más tiempo del que él mismo había prometido, la ley mete entre rejas a los demócratas de verdad.

Ibrahim, es un ejemplo de esta situación. Dirige el Centro Ibn Jaldun de El Cairo, que registra violaciones de los Derechos Humanos y vigila las elecciones en Egipto. Hace cinco años que el Gobierno detuvo a Ibrahim junto a otros 27 miembros del centro.Tras más de dos años de proceso, llegó George W. Bush para echar una mano. Consciente de que Egipto es el segundo mayor receptor de la ayuda externa de EEUU, Bush canceló un incremento de 130 millones de dólares, acompañando una carta de protesta. Finalmente, Ibrahim fue puesto en libertad.

A Hasan el Sawaf le gustaría ver más humillaciones como ésa al Gobierno de Mubarak. En realidad, a la mayoría de los gobiernos árabes. Para él, está claro que Occidente tiene que intervenir en el mundo árabe por el bien de nuestra seguridad colectiva.No estoy estableciendo un vínculo directo entre las bombas de Londres y la corrupción política en Egipto. Mi tesis es más general: entre quienes critican a los déspotas árabes hay muchos islamistas que empiezan siendo pacíficos y se acaban convirtiendo en unos fanáticos ante la ausencia de una válvula de escape más provechosa.Europa debería unirse a EEUU en el intento de implicar a esos críticos en un proceso electoral. Es la única vía legítima por la que los ciudadanos frustrados pueden hacerse oír, antes de que esa frustración derive en un fanatismo aún mayor.