Por qué votaré 'sí' al acuerdo PSOE-C's

Todos los noes (y las abstenciones) se parecen, pero los síes lo son cada uno a su manera. Quizá se podría girar este manida perífrasis tolstoiana en otro sentido, pero tengo la sensación de que realmente ante la votación a que nos enfrentamos los militantes socialistas va a existir bastante homogeneidad entre quienes votarán no y también entre los que no opinarán, mientras que detrás de las papeletas afirmativas existirá una alta diversidad de motivos.

Los rechazos -según se está oyendo- se deberán sobre todo a quienes en ese “20%” de programa que se ha sacrificado encuentran un abandono inasumible al conservadurismo que a sus ojos encarna Ciudadanos. Son menos quienes abanderan su oposición en una sola medida como es el cierre de diputaciones provinciales (donde otros muchos vemos más bien una propuesta tibia al sustituirse por unos indefinidos Consejos de Alcaldes que no suenan tan distinto). No es desde luego mi posición, puesto que globalmente veo más bien un avance hacia el programa que habíamos defendido algunos militantes; por ejemplo, desde las páginas de EL ESPAÑOL o mediante enmiendas al programa electoral.

Si acaso he estado tentado de rechazarlo ha sido porque efectivamente no es un “programa”, sino un acuerdo que adolece de falta de concreción (abundan los “planes”, “se estudiará” y “cuando la situación económica lo permita”). No presentar una memoria económica es hacerse trampas al solitario pues en una rápida exploración se identifican compromisos de gasto importantes (en especial, el ingreso mínimo vital y el complemento a sueldos bajos -dos medidas cuyo engarce además puede resultar problemático-, o la lucha contra la “pobreza energética”) frente a bastante indefinición en la evolución de los ingresos (donde lo más claro es lo que se dejará de recaudar con la bajada del IVA cultural).

Pese a este duro análisis, reconozco que el acuerdo mejora el diagnóstico que ya había hecho ante el 20-D de preferir al PSOE frente al resto de la oferta electoral y, sobre todo, respecto a la errática gestión del PP, cuyos escasos logros macroeconómicos se explican más bien por la liquidez aportada por el BCE y la bajada del precio del petróleo.

En cuanto a las abstenciones en la consulta habrá en primer lugar que compararlas al más de 66% de participación en la elección del secretario general (que tuvo lugar un mes de julio y sin ser aún posible la votación electrónica). A partir pues del habitual 25-30% que no pueda o se le pase votar, creo que bastantes militantes no participarán en un procedimiento que consideran improvisado e incluso oportunista (dada la evidente lectura en clave de poder interno que rodeó su propuesta).

Estos argumentos sí me han hecho dudar más. En efecto, el avance democrático que supone consultar a los militantes una cuestión que claramente no había formado parte del debate preelectoral queda rebajado al no estar diseñado el procedimiento por el órgano competente para decidir la política de pactos (el Comité Federal) sino que es la propia Comisión Ejecutiva Federal la que como juez y parte impone la consulta, sus plazos y hasta la equívoca pregunta.

Se puede tener así a considerar la consulta como un plebiscito a Pedro Sánchez: votar un no supone desautorizar a la vez el programa y el liderazgo, y votar exactamente lo contrario. Por lo tanto, habrá quienes no quieran entrar en ese juego, prefieran dirimir la cuestión personal en el próximo congreso del partido y reservar la discusión de los pactos al órgano que formalmente tiene potestad para aprobarlos.

En mi caso, voto  para expresar dos cosas: que los próximos programas electorales del PSOE deberían seguir avanzando en su conjunto por la senda del acuerdo firmado; y que espero que la semana que viene haya un número suficiente de diputados que respalden el candidato a la investidura propuesto por el Rey y que tiene el mérito histórico de haber concertado el primer acuerdo entre dos partidos de ámbito nacional.

Mi voto afirmativo al acuerdo y a la investidura no es por lo tanto una carta blanca de cara al próximo congreso del partido donde, incluso si -como espero- Pedro Sánchez resulta elegido presidente del Gobierno, es deseable que exista una verdadera competencia por la secretaría general del PSOE. No se trata de atizar rivalidades ni siquiera de distribuir el poder porque sí, sino de revitalizar el debate de ideas a través de personas que se arriesgan a intentar convencer.

No tiene que doler prendas reconocer que el sometimiento al eslógan en perjucio del argumento es la mayor debilidad del PSOE. Es un fenómeno que se extiende a los demás partidos y también fuera de nuestras fronteras: se explica por factores como la desintermediación e instantaneidad de la información a través de las redes sociales, o la dificultad para construir metas y agrupar “clases” que las defiendan en sociedades que llegan a un desarrollo más identificado por valores individuales como el consumo. Es difícil proponer soluciones cuando está menos claro cuáles son los problemas.

Todo esto implica que es aún más necesario que nunca el debate, y que resulta por ejemplo altamente empobrecedor que se maniobre para que solo haya un candidato en unas primarias (pidiendo demasiados avales o en un plazo demasiado corto), con el pretexto de que competir abiertamente entre compañeros muestra división y debilita al partido.

Para ser candidato a las presidenciales en Francia, Hollande superó a otros cinco socialistas: la confrontación de propuestas fue exigente -dura en ocasiones- pero esto fue clave para que el partido contrastara, depurara y diera a conocer su programa; hubo tensiones pero no ruptura, como muestra que cuatro de quienes compitieron con el hoy presidente de la República han acabado formando parte de sus gobiernos.

España necesita una sobredosis de ideas liberadas del cálculo del rendimiento electoral inmediato: mi deseo es que el PSOE sea el pionero en asumir este cambio y tirar así para arriba de los demás partidos. Entre muchas otras medidas que lo facilitarían, destaco cuatro.

La primera es separar el poder institucional del poder orgánico en el partido: especialmente si Pedro Sánchez resulta elegido presidente sería deseable que el PSOE lo dirigiera otra persona y no se caiga en la complacencia de que el partido sea una caja de resonancia del gobierno. La segunda es que la secretaría de organización se eligiera independientemente para que no exista ningún conflicto de interés respecto a quien debe ser el máximo facilitador de la democracia interna. La tercera es desterrar la “disciplina de voto”: una de las funciones esenciales de un grupo parlamentario es cohesionar su posición política, pero precisamente a través de la dialéctica nunca de la coacción de una multa. La cuarta -y que potenciaría la anterior- es que todos los candidatos a diputados o concejales (y no solo el líder del ejecutivo correspondiente) fuesen elegidos por primarias, lo que permitiría que la competencia por las mejores ideas y personas que las defienden estructurase todo el partido.

Estas son las cuestiones que me importarán dentro de unas semanas cuando el PSOE aborde su congreso, pero quiero destacar que no pretendo que ninguna de ellos obtenga respuesta en cómo respondamos esta semana los militantes en la consulta.

Cierto es que la manera en que se ha montado esta consulta se deriva de cómo el partido ha funcionado hasta ahora, pero cambiarlo no dependerá de votar o no a un acuerdo de investidura. Ahora corresponde decidir si queremos que el candidato socialista presida un gobierno para desarrollar un proyecto. Nada más y, sobre todo, nada menos.

Víctor Gómez Frías, profesor titular en ParisTech, es militante del PSOE en el colectivo ‘Socialismo es libertad’.

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