¿Por quién doblan las campanas en Alsasua?

Este domingo por la mañana, en el momento preciso en que comenzaba la reunión de España Ciudadana en Alsasua, un repique atronador desde la iglesia aledaña cubrió durante largos minutos el sonido del acto. Quienes allí estábamos aguantamos con estoica indignación dudando de si sería la iniciativa de un cura trabucaire o de otro sabotaje urdido por los miles de vociferantes nacionalistas que el cordón de seguridad mantenía a raya.

Como un gesto más de la exquisita moderación entre quienes hablaron, Albert Rivera dijo que aquellas campanas quizá habían doblado por tantas personas que en esas tierras habían sufrido y perdido incluso su vida a manos de los intolerantes. Un repaso al poema original de 1624 de John Donne, que Hemingway retomó en una novela precisamente sobre la guerra civil española, muestra que esas campanas reforzaron el profundo símbolo de universalismo que representa Alsasua:

“Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti.”

Ese destino común de la humanidad lo reivindicó también en Alsasua Fernando Savater defendiendo algo tan estrictamente radical como una ciudadanía de personas libres e iguales, que debemos decidir juntos cómo convivir. Algo que ya los españoles hemos hecho precisamente al concedernos una Constitución que nos garantiza un catálogo de derechos sin precedentes en nuestra historia pero también comparable a las mejores democracias a nivel mundial. Y que además permite una alternancia política respetuosa desde la que se puede seguir debatiendo y mejorando ese marco de convivencia y bienestar, con un horizonte europeo, como también apuntó Savater y menciona precisamente ese poema de hace casi cuatro siglos.

Acudí pues a este acto de España Ciudadana en Alsasua para corresponder a una invitación abierta a todos los constitucionalistas y creo que cumplieron perfectamente con ese carácter transversal. Todo lo que he oído pueden hacerlo suyo quienes defienden el progreso social desde la izquierda, que debería ser absolutamente ajena a lo que ofrecen el nacionalismo y el populismo.

El escenario no ha llegado a ser intimidante porque lo controlaban muchos guardias civiles y policías navarros pero era fácil proyectarse en las escenas que habrán sufrido durante décadas quienes los violentos vascos identificaban con “intereses españoles”, lo cual consistía sencillamente en pensar distinto y no querer esconderlo. Quienes más pagaron en vidas allí y en otras partes de España fueron trabajadores públicos –sobre todo militares, guardias civiles y policías– encargados precisamente de defender un Estado de Derecho que era el que permitía a los fanáticos defender sus propuestas por la vía política, pero como sabían que así no podían convencer prefirieron aterrorizar con las armas.

Hoy se han conseguido parar los asesinatos, pero la agresión a dos guardias civiles y sus parejas cuando estaban de paisano en un bar de Alsasua se ha convertido en el símbolo de que ese hostigamiento continúa no solo mientras hacen su trabajo sino hasta en su vida personal, salpicando el odio incluso a los niños –como se ha visto en aquellos hijos de guardia civil señalados por profesores independentistas en Cataluña tras el 1 de octubre–.

Hubo quienes dijeron que venir a reivindicar la ciudadanía española a Alsasua era una provocación. Cada uno es libre de decidir qué es lo que le provoca, pero lo escandaloso en términos democráticos es que un acto pacífico de unos cuantos cientos de personas requiera tamaña protección policial. Porque lo que se busca es intimidar a quienes se sienten orgullosos o a sencillamente afortunados o satisfechos de ser españoles, intentando que se inhiban política y civilmente.

Ante esto, el Gobierno de España no puede reducir su interlocución a los cargos institucionales de las comunidades autónomas cuando estos renuncian a representar a todos sus administrados. Ocurre especialmente en Cataluña donde se desprecia e incluso se invita a irse a quienes se consideran ciudadanos de segunda por razones étnicas, o se impide que el Rey celebre actos en ciertos municipios, y ha sucedido también en Alsasua cuando la presidenta de Navarra declara que no es bienvenida una reunión pacífica de quienes no piensan como ella. El Gobierno debe hablar especialmente a esos ciudadanos oprimidos, demostrarles que España –ese Estado de Derecho que les es propio– no los abandona aunque pretenda hacerlo su alcalde o su presidente autonómico.

Quienes estábamos en Alsasua, y los muchísimos más que se solidarizaban con lo que allí ocurría, no mostrábamos solo nuestro respaldo a unos guardias civiles y sus familias que estaban una vez más sufriendo en primera línea el ataque. Defendíamos una causa nacional porque sabemos que si en algún lugar de España la palabra deja de ser libre, perdemos todos. Por eso, no pregunté por quién doblaban las campanas: doblaban por mí.

Víctor Gómez Frías forma parte del colectivo ‘Socialistas & Liberales’ y es consejero de El Español.

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