Por Turquía, por Europa

Por Micher Rocard, ex primer ministro de Francia y eurodiputado socialista (ABC, 07/01/06):

FINALMENTE Turquía está negociando con la Comisión Europea los términos de su posible adhesión a la Unión Europa. Pero que «posible» se convierta en «futura» sigue siendo una pregunta muy abierta. En efecto, es probable que cerrar las negociaciones resulte tan difícil como la decisión de iniciarlas. Recordemos que Turquía presentó su primera solicitud de adhesión en 1959, y que desde 1963 la Comunidad Económica Europea, precursora de la actual UE, respondió con una táctica dilatoria: pidieron un acuerdo aduanal. Al mismo tiempo, puesto que nunca se le contestó que no -y después de recibir varias señales que indicaban que tal vez algún día llegaría a ser miembro-, las expectativas turcas en cuanto a una futura integración a la UE se hicieron cada vez más palpables.

Pero los europeos comunes y corrientes han empezado a consultar los mapas, y la geografía que ven no se puede negar: el 95 por ciento del territorio de Turquía y el 80 por ciento de su población están en Asia. Como resultado, el debate intenso y encendido -en Turquía y con mucho más fuerza en la UE- sobre si ese país pertenece realmente a Europa ha seguido, a pesar de que las negociaciones ya hayan comenzado.

Por supuesto, la pregunta de la identidad europea de Turquía no se puede contestar con lecciones de geografía. Al menos la mitad de la producción teatral y filosófica griega proviene de Asia Menor. Los primeros viajes de evangelización de San Pedro y San Pablo fueron a Turquía. Posteriormente, la Turquía otomana fue considerada durante siglos como parte del «concierto europeo», y fue indispensable para definir y garantizar el equilibrio estratégico entre las grandes potencias del continente europeo.

Con todo, estas evidencias históricas no son suficientes para crear un sentimiento europeo unificado en favor de la adhesión de Turquía a la UE. Al contrario, «la cuestión turca» se resolverá sobre la base de las preocupaciones políticas actuales en cuanto al futuro. Afortunadamente, esa cuestión no se decidió de manera prematura y perentoria: sólo se permitió que diera comienzo, mediante la apertura de las negociaciones, el proceso que habrá de conducir a una solución definitiva.

Las pláticas sobre la adhesión tendrán que ser largas y arduas, entre otras cosas porque adoptar el acquis communautaire (el cuerpo legislativo de la UE) requerirá que Turquía integre alrededor de 10.000 páginas de texto a su legislación. Sin embargo, parece que hay buenas posibilidades de tener éxito. Pero Turquía asusta a incontables europeos. Con una población actual de 67 millones de personas, y que llegará a los 80 millones en veinte años y a 100 millones en 2050, está destinada a convertirse en la más poblada de todas las naciones europeas. También es un país musulmán muy pobre. Es cierto que algunos países de Europa, sobre todo Alemania y Austria, han aceptado flujos importantes de inmigración turca. Pero los inmigrantes han sido en su mayoría campesinos pobres de Anatolia, cuya integración ha sido difícil. En contraste, la numerosa comunidad secular intelectual de Turquía, cuyos antecedentes culturales son europeos y de donde proviene la mayoría de los ejecutivos del Estado turco, ha permanecido en Estambul y Ankara.

Así, Europa teme la perspectiva de una mayor inmigración de turcos, para los que es casi imposible asimilarse. Por el momento, esa inmigración se ha detenido casi por completo, debido al rápido crecimiento económico -de hecho, el más rápido de Europa- de los últimos años, que está absorbiendo la mano de obra disponible en el país y ha cortado el flujo de emigrantes. Sin embargo, persiste el temor de que la adhesión a la Unión desencadenará una nueva oleada humana.

Los temores económicos no son la única preocupación de los ciudadanos de la UE. Turquía fue el teatro de una violencia excepcional en el siglo XX: su participación en la Primera Guerra Mundial alimentó el odio y masacres gigantescas, y el genocidio de los armenios fue el último espasmo de la brutal muerte del Imperio Otomano. Además, si bien Kemal Ataturk restableció el orgullo nacional turco al crear la República secular, su legado tiene tanto de bueno como de malo, ya que incluye tanto la fuerte atracción de Turquía hacia Occidente como la militarización de la vida pública. Esto último explica en gran medida la actitud represiva hacia la libre expresión y las opiniones independientes que ha caracterizado a gran parte de la vida pública turca, una camisa de fuerza que deja poco margen para entablar negociaciones verdaderas con los inquietos kurdos o para resolver la división de Chipre.

Pero las aspiraciones de Turquía de ingresar en la UE han significado que ahora se vea forzada a desmilitarizar su democracia y a llegar a acuerdos negociados y pacíficos con todos sus vecinos y socios futuros, armenios, kurdos y chipriotas. De esta manera, si Europa logra superar sus temores y dudas y se abre para recibir a un Estado musulmán poderoso, consolidará la paz en una de las regiones más peligrosas del mundo. En efecto, al integrar a Turquía, Europa demostraría que no es un club cristiano, que el supuesto «choque de las civilizaciones» no tiene por qué ser fatal y que el proyecto europeo, nacido de un deseo de reconciliación y de la necesidad de promover el desarrollo, puede distribuir sus beneficios mucho más allá de la mitad occidental del continente. Al abrirse a Turquía, Europa comenzaría por fin a desempeñar el papel que le corresponde en lo que se refiere a encarar los retos políticos más duros de la actualidad.