Por un 12 de Octubre hispano y global

En uno de los muchos episodios extraordinarios de ‘Cien años de soledad’, cuenta Gabriel García Márquez que sus respectivos parientes intentaron evitar el matrimonio de Úrsula Iguarán con José Arcadio Buendía, de linajes aragonés y criollo colombiano (es decir, ‘español americano’), porque eran primos entre sí. En verdad, «estaban ligados hasta la muerte por un vínculo más sólido que el amor: un común remordimiento de conciencia». Habían crecido juntos en la antigua ranchería caribeña que los antepasados de ambos, europeos, españoles, americanos y africanos, juntos además de revueltos, habían transformado con su trabajo y buenas costumbres en un paisaje humanizado. Eran gente de frontera y de trabajo duro, en la imaginación del literato y en la realidad histórica en la que este se inspiró. Allá en el Caribe la vida cotidiana, tan lejana de las postales con palmeras, mojitos y arena blanca, es muy exigente, agotadora. Aunque el matrimonio de Úrsula y José Arcadio «era previsible desde que vinieron al mundo», cuenta Gabo, cuando expresaron la voluntad de casarse sus parientes trataron de impedirlo, pues temían «que aquellos saludables cabos de dos razas secularmente entrecruzadas pasaran por la vergüenza de engendrar iguanas». La potente metáfora literaria expresó la imposibilidad, según él, de escapar a los designios y luchas heredadas de los ancestros. Todos estamos atrapados por nuestra genealogía, vino a decir: lo que ocurre con el pasado es que ni siquiera ha ocurrido. Mas tenemos la libertad de ignorarla para rehacernos y dejarnos de marrullerías deterministas sobre la supuesta ‘identidad’, ese invento de los totalitarismos populistas que hace tanto daño a las sociedades abiertas y, en suma, a la felicidad humana. De lo que se trata, a fin de cuentas, es de vivir mejor y más felices, del mismo modo que decidimos, en familia, ignorar y olvidar, por ejemplo no volver a mencionar un pariente tóxico que es como un mal dolor de muelas.

Gabo también examinó la fuerza y la vigencia de la historia en el presente hispanoamericano, que a la vista de los acontecimientos lamentables de estos días de derribo de estatuas y censura disfrazada de corrección política, pareciera haber sido arrinconado por ese pasado indeseable e irrefrenable que le inspiró. Para entender lo que nos pasa, es preciso acercarnos ‘sine ira et studio’, como aconsejaban los humanistas clásicos, al significado del 12 de Octubre. Esta fiesta, que se nos antoja hoy tan española, porque lo es, además de conmemoración de Nuestra Señora del Pilar, patrona también de nuestra muy querida -y extremadamente popular- Guardia Civil, no se solía celebrar a comienzos del siglo XX como celebración del descubrimiento de América. En 1592, recuerda el gran historiador francés Serge Gruzinski, «en ningún momento parece ni lejanamente haberse pensado en la expresión de un aniversario o en una conmemoración en el sentido en el que hoy lo entendemos». Un siglo después, ni rastro. De modo que hay que esperar a 1792 para que, en los recién independizados Estados Unidos, donde hoy abundan bandas iconoclastas de mafiosos ‘indigenistas’, vinculadas a veces a microtraficantes de drogas, el reverendo bostoniano Jeremy Belknap publicara una disertación sobre el 12 de octubre, que calificó como «memorable evento». Otros escritos suyos se ocuparon de la circunnavegación de África; un competidor de Colón del que nadie se acuerda; «el color de los nativos»; y el origen americano de las abejas. La oda de Belknap al descubridor, en la cual lo retrató como instrumento de la providencia para abrir el camino hacia una América (protestante), tuvo su reflejo en otras celebraciones habidas en Nueva York y Londres. También el territorio del distrito de Washington, ocupado por la nueva capital, recibió el nombre de ‘Columbia’, que conserva (por ahora).

En la centuria decimonónica, la idea de progreso y evolución ‘positiva’ de la humanidad convirtió a Colón en genio providencial, un héroe romántico que luchó contra la adversidad y luego fue olvidado. Tras la biografía ‘documentada y auténtica’ de Washington Irving, que conoció 178 ediciones entre 1826 y fines de siglo, Colón fue celebrado sin disimulo. En 1850 el pintor mexicano Juan Cordero lo retrató en la corte de los Reyes católicos. En 1862 tuvo su primera estatua en Cuba y los italianos de Filadelfia financieron, en 1876, un monumento por el centenario de la independencia estadounidense. En España, mientras tanto, la resistencia a celebrarlo era manifiesta, en parte por el incomprensible y fanático nacionalismo italiano que la impulsaba, en parte por tratarse de una gesta colectiva vinculada a la tradición española. El escritor Juan Valera se burló del evento, mientras que el escritor mexicano Juan Payno, cónsul en Barcelona, indicó que la organización de celebraciones, congresos, manifestaciones y sindicatos era «la moda reinante» en Europa, un disparate. La explosión de 1892, con el cuarto centenario del descubrimiento de América, venció toda resistencia y, como ocurrió en 1992, fue motor de transformación urbana en Madrid, Barcelona, Huelva y otras ciudades.

Aunque el 12 de Octubre fue considerado fiesta nacional solo el año del centenario, tras la guerra hispanoestadounidense de 1898 y la dolorosa pérdida de Cuba, Puerto Rico, Filipinas e islas del Pacífico, la efeméride se vinculó con un nuevo elemento, la celebración de ‘la raza hispana’. Los emigrantes asturianos en México se emocionaron en 1906 con una romería por las fiestas de Covadonga, «que nos hacen vivir, nos hacen sentir los aires patrios». Aragoneses, catalanes, vascos, gallegos, emigrados a Ultramar, evocaron la raza hispana, «la madre patria» y, como indica el historiador mexicano Miguel Rodríguez, todos se sintieron españoles: «No hay dicotomía entre nacionalidad de pasaporte y étnico-cultural». Por fin, una ley de 15 de junio de 1918 declaró el 12 de Octubre fiesta nacional en España y así ha continuado hasta el presente, con diversas modificaciones. El Real decreto 3217 de 1981 definió normas para la celebración de la ‘Fiesta nacional de España y día de la Hispanidad’, en estos términos: «Se conmemora el descubrimiento de América y el origen de una tradición cultural común a los pueblos de habla hispánica». En 1987, sin embargo, esta vertiente de comunidad global decayó y señaló en artículo único: «Se declara Fiesta Nacional de España, a todos los efectos, el día 12 de Octubre».

Un reciente libro de Miguel Saralegui, ‘Matar a la madre patria. Historia de una pasión latinoamericana’, actualiza con rigor y ciencia los términos del debate. El antiespañolismo, que encuentra ritualmente en el 12 de Octubre un rito de paso, una ocasión anual, «representa la negación radical de la cultura, imitativamente española y originalmente americana, que se había ido creando durante trescientos años. Comunidades económicamente pobres, socialmente clasistas y racialmente jerarquizadas deciden renunciar al legado cultural que les había provisto de una paz duradera y correr los riesgos de soñar algunas de las ilusiones más utópicas de toda la Ilustración». En un mundo interconectado, fluido, flexible, semejante ensoñación carece de sentido. La agresividad simbólica y emocional, el supuesto acto creador representado en matar unos abuelos imaginarios, solo logra destruir patrimonio público. Es hora de pensar lo hispano como comunidad global con valor y sentido: el 12 de Octubre sirve si celebra el futuro.

Manuel Lucena Giraldo es miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia.

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