Por un cambio en la clase política

En estos últimos tiempos hemos descubierto los españoles la desmesura y sinvergonzonería de la clase política en general, esa clase política que se ha convertido sin nosotros saberlo en parangón de lo que en el siglo XVII fue la nobleza.

Poco a poco hemos ido descubriendo, gracias a los medios de comunicación, infinidad de casos y circunstancias que a todos nos parecen escandalosos. Ahora, lo último con lo que nos desayunamos es que a sus señorías también les pagan internet en casa.

La política no debería dar opción a ser más o menos honesto ni debería hacer bueno el dicho de que quien parte y reparte se queda con la mejor parte. La política, como el sacerdocio, debe ser vocacional, los políticos deben llevar en su ADN el sentimiento de servicio al prójimo, a la sociedad a la que aspiran a representar.

El político debe tener una buena remuneración económica y, en el caso de los altos cargos, una muy buena remuneración por la responsabilidad y el tiempo que dedican a su trabajo, pero en ningún caso puede suponer que gocen de prebendas y privilegios que, de salir a la luz pública, sean motivo de indignación y de asqueo para el ciudadano que les otorgó su confianza.

He conocido a algunos políticos que juegan -como dije más arriba- a ser la nueva nobleza, que disfrutan relacionándose con lo que más brilla y que utilizan las funciones que el pueblo les otorgó para su satisfacción. A mí, que siempre me gustó e interesó la política, ha empezado a asquearme cierta clase política que nos rodea.

Sería injusto no señalar que hay muchos políticos honrados, gente sensata que cuando llegó al cargo descubrió una serie de prebendas que no buscaba al entrar en política. Pero es verdad que la mayoría, con el paso del tiempo, ha llegado a pensar que disfrutar de esos privilegios es lo normal y lo justo.

En la Francia de finales del siglo XVIII rodaron las cabezas de los que durante demasiado tiempo abusaron del tercer estado hasta que al pueblo se le acabó la paciencia; en la Libia del siglo XXI se persiguió, humilló, martirizó y asesinó a los que durante más de 40 años manejaron los destinos de todo un país a su antojo. La Historia nos ofrece un sinfín de ejemplos.

Existen muchas formas de rebelarse, de hacer la revolución. En nuestro mundo occidental ya no se hacen, afortunadamente, a sangre y fuego. En España, primero en las elecciones autonómicas y municipales y después en las generales, los ciudadanos hemos lanzado al abismo con nuestros votos a un partido político que hasta hace poco parecía intocable y al que la mayoría hacemos máximos responsables no sólo de la peor gestión política y económica imaginables, sino también de los mayores desmanes y desmesuras en cuanto a otorgamiento de prebendas y privilegios se refiere. Hemos decidido acometer una rebelión democrática y lo que esperamos es que el resto de los partidos políticos -que en ningún caso están exentos de culpa en cuanto a excesos se refiere- tomen buena nota de la madurez del actual tercer estado y se apliquen a la tarea de corregir errores del pasado y del presente. En nuestra España actual no rodarán las cabezas, pero que se apliquen la máxima del cuando veas las barbas de tu vecino cortar... si no quieren que el honrado y sufrido ciudadano pase a tomar medidas más contundentes que la de depositar su voto cada cuatro años.

Por Vicente Barrera, matador de toros y licenciado en Derecho.

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