Por un mundo sin manadas

 En 2014, se pretendía restringir la ley de aborto en España. Como reacción a esa reforma, se organizó una protesta masiva en Madrid el 1 de febrero de ese año. Credit Dani Pozo/Agence France-Presse — Getty Images
En 2014, se pretendía restringir la ley de aborto en España. Como reacción a esa reforma, se organizó una protesta masiva en Madrid el 1 de febrero de ese año. Credit Dani Pozo/Agence France-Presse — Getty Images

El video del caso más sonado de presunto abuso sexual en los últimos años en España, la violación grupal de una chica de 18 años durante las fiestas de San Fermín de 2016, está hoy entre lo más buscado en las páginas de porno en internet. Cuando se habla de cultura de la violación se habla de esto, del video real de una mujer real en el preciso momento en que podría estar siendo realmente violada, para entretenimiento del que viola y del que mira violar.

Es una grabación hecha con el teléfono móvil de uno de los cinco acusados y enviada por chat a su grupo de amigos en WhatsApp llamado “la Manada” con mensajes como estos: “Follándonos a una entre los cinco. Todo lo que cuente es poco, puta pasada de viaje, hay video”. El video de 96 segundos ha sido clave en el juicio. “Cabrones, os envidio, esos son los viajes guapos”, responde uno del grupo. Mientras la gente sigue buscando el video como se buscan los videos de crímenes reales llamados snuff, se espera una sentencia que ya lleva dos meses de retraso y es inminente.

Imaginen el escenario del crimen: una festividad tradicional que consiste en que una horda de hombres vestidos de blanco corran en actitud desafiante y perturbada delante de una manada bovina, evitando que “les pille el toro”, pero pretendiendo jugarse el pellejo, para luego, envalentonados de lidiar con las bestias, procurar tocar partes de mujer en borracheras callejeras multitudinarias.

Imaginen el momento: en una de esas noches salvajes, una pandilla de amigos de juerga acorrala a una chica en el portal de un edificio. Son, para ellos mismos, como toros que salen locos del encierro y corren por la ciudad a embestir mujeres por la espalda, porque esa es su naturaleza irreprimible. Según la presunta víctima, la fuerzan sexualmente entre los cinco sin que pueda oponer resistencia, ella se somete por miedo, calla, cierra los ojos. Después le roban el celular y la abandonan desnuda en el lugar, donde la encuentra llorando una pareja que llama a la policía.

El caso de la Manada concentra todas las paradojas de un sistema jurídico que revela su lado más patriarcal: el victimario es tratado con una infinidad de presunciones mientras la víctima no solo no suele obtener justicia, sino que por lo general termina ella misma virtualmente condenada, no por un tribunal, sino por un jurado popular implacable, dispuesto a negar la violencia contra ella y a endilgarle un arsenal de estigmas y discriminaciones. Ante ese panorama muchas denunciantes se han declarado en estado de insumisión ante una ley que no las protege.

Hace varios años que activistas feministas, como la periodista Cristina Fallarás, vienen cuestionando la orden de alejamiento: una pena que se basa en la confianza en el agresor es producto del machismo institucional. En noviembre de 2017, Ziortza Linares, una mujer que fue maltratada durante años por su marido, se preguntó por qué era ella quien tenía que llevar escolta en lugar de que el vigilado fuera quien la amenazó de muerte.

Cada detalle del proceso de la Manada ha dejado en evidencia lo que otra superviviente de abuso sexual, Anabel, resumía a una periodista: “Prefiero sufrir otra agresión sexual que volver a tener un juicio”. Ya casi no se puede saber cuál de las experiencias es más lacerante.

El juicio a la Manada ha puesto el foco en si hubo o no consentimiento de parte de ella. Las feministas han contestado en las calles con el lema #YoSíTeCreo, pero el daño está hecho: la defensa intenta hacer creer al jurado que todo fue una escena porno, una especie de orgía de gangbang en la que una chica de 18 años que jamás ha tenido sexo grupal decide hacerlo en la calle, sin condón, con cinco hombres a los que acaba de conocer, quienes, en contraste, tienen antecedentes de agresiones y admiten tener sexo en grupo habitualmente y grabarse.

Es grotesco, pero podría pasar, sino fuera porque ella denunció haber sido atenazada por cinco sujetos y obligada a tener sexo contra su voluntad. La opinión pública dio su veredicto: la víctima es una guarra. Varios se atrevieron a decir que unos chicos tan guapos no necesitan ir por el mundo violando y un columnista se preguntó si los gemidos eran de dolor o de placer. “Pueden ser unos verdaderos imbéciles” pero “son buenos hijos”, profirió uno de los abogados de los acusados.

El tribunal tampoco fue ecuánime: el juez aceptó como prueba el informe de un detective privado, ordenado por uno de los abogados de la Manada, que ha seguido a la víctima en las semanas siguientes a la denuncia para “revelar” a una mujer poco traumatizada, que va a la universidad, sale con sus amigas y publica en Facebook. Es decir, para la justicia española, si quiere tener algo de credibilidad, la mujer violada debe mostrar su dolor subiendo a las redes fotos con signos fehacientes de que le han destrozado la vida.

Ese mismo juez desestimó como prueba las conversaciones del chat, en las que más de una veintena de tipos hablan de violar mujeres y de cuáles son sus drogas favoritas para hacerlas perder la conciencia, actos sistemáticos que podrían revelar que estamos ante violadores en serie. La razón del juez es que WhatsApp puede manipularse y, en casos penales como este, la interpretación de la ley que prevalece es la que sea más favorable al imputado. Ellos se declaran inocentes y aseguran que la chica quiso, participó y gozó.

La fiscala, Elena Sarasate, por su parte, se ha visto obligada a desarrollar argumentos sofisticados acerca de por qué una joven en shock cerró los ojos, por qué se dejó pasar de mano en mano sin decir una palabra. Durante el juicio explicó que en los hechos hubo intimidación y violencia, pero no consentimiento. “¿Alguien cree que en ese momento, con cinco hombres rodeándola con los pantalones abajo, si ella dice ‘No quiero hacer eso’ o ‘No me apetece’, la dejan marchar?”.

Los cinco miembros de la Manada podrían quedar libres en algunos días o en horas. De los acusados en prisión provisional, uno es militar, otro tiene antecedentes por robo, dos de ellos son guardias civiles. Y he aquí un dato que no es banal: se sabe que uno de esos guardias trabajaba atendiendo en la comisaría denuncias de violencia de género. Este es el lugar en el que aún campea a sus anchas la Manada, uno en el que una mujer violada se acerca a denunciar y descubre que quien debe ayudarla podría ser otro violador.

Hay pocas certezas sobre la resolución del caso, pero una de ellas es que, si son absueltos, un sector de la sociedad española —el más consciente y sensible a las luchas por los derechos de las mujeres— no se va a quedar cruzado de brazos. Si eso ocurriera, se espera un gran estallido popular, dadas las últimas conquistas feministas en España, un país en el que las mujeres llevan ya una larga trayectoria de empoderamiento (hace unos años lograron parar un nuevo intento de prohibir el aborto). Una reacción que podría avivarse aún más por la coyuntura de #NiUnaMenos y #MeToo, el intenso debate actual en torno a la justicia en tiempos de feminismo.

El 8 de marzo, el Día de la Mujer, uno de los mayores reclamos será que de una vez se rompa el ciclo de violencia de género, que tiene en el poder judicial una de sus principales trabas. Para que las mujeres dejen de ser botines sexuales y el mundo no vuelva a ser el territorio de caza de la manada se debe desmontar el machismo institucional.

Gabriela Wiener es escritora y periodista peruana. Es autora de los libros Sexografías, Nueve lunas, Llamada perdida y Dicen de mí.

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