Por un nuevo mecenazgo cultural

El sector cultural está desorientado. Considerado por los economistas como uno de los sectores de futuro -tanto por la implantación de las nuevas tecnologías como por su capacidad de generar puestos de trabajo-, no ha tenido aún tiempo de debatir su reforma cuando de nuevo se modifican las reglas de funcionamiento. A la persistente reducción de fondos públicos y la práctica desaparición del capital privado se suma el IVA del 21%. Cuando se estaban empezando a digerir los entrantes nos sirven frío el primer plato. Nos falta aún el plato principal, que seguramente será el cierre de algunas instituciones culturales. De postre nos reservan algo dulce, la reforma de la ley del mecenazgo, que por lo visto pide su tiempo para cocinarse.

El ministro de Educación y Cultura ha anunciado en varias ocasiones como una prioridad la reforma de la ley del 2002 que regula el mecenazgo, aunque la poca tradición y conocimiento de esta figura en España no sea un buen caldo en el que cocinar la nueva norma. Actualmente, los particulares podemos desgravar de nuestra declaración de renta hasta un 25% de las cantidades aportadas a instituciones culturales, y las empresas, un 30%. Para situarnos en el contexto internacional, en EEUU el porcentaje llega al 100%, y en Francia e Inglaterra se sitúa entre el 60% y el 70%.

Lo que resulta preocupante no es la tardanza en la redacción de la nueva ley, sino que se la presente como la solución de los problemas de financiación de las instituciones culturales. El modelo cultural europeo parte del apoyo directo de las administraciones públicas para cumplir con el derecho constitucional de la población al acceso libre a una oferta cultural diversa. Entre una oleada de medidas económicas ultraliberales en términos fiscales y ultraortodoxas en términos de control del gasto, el sector cultural se enfrenta a una redefinición de su modelo bajo la amenaza del mercado. Si añadimos que, en periodos largos de crisis, a la disminución de recursos se suma un cambio de los valores que sustentan la sociedad, la cultura está viendo que cada vez surgen nuevos compañeros con los que compartir el poco capital disponible y que los proyectos con impacto social o ecológico cada vez atraen más a los donantes y mecenas.

Entre los modelos mixtos de colaboración entre el sector público y el privado más exitosos se encuentra el aplicado en Brasil. El mecenazgo privado se rige por una ley de hace 20 años, pero funciona de una manera simple; el artista presenta directamente el formulario fiscal a las empresas o particulares, que de esta manera dirigen una parte de sus impuestos a una entidad cultural concreta. Pero quizá el instrumento más interesante sea el Servicio Social Comercio, una organización privada sin ánimo de lucro que gestiona un creciente fondo que se destina en gran parte a financiar la cultura y que se nutre de una tasa que pagan las empresas brasileñas. El presidente de la Cámara de Comercio de Sâo Paulo defiende este modelo: «Nuestros trabajadores van al trabajo como ciudadanos bien informados, con una mejor formación y más contentos, y esto hace que aumente su productividad».

Francia aplica al mecenazgo un doble criterio para la deducción de los impuestos. Los particulares pueden deducir un 66% de la cantidad aportada, hasta un máximo del 20% de la base imponible; y las empresas, un 60%, con un límite según la facturación. De esta manera se intenta evitar que se convierta en un instrumento más de las grandes fortunas o corporaciones para gestionar su balance fiscal. Este efecto perverso ya se intuye en Gran Bretaña, por lo que el Exchequer se está planteando la necesidad de reformar una ley que permite ahorrarse impuestos y decidir el destino directo de las aportaciones. Los países que apuestan por esta figura acostumbran a crear una oficina que se encarga de gestionar proyectos, estudiar los datos y proponer mejoras, potenciando al mismo tiempo la figura del mecenas entre la sociedad con premios anuales y la visibilidad de los proyectos.

La ley española del 2002 ha quedado pequeña. La próxima debe tener en cuenta el nuevo escenario económico global y el acceso a las nuevas tecnologías, impulsando de una forma simple y decidida el micromecenazgo particular. Y, sobre todo, debe evitar que sea vista como otro instrumento financiero en manos de la minoría a la que la crisis está respetando. En segundo lugar, debe crearse una entidad público-privada que se encargue de dar a conocer, coordinar y apoyar estas iniciativas. El mecenazgo debe ser uno más de los instrumentos en manos de los gestores culturales, pero de ningún modo debe utilizarse como eximente de la responsabilidad que tiene el Estado en la cultura.

Para extraer todo su potencial, las instituciones culturales deberán profesionalizarse (en el MOMA de Nueva York, 50 trabajadores se dedican exclusivamente a buscar capital). Finalmente, nuestros políticos deben entender que, al igual que un inversor, el mecenas reclama estabilidad en la gestión y los fines de las instituciones. Mientras llega nuestro postre, nos queda la duda de si al café no le acompañará una pastilla de chocolate amargo.

José María Sanchís, gestor cultural.

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