Por un plan de paz integral

La ola de antioccidentalismo en el mundo musulmán, que culminó con el asesinato de diplomáticos estadounidenses en Libia, ha devuelto a Oriente Medio al centro de la escena. Oriente Medio sigue siendo un área inestable cuya realidad se impone incluso a quienes preferirían centrar su atención en otras zonas del planeta. Cabe comprobarlo en los discursos de los dirigentes políticos de Estados Unidos, Francia, Egipto y muchos otros países en la reciente Asamblea General de las Naciones Unidas. Quienquiera que resulte elegido presidente de Estados Unidos el próximo 6 de noviembre habrá de dedicar no poco tiempo y esfuerzos a esta cuestión y, preferentemente, necesitará invertir sus energías en resolver el conflicto en lugar de limitarse a gestionarlo.

Para Mitt Romney no constituirá un inconveniente: ya ha dicho que no hay posibilidad alguna de pueda ponerse en práctica una solución basada en la existencia de dos estados y ha añadido que en las materias relativas a Oriente Medio, llamará a su amigo, Beniamin Netanyahu, y le preguntará qué hay que hacer. Barack Obama no tiene a nadie a quien llamar, razón de la propuesta que se indica más abajo, una propuesta de un premio Nobel que, según parece, necesita un mandato adicional para justificar el premio concedido. La propuesta consiste en realizar un intenso esfuerzo –durante un periodo de meses, no de años– a fin de lograr el cumplimiento de la iniciativa árabe del 2002: la firma de acuerdos de paz entre Israel y sus vecinos, así como el reconocimiento de Israel por todo el mundo musulmán, con el envío de embajadores a Jerusalén. No se trata de una propuesta imaginaria o basada en la fantasía y exige una determinación firme y resuelta, así como un liderazgo convencido de su importancia para alcanzar la paz mundial y reducir de modo significativo la inestabilidad de esta región, que se caracteriza por tener permanentemente el motor encendido para disputar una nueva carrera.

El primer esfuerzo consiste en un intento para alcanzar una solución integral, lo que implica un diálogo a fondo con la Liga Árabe y con la Organización de Cooperación Islámica para coordinar las distintas expectativas así como para garantizar su aportación a una paz integral en la región, tanto desde un punto de vista financiero (como parte de la ayuda internacional a los refugiados palestinos) como desde un punto de vista político (su participación en la solución relativa a los santos lugares en la ciudad antigua de Jerusalén y la especificación del sentido de la normalización en sus relaciones con Israel).

El acuerdo palestino-israelí fue establecido, en principio, según los parámetros de Clinton en el 2000 y el acuerdo de Ginebra del 2003; sin embargo, es necesario efectuar determinados cambios que Estados Unidos se hallará en la necesidad de proponer (por ejemplo: reducir las modificaciones de la línea verde fronteriza, dejando a los israelíes que deseen permanecer allí en Cisjordania, conservando su ciudadanía israelí y convirtiéndose en residentes permanentes en suelo palestino con el compromiso de acatar la legislación palestina. Esta solución salvaría parte de los fondos de compensación y evitaría un enfrentamiento que no desea ningún gobierno israelí).

Es probable que el cambio político en Siria allane el camino en relación con una iniciativa espectacular de paz sirio-israelí, basada en una retirada israelí de los altos del Golán y su desmilitarización y en la ayuda internacional destinada al nuevo régimen que se establezca en Siria. Es una iniciativa que no puede ponerse en práctica mientras prosiga la guerra civil en Siria ni debe ser un prerrequisito de otras iniciativas de paz en la región. Una iniciativa palestino-israelí y, a no dudar, si se ve acompañada de una iniciativa sirio-israelí, fortalecería notablemente la paz entre Israel y Egipto y Jordania, y dificultaría el empleo de la cuestión árabe-israelí como excusa para lesionar los objetivos judíos y estadounidenses. Es probable que la iniciativa refuerce los puntos de vista pragmáticos tanto entre los palestinos como también en el mundo musulmán frente a las fuerzas islámicas extremistas e Irán. Es probable que favorezca la retirada de Iraq y Afganistán. Y será posible asociarla a la cuestión nuclear iraní, ya sea como parte de los acuerdos del Gobierno israelí o para eliminar la excusa principal empleada por el régimen de los ayatolás para su campaña de incitamiento contra Estados Unidos e Israel.

Los extremistas de ambas partes han triunfado, durante los últimos años, en su empeño en describir tal iniciativa como un imposible y en presentar a los defensores de la misma iniciativa como unos soñadores. La realidad es que, ahora más que nunca, esta iniciativa tiene un sentido práctico, debido tanto a la iniciativa árabe como al hecho de que las soluciones son bien conocidas y claras para todos. Aunque pueda traducirse aquí que me muestro excesivamente optimista y que por una u otra razón no es posible abrir la senda de una iniciativa tan importante, lo cierto es que Estados Unidos habrá de poner toda la carne en el asador para la aplicación de la segunda fase de la hoja de ruta en la que se hallan comprometidos Israel y la OLP: un Estado palestino con fronteras provisionales en relación con el cual la perspectiva de un acuerdo de estatus permanente y el calendario correspondiente sean aportados por Estados Unidos. Constituiría una iniciativa de alcance histórico, más sencilla de lo que parece.

Sería aconsejable su rápida puesta en práctica para impedir que resulte frustrada debido a las fuerzas extremistas. Podría aplicarse mediante la intervención de los dignatarios estadounidenses expertos en los asuntos de Oriente Medio y conocedores de las figuras relevantes de la región respetadas por ambas partes pero que no fueron invitadas a desempeñar ningún papel durante el primer mandato del presidente Obama. Se trata de personalidades que aún no han caído en actitudes cínicas en lo concerniente a las posibilidades de paz y que poseen la capacidad y competencia para hacer lo que no se ha hecho en los últimos cuatro años.

Yossi Beilin, exministro de Justicia israelí, negociador en el proceso de paz de Oslo. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.

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