Por un sistema sanitario excelente

En los últimos años, dado el incremento de la aportación que ha tenido el sector privado a nuestro sistema sanitario y los indudables beneficios y ventajas de la colaboración público-privada, una parte importante de nuestros políticos y representantes empresariales, a fin de tratar de compensar esta realidad insoslayable –con la «boca pequeña», no sea que políticamente se les vuelva en contra–, han pasado en líneas generales del tópico «sanidad pública-buena, sanidad privada-mala», a no importa la titularidad de quién financie, sino solo si la Sanidad es buena o mala. Hoy por hoy, en nuestro Estado de Derecho, en el siglo XXI, no debería tener sitio la sanidad mala, ni se debería aceptar, y por eso debería ser obligatoria la existencia de un observatorio nacional de resultados sanitarios y la publicación de los mismos tanto en el ámbito público como en el privado. En la actualidad sólo cabe la sanidad buena y, en mi opinión, deberemos poder elegir, sobre la base de un planteamiento ideológico, sobre si queremos un modelo que sea más o menos eficiente, es decir, que para los mismos resultados nos cueste más o menos, y esa eficiencia tiene que ver directamente con la búsqueda de la mejora continua para tratar de llegar a ser excelentes.

Hace unos días, en los premios de una importante asociación del sector sanitario, tuve el honor de recibir, en representación de nuestro grupo hospitalario, el premio a la Excelencia Sanitaria. La excelencia empresarial, desde un punto de vista teórico, es el conjunto de actuaciones basadas en los principios de liderazgo, atención al cliente, innovación, generación de alianzas, etcétera, que hacen, de una forma global, que el modelo de gestión sea lo más óptimo posible y obtenga los mejores resultados alcanzables. El paradigma actual de la excelencia empresarial viene representada por el Modelo EFQM. A la recepción del galardón, y como fui el primero de los premiados en recogerlo, tras mis lógicas palabras referidas al motivo del premio, la excelencia, la mayoría del resto de merecidos premiados, de manera concatenada, y aunque su reconocimiento nada tuviera que ver con la excelencia en particular, hacían mención en sus palabras a que su organización o su gestión era excelente. Uno de ellos incluso comento que la excelencia en su institución era tan habitual como «el café que se toma por las mañanas».

La excelencia empresarial no puede ser un slogan o un titular. La excelencia de cualquier empresa debe ser una meta, un objetivo y una vocación. Haciendo un símil, la excelencia empresarial es inalcanzable porque su consecución se basa en la mejora continua demostrable, y siempre se puede mejorar del mismo modo que cualquier persona tiene la pretensión en la vida de ser lo más feliz posible. Nunca se alcanza la felicidad absoluta. Siendo uno feliz, siempre se podría ser más feliz, al igual que alcanzando un certificado de empresa excelente se podría ser más excelente. La excelencia para una empresa es equiparable a la felicidad para el individuo.

En cualquier empresa esa búsqueda imparable de la mejora continua debería dar los mejores resultados posibles, aplicados al campo o sector al que se dedique la empresa. En salud, el objetivo de cualquier institución que trabaje con personas está claro: hay que intentar curar a todos los pacientes. Y dado que el objetivo, al igual que la felicidad plena o la excelencia absoluta, es inalcanzable, debe pasar al menos y en primer lugar por tratar de garantizar los mecanismos necesarios para que los usuarios no salgan peor de lo que entraron, como consecuencia de un proceso asistencial erróneo: Primum non nocere. De ahí la importancia del establecimiento de los sistemas de calidad en el ámbito de la salud, los cuales deberían ser absolutamente obligatorios por el producto que manejamos. Lo mismo que la publicación de resultados anteriormente referida.

Esta semana se ha hecho entrega al Dr. Rafael Matesanz, por parte de la Fundación Independiente, con nuestro patrocinio, del galardón al «Español Universal» por sus logros tanto desde el punto de vista cuantitativo como cualitativo de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT), desde su inicio hace casi treinta años, llevándola a ser la referencia mundial absoluta. La ONT la ha dirigido Matesanz hasta ser causa y motivo de orgullo patrio, pero nació con la vocación y el compromiso de todos los miembros que formaban parte de ella y la colaboración y el empeño de todos los españoles, hasta llevarla a ser la empresa sanitaria de nuestro país más excelente que hay, siendo, por cierto, para orgullo de todos los españoles una empresa de gestión pública. Una empresa que lucha por mejorar, una empresa saneada y bien gestionada, que publica sus resultados, que funciona bajo los principios de la honestidad, la ética y el rigor, que consigue el compromiso de sus empleados para dar el mejor servicio a sus clientes, es una empresa que busca esa excelencia.

Debemos ser más autocríticos con nuestro sistema sanitario y lo que podemos esperar de él. Nos debemos esforzar para que, partiendo de la base de que es bueno –mucho más si miramos hacia el exterior y lo comparamos– tratemos de que se encauce en esa senda de la mejora continua. Porque solo si se piensa en avanzar se garantiza no retroceder, y porque al final no hay condición que garantice más la felicidad de una sociedad que la salud y lo que esta condiciona la calidad de vida que tengamos.

Que se lo pregunten a todos los beneficiados de la Organización Nacional de Trasplantes.

Juan Abarca Cidón, presidente de HM Hospitales.

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