Por una abogacía en mayúsculas

Corren tiempos en los que la sociedad civil parece despertar una vez más con una mirada atenta y con una voz exigente, dirigida la primera y levantada la segunda hacia los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Pero no sólo eso: parece vigilar en grado especialmente escrupuloso las actuaciones de toda una galería de organizaciones y asociaciones que vertebran y reproducen el debate público, e incluso que influyen y lo condicionan.

En estas circunstancias, en las que el escrutinio sobre las instituciones fundamentales del Estado es tan activo, se echa con frecuencia en falta el referente de la Abogacía, como actor que desempeña un papel de vital importancia en nuestro sistema democrático, en la salvaguarda de nuestros derechos y la protección de nuestras libertades fundamentales. Ésa es una de las motivaciones capitales que me han llevado a reclamar el apoyo para convertirme en el próximo decano del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid.

Siempre he considerado que la búsqueda de la excelencia llega a través del reto, y que el sueño es un ideal que nos llama desde lejos y que nos anima para afrontar el esfuerzo y los desafíos. El orgullo de pertenencia tiene que ver, sobre todo, con la cultura de una organización, con los valores que la identifican, con el estilo. Y creo que quienes tenemos el deber y la responsabilidad de hacer efectivo el ejercicio del derecho de defensa que asiste a todo ciudadano hemos de hacer un esfuerzo para elevarnos, para dignificar nuestro oficio y restaurar nuestro orgullo, para compartir un protagonismo útil a la sociedad, que espera de nosotros algo más que la mejor promoción de nuestros clientes.

Siempre he pensado que renovar los sueños es renovar el sentido de la vida. Y que todo profesional está obligado a un intento permanente por mejorar que tiene mucho que ver con la búsqueda de la perfección. Elaine Fox, una de las grandes referentes mundiales de la motivación, sostiene que «la predisposición al optimismo no sólo consiste en mostrarnos alegres, sino más bien guarda relación con albergar esperanza en el futuro: es un convencimiento de que las cosas van a salir bien y una fe inquebrantable en que podemos lidiar con todo aquello que nos depara la vida».

No puedo coincidir en mayor medida con esta actitud ante las etapas nuevas. España intenta dejar definitivamente atrás una crisis –no sólo económica– que se ha hecho especialmente dura para los más desfavorecidos, incluidos muchos de mis compañeros. Por eso creo que la Abogacía está en un momento precioso para imprimir un cambio de velocidad, una transformación que a todos nos ilusione y aglutine. Por eso creo que hemos de mirar con más profundidad nuestras inquietudes y problemas, pero también los del conjunto de la sociedad, dispensando generosidad y solidaridad.

Atravesamos una época propicia para los inconformistas; para los que creen en la pasión como motor de todo proyecto que valga la pena acometer; para los que entienden que la rutina es un enemigo que corroe día a día, de modo casi imperceptible, el sentido de desafío que debe guiar a organización notable, y el Colegio de Abogados lo es. Las crisis reclaman acción, porque hacen que determinados operadores que deberían ser referentes para la sociedad civil caigan en la irrelevancia o generen confusión o se conduzcan por los derroteros de la indolencia; y no hay nada peor que la desconexión emocional entre el hombre y la tarea que desarrolla.

Estoy especialmente esperanzado con lo que a quienes nos sentimos especiales por dedicar nuestra energía a este oficio podemos conseguir juntos. En su memorable discurso en La Sorbona, Theodore Roosevelt proclamó que «no es el crítico quien cuenta, ni el que señala con el dedo al hombre fuerte cuando tropieza, o el que indica en qué cuestiones quien hace las cosas podría haberlas hecho mejor. El mérito recae en el hombre que se halla en la arena, el que lucha por llevar a cabo sus acciones con valentía, el que se equivoca y falla una y otra vez, porque no hay esfuerzo sin error y sin limitaciones… el que conoce los grandes entusiasmos, las grandes devociones, el que agota sus fuerzas en defensa de una causa noble».

Desde la humildad pero desde la seguridad de que es posible ser más útiles a los ciudadanos, convoco a mis compañeros a un sueño colectivo, atractivo, generoso, en el que quepan todos, con unas metas muy claras que hagan más estimulante el día a día. Y que le den sentido al viaje y a la misión de escribir una Abogacía en mayúsculas.

José María Alonso, candidato a Decano del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid.

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