Por una iniciativa de la izquierda europea

Firman este artículo: Massimo d'Alema, ex primer ministro italiano; Anna Diamantopoulou, diputada griega, antiguo miembro de la Comisión Europea; Kinga Göcz, ministra húngara de la Juventud, de la Familia, de Asuntos Sociales y de Igualdad de Oportunidades; Bruno Liebhaberg, presidente de la Izquierda Reformista Europea (Bélgica); Diego López Garrido, de la Fundación Alternativas (España); Dominique Strauss-Kahn, ex ministro francés de Economía y Finanzas, diputado (EL PAÍS, 14/01/06):

Desde los noes francés y holandés, Europa está averiada. Está en manos de los políticos conseguir que esta crisis no tenga carácter destructivo, sino constructivo. El necesario relanzamiento no provendrá de unos gobiernos que, en su mayoría, se resignan al fracaso del tratado constitucional. El impulso tiene que venir de la izquierda progresista que sitúa Europa en el corazón de su proyecto político.

Sin obviar el hecho de que el Tratado también ha sido aprobado por numerosos Estados miembro, queremos aprender del no expresado en los referendos y del creciente malestar respecto a la construcción europea. Los ciudadanos europeos critican tres aspectos que requieren una respuesta concreta.

Primera crítica: Europa es ineficaz. Los ciudadanos tienen la sensación de que Europa ha fracasado en su ámbito de competencia, la economía. Llevan razón. Desde mediados de los años noventa, la UE es una de las zonas de menor crecimiento mundial. Los países emergentes reducen sus diferenciales con nosotros y Estados Unidos nos adelanta. Mientras Europa muestre esta debilidad, los ciudadanos no apostarán por la construcción europea. Sin embargo, sí existe un plan para el crecimiento en Europa que es objeto de un amplio consenso. Incluye un marco estructural, la Agenda de Lisboa, que pretende conseguir la transición desde la economía industrial de ayer a la economía del conocimiento del mañana mediante fuertes inversiones en investigación, innovación, enseñanza superior e infraestructuras, y un marco macroeconómico: pilotar la zona euro. Hemos creado una zona económica integrada pero no la gestionamos y, por ello, no extraemos su potencial.

Tenemos un plan, pero no lo aplicamos por falta de instrumentos. La Europa económica es un proyecto inacabado: está a medio camino y hace agua. Para salir de este impasse, debemos dotar a Europa de competencias (legislativas, presupuestarias e institucionales) que permitan poner en marcha su plan de crecimiento. En particular, ello implica poner en marcha un Consejo de Ministros para el Crecimiento que apruebe por mayoría las normas que sean necesarias, así como un aumento y una reorientación masiva del presupuesto de la UE hacia las prioridades del futuro. También requiere una institucionalización del Grupo Euro (la reunión de los ministros de finanzas de la zona euro) para que puedan coordinar de modo eficaz la política económica, particularmente en materia fiscal y presupuestaria.

Segunda crítica: Europa no es suficientemente protectora. Los ciudadanos demandan protección porque forma parte de sus valores comunes y porque requieren apoyo frente a un mundo globalizado cambiante y abierto. Sin embargo, sienten que Europa ya no constituye una barrera eficaz frente a la amenaza de la globalización, e incluso consideran que a veces actúa como su caballo de Troya. Esta situación es insostenible. Europa debe dar respuesta a las expectativas de los europeos. Sólo ella tiene la masa crítica suficiente para afrontar los desafíos inherentes a la globalización. Por ello, el proyecto europeo debe abarcar la protección de los ciudadanos en el plano social, medioambiental y de seguridad. Debemos construir la Europa del Bienestar para el siglo XXI que emancipe y proteja.

Proponemos tres medidas prioritarias en materia social: una renta mínima europea, que contemple el derecho fundamental de todo ciudadano europeo a un nivel de vida mínimo; una seguridad social profesional, como primer derecho social europeo, que garantice los salarios contra las quiebras profesionales provocadas por el nuevo capitalismo globalizado, y un fondo de apoyo a la infancia para dotar a los ciudadanos de un capital cognitivo necesario en la economía del conocimiento.

En el ámbito de la justicia y de los asuntos internos, no se puede pretender luchar adecuadamente contra la criminalidad organizada y la amenaza terrorista, o incluso gestionar eficazmente nuestras fronteras exteriores, por no poner más que estos ejemplos, sin profundizar institucionalmente para superar el corset de las prerrogativas nacionales. La libertad y los derechos de nuestros ciudadanos, el concepto mismo de ciudadanía europea, dependen de ello.

Tercera crítica: Europa no tiene legitimidad democrática. Los ciudadanos tienen el sentimiento de no controlar las decisiones europeas. Quieren que Europa se haga con ellos, no sin ellos, y menos contra ellos. La separación entre una Unión de alto contenido político y de débil legitimidad democrática es insostenible. Hacer emerger la Europa democrática es un imperativo categórico. Implica una reforma institucional. Uno de los principales retos es la transformación de la Comisión en un verdadero ejecutivo democrático de la Unión, elegido por el Parlamento, surgido de la mayoría política salida de las urnas y, por tanto, responsable ante los ciudadanos.

Pero las instituciones no son más que una parte. Ellas se expresan, pero los ciudadanos no las entienden, y a la inversa. Falta en Europa un espacio democrático que anime la vida pública europea, que ponga en contacto ciudadanos e instituciones. Algunas reformas claves contribuirían a su creación. En primer lugar, situar la elección del presidente de la Comisión en el corazón de las elecciones europeas. Estas últimas saldrían reforzadas: designar al jefe del Gobierno es el principal reto político de todo escrutinio legislativo. Después, elegir los comisarios de entre los diputados europeos: el atractivo de las elecciones europeas para los responsables políticos aumentaría. Otra reforma, reservar una parte de los escaños del Parlamento europeo (por ejemplo, un 20%) a los parlamentarios elegidos en listas paneuropeas: ello estimularía el debate europeo desconectando la elección de la escena nacional. Por último, proceder a la proclamación unificada de los resultados de las elecciones europeas, lo que induciría a una lectura europea, y no nacional, del escrutinio.

Faltan los ciudadanos. Es una de las principales lecciones de la experiencia del Tratado Constitucional: queremos hacer Europa, pero nos hace falta europeos. Se puede facilitar la emergencia de la conciencia europea a través de multitud de iniciativas. Proponemos fundamentalmente la generalización del programa Erasmus, la enseñanza de la historia, las culturas y las instituciones europeas en los colegios, la enseñanza obligatoria de una segunda lengua europea desde la escuela primaria, un apoyo financiero mayor para la producción de obras culturales europeas, la creación de un gran medio audiovisual público europeo con vocación europea, o también la puesta en marcha de un foro permanente de debate sobre Europa en cada Estado miembro.

Hacer de la Europa económica un éxito. Construir la Europa-providencia que emancipe y que proteja. Hacer emerger la Europa democrática. Tales son los ejes de la iniciativa por un relanzamiento de la construcción europea que hemos elaborado en el marco de nuestros thinks tanks. Le corresponde ahora al Partido de los Socialistas Europeos, y, por extensión, a todos los progresistas, hacer de ello su prioridad política.