Por una nueva Commonwealth

Lo mejor que le puede pasar a Catalunya y a la Comunidad Valenciana es que sus relaciones se debatan de forma racional y pragmática y se aporten vías positivas de desarrollo a una relación que es, al mismo tiempo, compleja e inevitable. Y si las visiones que se aporten van en el mismo sentido que las dinámicas que ocurren fuera de nuestras fronteras (y no colisionan con ellas), es decir, si se adecuan a las tendencias reinantes en el resto de Europa y del mundo occidental, mejor todavía. A mi entender, esta es la ventaja principal de reinventar, con la expresión Commonwealth valenciano-catalana, la relación entre nuestras dos sociedades.

Pero además, tiene cuatro virtudes fundamentales.

En primer lugar, acudiendo a la propia definición original de la palabra como se puede comprobar en cualquier diccionario de inglés, defiende un sentido de "riqueza compartida", de "beneficios mutuos" para sus integrantes.

Mucho antes de que los restos del imperio británico pensaran en esta expresión como forma de vehicular sus relaciones, esta definición ya existía. Y creo que es la que deberíamos defender en primer lugar.

Me avanzo a decir que, contra el tópico reinante en una parte de la sociedad valenciana, Barcelona en contadas ocasiones ha desempeñado, respecto a Valencia, el papel que Londres ha tenido respecto a Delhi.

En segundo lugar, la expresión Commonwealth permite explicar los procesos que han ocurrido durante el siglo XX entre las sociedades catalana y valenciana: la articulación de una región económica sólida, de aventuras empresariales compartidas, de creación de flujos demográficos y de mercancías poderosos, de elaboración de discursos sobre acuerdos y particulares beneficios. Sin tratado fundacional ni acuerdo escrito, empresarios, ciudadanos y pensadores han contribuido a crear una gran región económica y social en esta parte de España, incluso en momentos políticos más duros y críticos que los actuales.

En tercer lugar, la expresión Commonwealth remite también al futuro: ¿en qué basar estas relaciones? En los intereses materiales, los beneficios mutuos y los pasos, lentos pero seguros, de explicación de los auténticos intereses de cada sociedad. Los procesos de construcción autonómica y la propia Constitución española han impuesto dinámicas mentales y legales que han hecho que cada comunidad sea responsable de su propio territorio y de muchos aspectos de su sociedad (cultura, lengua, universidades, espacios audiovisuales). Sin embargo, nada impide que gobiernos, ciudadanos y empresarios, mediante acciones de todo tipo, avancen en una visión compartida, en una estrategia interregional negociada y entre iguales. Que se planteen, en definitiva, dónde se está y dónde se quiere estar en un mapa global. En estas mismas páginas, Jordi Valls, presidente de la Autoritat Portuària de Barcelona, afirmaba que, desde China, la distancia entre Barcelona y Algeciras era insignificante. No digamos, pues, entre Valencia y Barcelona. Debemos ser conscientes de que, en el futuro, el mapa de Europa será el de grandes megarregiones y que estas serán juzgadas y evaluadas en función de sus infraestructuras internas y de conexión exterior, de su calidad de vida, de sus mecanismos económicos y de la formación educativa de sus sociedades. Todo ello nos debe impulsar a adoptar estrategias de "regionalización" de nuestro mapa mental.

En cuarto lugar, ymuy ligado con este último punto, la Commonwealth catalano-valenciana es nuestra respuesta particular a la reflexión que está aflorando en algunos países, como por ejemplo, en Francia y en Estados Unidos (atención a la blogosfera liberal, en el sentido norteamericano, como la de The Washington Post,con Ezra Klein), donde se está abogando por repensar (¡y recortar!) el poder de los "cuerpos intermedios", es decir, de los estados como California, Arizona u Ohio, aprisionados entre Barack Obama y Michael Bloomberg. Aunque aparentemente pueda parecer una contradicción, este debate se debe ganar en nuestro ámbito por elevación y no por enroque. Para decirlo más claro, ir más allá de las fronteras autonómicas (o nacionales) catalanas buscando complicidades robustecería el cuerpo social, económico y cultural de Catalunya. En cambio, encerrarse en sus límites geográficos e históricos y ensimismarse en sus propios procesos (lo mismo se puede aplicar a Valencia) pondría al país a los pies de los caballos de quienes comienzan a dudar de la escala intermedia entre el Estado y el espacio metropolitano y urbano.

Hay que moverse y el siglo XXI necesita esquemas y paradigmas del siglo XXI, por mucho que duela tener que reajustar otras entrañables narrativas.

Josep Vicent Boira, profesor de la Universitat de València.