Por una nueva política exterior europea

‘Reset’. Anoten esta palabra porque promete ser el término de moda en Bruselas esta temporada. Conforme se asienta la polvareda de las elecciones en Estados Unidos, el mismo ejército de comentaristas que en 2016 anunció el fin del orden internacional de posguerra ha salido en tromba a proclamar el inminente reset: el restablecimiento de los lazos entre Europa y EEUU.

No todas las capitales europeas reciben la victoria de Joe Biden con el mismo entusiasmo; a Boris Johnson, en particular, se le complica el Brexit. Pero casi todas agradecen el regreso de una Casa Blanca más predecible y decidida a reparar la relación euroatlántica tras el caos de cuatro años de Trump. Sin duda la larga carrera en política exterior de Biden y su compromiso con nuestros valores compartidos son buenas noticias para España y Europa. Pero hay un asunto esencial al que no estamos prestando atención. El entusiasmo actual, como el tremendismo de 2016, pone de relieve el pecado original de nuestra política exterior: es reactiva. Ni España ni la UE pueden condicionar su estrategia a quién gane unas elecciones Los presidentes de EEUU cambian; nuestros intereses geopolíticos, no.

Por una nueva política exterior europeaTras la victoria de Trump en 2016, con sus críticas a la OTAN y la UE, una Bruselas consternada respondió acuñando el concepto de autonomía estratégica, o, como la definió el Alto Representante Josep Borrell, una vía propia que evite un alineamiento con EEUU o China. Sonaba bien sobre el papel y pareció responder al panorama que se abría, pero el concepto nació con un problema de raíz, que explica su escaso recorrido más allá de informes y discursos oficiales. Y es que ser más autónomos del poder estadounidense implicaba el acercamiento de Europa a las otras dos potencias sentadas a la mesa: China y Rusia.

Tanto Francia como Alemania, motores de toda iniciativa de calado en Europa, ven en Vladimir Putin y Xi Jinping a dos líderes incómodos, pero con los que pueden convivir. Mientras que Rusia nutre las necesidades energéticas de la industria alemana, que exporta a China más que Francia, Italia y Países Bajos juntos, Francia aprovechó las horas bajas del vínculo euroatlántico para impulsar uno de sus objetivos desde la era De Gaulle: romper la dependencia europea del poder militar y diplomático estadounidense, equilibrándolo con un acercamiento a Pekín y Moscú. El objetivo último sería el de construir una Europa más asertiva y soberana, lo que en francés se traduce como más acorde a los intereses del Elíseo. Muchos de los socios europeos no comparten esta visión franco-alemana. Polonia y los bálticos, en particular, ven en Rusia la principal amenaza a su seguridad. Y no son pocos los que critican la tibieza europea ante los ataques chinos contra el Derecho internacional, la autonomía de Hong Kong o el pueblo uigur.

La ausencia de una visión compartida sobre nuestras amenazas potenciales, sumada a la falta de capacidades europeas para sostener la autonomía –algo más que evidente en los atolladeros del Mediterráneo y el espacio post-soviético– acabaron por hacer inoperante el concepto mucho antes de iniciarse la campaña electoral norteamericana. La victoria de Biden seguramente termine por condenar una autonomía estratégica que resulta incómoda en un momento en el que el reset con EEUU está en boca de todos. Borrell no ha tardado en matizar la idea en su blog con la pirueta intelectual de querer casar el concepto con el deseo de tener vínculos estrechos con EEUU.

Vistos los fallos de la respuesta europea en 2016, toca intentar analizar los que estamos cometiendo en 2020. Una verdadera política internacional debe aspirar a reconducir los acontecimientos, no a reaccionar ante ellos. Si la retirada europea ante Trump fue prematura (con la colaboración del propio Trump, todo hay que decirlo), la complacencia actual dista de ser el camino a seguir. En primer lugar, por una cuestión práctica. El presidente electo no ha ganado, como prometían los sondeos, por goleada; los demócratas no parecen reconquistar el Senado, retroceden en la Cámara y pierden terreno en los legislativos de los estados. Y buena parte del espíritu del America First sigue vivo. Si Europa ve a Trump como un paréntesis, y analiza la victoria de Biden como una vuelta permanente a la normalidad, se arriesga a quedarse expuesta, en caso de que el trumpismo volviera a la Casa Blanca en 2024.

¿Y España? Su ausencia total en un debate que debería estar liderando a nivel europeo es lo más preocupante. La ambigüedad euroatlántica puede ser una opción para otros países, pero no para España.

La geopolítica de nuestro país tiene tres ejes claros, condicionados por la geografía, la historia y la pertenencia a la OTAN y la UE: el continente europeo, el Atlántico y el Mediterráneo. Fuera de Europa, nuestros intereses más importantes están en América Latina y el mundo árabe, dos regiones en las que EEUU es la potencia dominante y en las que compartimos objetivos estratégicos con Washington: estabilidad, prosperidad y progreso. Combatir el yihadismo en el Sahel o resolver los conflictos en Libia, Siria y el Mediterráneo oriental requieren que EEUU se implique. Y para España, que depende del mar para el 80% de su comercio internacional, la defensa estadounidense de la libre navegación es esencial. Finalmente, la relación con EEUU es crucial ante el desafío marroquí en Ceuta, Melilla y en aguas de Canarias.

Que España haya respaldado un concepto de autonomía estratégica que la distancia de su socio más importante o que hoy asuma un rol de país espectador sólo se explica por la falta de una visión geopolítica propia, un mal que persigue a nuestro país desde hace décadas. Desde que Felipe González integrara a España en la OTAN y la UE, y el liderazgo de José María Aznar condujera a la primera fila de la política global, ningún presidente del Gobierno ha tenido la capacidad o el interés de defender una idea de Europa acorde a los intereses nacionales.

Ahora es el momento de que España vuelva a liderar. Con el Reino Unido fuera de la UE y Francia y Alemania dando prioridad a los vínculos con China y Rusia, además de con una Polonia trumpiana en una incómoda posición frente a Washington, España debería ser el ancla del atlantismo en Europa. No lo esperen de nuestro Gobierno. Iglesias destila un antiamericanismo tan infantil como trasnochado, y el PSOE arrastra todavía la inercia de los desplantes de Zapatero a EEUU. Tampoco parece probable que Vox vaya a impulsar el acercamiento a Biden tras la torpeza de apoyar a su rival en público.

Entre el fatalismo de 2016 y la complacencia de 2020 existe una tercera vía. Aprovechemos las fortalezas de la autonomía estratégica, como el impulso de las capacidades propias, pero para reforzar el vínculo euroatlántico, para anclarlo, no para debilitarlo o abandonarlo. Durante 70 años, la seguridad de EEUU y Europa descansó sobre la OTAN y garantizó el mayor período de paz, prosperidad y democracia que ha conocido el continente. Para hacer frente a los nuevos retos, debemos extender este ejemplo de integración a otros ámbitos, empezando por el económico. Un acuerdo comercial transatlántico amplio, estimulando una cooperación política más estrecha, actuaría de contrapeso democrático y liberal al auge de China. Desde una posición de fuerza, América y Europa tendrían la capacidad de evitar que China, a la que duplican en PIB, siga distorsionando el orden internacional y abusando del libre comercio, lo que ha perjudicado el empleo y la industria a ambos lados del Atlántico. Una mayor integración también serviría para frenar la campaña rusa de desinformación y estímulo a los regímenes iliberales.

El talento del estadista consiste en saber reconducir el curso de las relaciones internacionales hacia sus intereses, no en apartarse de él. La visión liberal, europeísta y atlantista es hoy la única capaz de proponer y diseñar una política exterior proactiva, consciente de los intereses geopolíticos de España y que mire hacia el futuro desde las dos orillas del Atlántico.

José Ramón Bauzá es eurodiputado de Ciudadanos, pertenece a la Comisión de Exteriores del Parlamento europeo y a la delegación para las relaciones con EEUU.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *