Muchos países en Medio Oriente y África del Norte (MENA, por su sigla en inglés) siguen estancados en la transición de una economía administrada a una de mercado. Aunque algunos han avanzado más que otros, todos siguen lidiando con una amplia gama de desafíos económicos y políticos.
Los principales obstáculos económicos pueden dividirse en dos categorías generales: estructuras de propiedad opacas e incapacidad de las empresas para ingresar o salir fácilmente de los mercados. Políticamente, el hecho de que muchos países en Medio Oriente y África del Norte sean autocracias —la región es una de las últimas del planeta con monarquías absolutas y regímenes militares— es la principal barrera al cambio económico.
De todas formas, la presión social ha ido en aumento con el surgimiento de una generación más formada, cuyas aspiraciones suelen superar las limitadas oportunidades disponibles en el mercado de trabajo dominado por las contrataciones del sector público. El sector privado en la mayoría de los países de Medio Oriente y África del Norte sufre una anemia crónica y la politización del empleo dejó de hecho sin representación a muchos jóvenes y desató una explosión de furiosas protestas callejeras.
Las revueltas generalizadas que comenzaron con la Primavera Árabe en 2011 conmocionaron a los sistemas políticos de la región, pero sus desenlaces fueron muy diversos. Mientras que algunos regímenes cayeron, otros se tornaron aún más autocráticos, y las élites por lo general no aceptaron la necesidad de una profunda reestructuración económica y reforma de los mercados laborales.
La situación en la región se asemeja a la del bloque soviético en la década de 1980: por un tiempo, quienes cabildearon contra las reformas —especialmente los miembros más afianzados de la nomenklatura— lograron evitar las medidas audaces e inclusivas que hacían falta, pero eventualmente la incapacidad de las élites para adaptarse llevó a un colapso político completo, que permitió finalmente la transformación del sistema.
De manera similar, los gobiernos de Medio Oriente y África del Norte en la actualidad funcionan con opacidad estratégica. Muchos países solo revelan cantidades limitadas de los datos más básicos necesarios para llevar adelante debates informados sobre las políticas públicas. Por lo general esta información fluye desde las agencias del gobierno a sus comités asesores favoritos, cuyos análisis son entonces discutidos en los medios.
Este proceso de intermediación permite a los gobiernos mantener la distancia. Las autoridades locales y los administradores públicos evitan habitualmente rendir cuentas mientras, tras bambalinas, poderosos miembros que se benefician con rentas derivadas, por ejemplo, del petróleo o posiciones monopólicas en sectores clave, mantienen el statu quo.
Un obstáculo particularmente significativo para las reformas son quienes poseen licencias exclusivas de importación de productos de consumo. Según estos acuerdos, las importaciones en muchos países están subsidiadas de hecho por un tipo de cambio sobrevaluado, mientras que el sistema financiero local presta al gobierno para financiar lucrativas actividades de importación en beneficio de unas pocas élites. Aparentemente los líderes políticos han sido incapaces de lidiar con estos intereses creados, incluso cuando aumentó la presión ejercida por las generaciones jóvenes excluidas.
Pero, a pesar de los esfuerzos de las élites para reprimir la presión para lograr cambios, una segunda ola de protestas recorrió la región en 2019. Esto sugiere que el capital político de la mayoría de los líderes está llegando a su fin. En Medio Oriente y África del Norte las protestas son una forma relativamente nueva de presionar a las autoridades para que rindan cuentas. Y ahora el doble impacto de la pandemia de la COVID-19 y el colapso de los precios del petróleo parece haber dado un golpe fatal a un contrato social que ya se resquebrajaba bajo el peso del cambio demográfico.
La nueva demanda de responsabilización abre una vez más la puerta al cambio. Hay una oportunidad para educar a toda la población de la región sobre las deficiencias del sistema actual y trazar el rumbo hacia una transformación muy necesaria. Esto es preciso para crear un grupo dinámico, pero estable, a favor de la reformas más profundas e inclusivas cuando surja la oportunidad. Con el apoyo de una amplia base de electores, los líderes políticos pueden entonces reunir el coraje suficiente tanto para iniciar los cambios como para mantener a raya a la oligarquía, ahora debilitada.
Pero la transformación no puede ser incremental ni tener lugar de a un proyecto a la vez. Los países de Medio Oriente y África del Norte necesitan una reforma radical para reequilibrar el papel del Estado y las empresas y trabajadores a los que protege con el de un mercado mayormente informal. Para tener aunque sea una posibilidad remota de éxito, las ideas que subyacen a la transformación a gran escala deben conseguir un amplio apoyo popular, especialmente entre los jóvenes.
Un enfoque verticalista para renovar el contrato social no funcionará; el tipo de renovación que hace falta requerirá la toma descentralizada de decisiones, apuntalada en un cambio en las actitudes sociales sobre la toma de riesgos por parte de las personas. Los líderes políticos, incluso cuando son electos democráticamente, no pueden simplemente ordenar a la población que haga esos cambios; cada persona tendrá que adoptarlos.
Teniendo esto en cuenta, la comunidad internacional debe buscar maneras de ampliar la capacidad de la región para pensar en forma diferente, tanto entre los funcionarios del gobierno como entre los ciudadanos. Una estrategia para difundir ideas sobre la reforma podría ayudar a crear la cultura necesaria para apoyar a los mercados y las políticas basadas en los hechos.
La presentación de nuevas ideas y modelos es la forma de lograr que la región se involucre paulatinamente antes de emprender la difícil tarea de transformarse a sí misma. Lo principal es que los países de Medio Oriente y África del Norte necesitan un ámbito para el debate independiente de las políticas económicas. La comunidad internacional debiera entonces centrarse en cultivar gabinetes estratégicos independientes, que escasean en la región debido a las políticas gubernamentales que los desalientan o prohíben.
Un nuevo ecosistema para crear y difundir ideas proporcionaría a su vez a los periodistas y otros la información que necesitan para lograr que los gobiernos rindan cuentas. Lo que más necesita la región de Medio Oriente y África del Norte es que el sol brille más fuerte todavía sobre ella.
Rabah Arezki, Chief Economist of the World Bank’s Middle East and North Africa Region, is incoming Chief Economist and Vice President of Economic Governance and Knowledge Management at the African Development Bank.