Pornografía e ideología

Por Juan A. Herrero Brasas, profesor de Ética y Política Pública en la Universidad del estado de California (EL MUNDO, 17/06/06):

En estos momentos se debate a nivel político sobre la posibilidad de regular legalmente la prostitución. El debate está teniendo lugar en círculos reducidos y con menos participación pública de la que merece el asunto, resultado de una también escasa contribución argumentativa por parte de periodistas e intelectuales en general. De hecho, los escasos reportajes sobre la cuestión que han aparecido en la prensa más que ofrecer un análisis sólido se centran en lo puramente anecdótico, cuando no incluso en los aspectos eróticos a que invita tan sabrosa cuestión. Recuerdo un reportaje en que su autor nos contaba la aventura erótica que había tenido en un prostíbulo mientras recababa información y, valiéndose de estadísticas dudosas, por no decir absurdas, nos informaba, diríase que con orgullo, de que España es «el burdel de Europa». El asunto merece un tratamiento mucho más serio. Y esa seriedad ha de comenzar por dejar de tomar el pelo al desinformado ciudadano con estadísticas inventadas, cuyas cifras no son más que puras especulaciones engendradas por la calenturienta imaginación de un cierto tipo de macho ibérico.

En un asunto como éste hay que escuchar la voz de las mujeres más concienciadas, pues son mujeres fundamentalmente el objeto, y en muchos casos las víctimas, de ese comercio. Las feministas están divididas. El feminismo liberal está a favor de liberalizar la prostitución, mientras que el feminismo radical es firmemente partidario de acabar con la prostitución a base de penalizar especialmente al consumidor.

Karl Marx consideraba la prostitución como exponente máximo del sistema capitalista, y como signo inequívoco del sometimiento y degradación que sufre la mujer por parte del hombre. Y afirmaba enfáticamente que en una sociedad en que hombres y mujeres fueran iguales no habría lugar posible para la prostitución. Pero tanto Marx, en su época, como quienes debaten la cuestión en la actualidad, tienen fundamentalmente en mente la prostitución femenina. No hay que olvidar, sin embargo, que existe también una prostitución masculina dirigida al mundo gay (a la que, curiosamente, según los estudios con que contamos, se dedican muchos hombres heterosexuales), y otra prostitución masculina, infinitamente más reducida, dirigida a mujeres heterosexuales.

Cabe preguntarse si los argumentos en torno a la prostitución femenina son aplicables también al caso de la prostitución masculina, y la respuesta es, por los datos con que contamos, generalmente negativa. A diferencia de la mujer, el hombre, heterosexual u homosexual, que practica la prostitución mantiene intacto su estatus social de superioridad, estatus que es aún inherente en la cultura occidental al género masculino. Sus prácticas de prostitución las vive en muchos casos como un mero episodio pasajero de promiscuidad que no le crea conciencia de estigma, y del que no siente que tenga que rendir cuentas a nadie. Es un asunto muy diferente el de la mujer que se prostituye. A diferencia del hombre, la mujer está generalmente expuesta a todo tipo de abusos y manipulaciones, y se encuentra frecuentemente atrapada en una situación de la que no puede salir. Se trata, pues, de dos fenómenos que requieren análisis diferentes, y posiblemente, también planteamientos legales diferentes.

Prostitución y pornografía son dos fenómenos que van íntimamente asociados. La pornografía es la representación gráfica de actos de prostitución (del griego porné, prostituta, y grafos, representar gráficamente). Desde los años 70, las feministas radicales llevan librando una batalla sin cuartel contra la pornografía, contra todo tipo de pornografía, por considerarla un acto de difamación contra la mujer. Es muy copiosa la bibliografía que han producido Andrea Dworkin, Katharine MacKinnon, Susan Griffin, y otras muchas ideólogas de ese movimiento. Sus teorías, que son de obligado estudio en diversas facultades universitarias, han tenido ya efectos concretos a nivel legislativo, principalmente en Canadá, Reino Unido y algunos países escandinavos.

Para las feministas radicales, la pornografía, que siempre es creada por hombres y para hombres, proyecta una imagen falsa de la mujer, una imagen que es sólo el producto de la fantasía masculina. Esas imágenes, que son difamatorias, pues falsean la auténtica naturaleza de la mujer para adaptarla a los deseos del hombre, modelan a la larga la conducta de muchas mujeres, convirtiéndolas en víctimas de falsa conciencia y marionetas de la hegemonía masculina. Para estas feministas, la pornografía constituye una especie de censura sobre la capacidad de expresión de las mujeres, y por tanto la eliminación de esa censura es lo que daría libertad de expresión, y con ello auténtica igualdad, a las mujeres.

El consumo de pornografía es una forma de participación indirecta en la prostitución de los actores utilizados para producir dichas imágenes. Esta es la razón, y no otra, por la que está prohibida la pornografía infantil. No es que tal tipo de pornografía sea especialmente repugnante, como algunos ingenuamente creen. La prohibición de la pornografía infantil responde exclusivamente a un intento de evitar que se pueda utilizar a menores en su producción. Precisamente, el Tribunal Supremo de EEUU ha dado recientemente una sentencia según la cual no se puede prohibir la pornografía infantil realizada puramente con técnicas informáticas. El mismo tipo de argumento que sirve de base para prohibir la pornografía con niños me parece válido para prohibir la pornografía con animales, con objeto de proteger a los animales de la bestialidad humana. Lamentablemente, tal tipo de material se permite en España.

Como toda forma de representación, la pornografía conlleva, o más bien encubre, una ideología, algunos aspectos de la cual -los que he resumido anteriormente- son denunciados insistentemente por las feministas. La pornografía es una forma de arte elitista (y entiéndase que el denominarlo arte no justifica nada). Es ante todo la glorificación de los cuerpos de elite, producto en muchos casos de una imaginería técnicamente manipulada.

Todos vemos ocasionalmente cuerpos de elite en la vida real, pero en la pornografía se concentran de tal modo que se genera la impresión de que la realidad de la persona normal, del trabajador, de quien no se puede pasar la vida en el gimnasio ni dedicar cuidados exquisitos a su apariencia, es una realidad deficiente, inferior. El consumidor de pornografía desea ardientemente esos cuerpos de elite, y ello, por contrapartida, le lleva a despreciar en la misma medida el cuerpo trabajador, el cuerpo imperfecto, vulgar. Es lo que investigadores y especialistas norteamericanos denominan el factor Farrah.

En cualquier caso, el recurso a una sexualidad vicaria, a una forma de prostitución enlatada, es ante todo una claudicación de la propia sexualidad y una desvalorización de sí mismo. Ideológicamente, la pornografía es un veneno recubierto de una dulce cápsula, tanto para el marxismo tradicional como para las feministas radicales de la actualidad. La globalización pornográfica que denuncian éstas últimas se plasma, según ellas, en última instancia en desprecio y violencia contra el sexo femenino, y en una constante exigencia de que ésta renuncie a su propio carácter y se ajuste a la fantasía pornográfica, que normalmente siempre se representa en las fantasías del sexo masculino.

La prostitución nunca ha sido un exponente de liberación sexual, sino más bien de la hipocresía reinante bajo el régimen machista y capitalista del mundo occidental. El asunto es lo suficientemente importante como para merecer un cuidadoso análisis.