Después de la sorpresa que supusieron los resultados de las elecciones para el Parlamento Europeo, nadie se atreve en Portugal a hacer pronósticos sobre las elecciones legislativas del próximo domingo, 27 de septiembre. Las certezas se han evaporado. Apenas una parece creíble: el próximo Gobierno (sea de izquierdas o de derechas) será de mayoría relativa, lo que puede dar lugar a un futuro de inestabilidad gubernativa. Entretanto, los sondeos que otorgan una pequeña ventaja a los socialistas parecen corresponder mejor a la realidad de una posible victoria del PS que los sondeos de antes de los comicios de junio, desmentidos por la severa derrota del partido en el poder en beneficio de la oposición (PSD, socialdemócratas, y BE, extrema izquierda). La desconfianza general de los electores, los políticos y los politólogos en lo que a los sondeos se refiere tal vez no tenga razón de ser en esta ocasión.
He aquí el porqué: el voto de junio fue un voto de castigo contra el Gobierno de Sócrates: contra su carencia de política social, contra su arrogancia, contra su autoritarismo, que humilló a diversos estamentos profesionales (como a los profesores que en dos ocasiones se manifestaron en Lisboa sacando a más de 100.000 personas a la calle, sin que eso modificase la política educativa del Ejecutivo), contra las reformas que hizo y las que no hizo, contra el desempleo galopante y la política económica. Hartos de hacer sacrificios para nada, los portugueses votaron de forma compacta contra el poder socialista (y no por las cuestiones europeas). Un voto de una población irritada tanto más significativo considerando que la oposición se hallaba dividida y desorganizada. Fueron los ciudadanos portugueses y no los partidos quienes derrotaron al PS; fueron las cuestiones nacionales las que los motivaron y no las relaciones de Portugal con la Unión Europea.
De esta forma, en cierto modo, los portugueses ya han votado en las elecciones legislativas. Ya han castigado a quienes los habían maltratado tanto. Ya está hecho. Pero eso plantea un problema: ¿y ahora qué? ¿Qué sentido -simbólico y real- ha de darse al voto del próximo domingo? Sobre todo porque la victoria del PSD y del BE en junio supuso más un voto negativo para el PS que una afirmación positiva de los partidos de la oposición.
Eso explica en parte la falta de entusiasmo que se está verificando en esta campaña frente al que se manifestó en las europeas. Ahora no hay causas de estímulo, no hay razones evidentes para votar contra Sócrates, por Ferreira Leite (PSD) o por Louçã (BE). No sólo porque los indicios del fin de la crisis empiezan a manifestarse, sino sobre todo porque el clima político ha cambiado de forma decisiva. Hoy el elector no sabe bien en qué realidad se sitúa, viviendo, más inconsciente que conscientemente, en una atmósfera irreal en la que los discursos, los debates, los programas políticos dejan de ser creíbles; en la que las promesas para el futuro son vagas, dependientes de un contexto del que todo se desconoce.
Los debates de la televisión no ayudan a esclarecer nada. Los políticos han desaparecido de escena, dejando el espacio político-mediático ocupado casi exclusivamente por los líderes. Parece como si los partidos tuvieran ahora un solo responsable, un solo jefe. Y lo que cuenta es su imagen (más que su discurso, su visión política o sus argumentos). En una palabra, el tiempo se ha detenido, el futuro ha desaparecido como dimensión fundamental de la motivación, es decir, de la esperanza y de la adhesión a un programa. Los portugueses viven la política sin verdadero compromiso, porque lo real ha quedado obliterado de la discusión de los problemas de los que depende su vida.
Un factor impera en medio de esta atonía general: la imagen del líder. Ahora bien, no se trata de una imagen que debiera caracterizar las capacidades de liderazgo de un político, sino del conjunto de sus rasgos psicológicos o caricaturescos: la nueva bonhomía de Sócrates (que parece ahora un "portugués suave", que escucha y respeta a los demás, que hace concesiones y comprende el malestar de ciertas clases de portugueses; en contraste con la imagen de "animal feroz" como él mismo se autocaracterizaba antes), el peinado o los errores de dicción de Manuela Ferreira Leite, la forma de vestir de Portas (CDS, derecha conservadora), las gafas de Louçã (BE).
Por otro lado, se ha producido bruscamente una bipolarización de la imagen. Según el discurso de Sócrates, sólo cuenta la lucha entre los "dos candidatos a primer ministro", él mismo y la líder del PSD, omitiendo que se trata de una elección de diputados al Parlamento nacional, y que hay otros partidos en liza. Esta manera de apelar al "voto útil" -que está contaminando a todos los partidos, grandes y pequeños- ha contribuido a hacer pedazos la discusión política: aislando a cada partido, encerrándolo en sí mismo, volviéndolo contra los demás. Se ha acabado con el verdadero debate, que presupone una comunidad política, lazos (para coaliciones futuras o eventuales rupturas) entre los partidos, argumentos que son escuchados y modificados.
Todo ello ha desaparecido, el espacio político de esta campaña va reduciéndose cada vez más a un panorama de grupos políticos atomizados con un solo objetivo: obtener el mayor número de votos para sí mismos, arrancando a los demás lo máximo posible. De esta forma, han muerto las discusiones importantes, se han desvalorizado y se han apagado problemas decisivos que se plantean en el Portugal de hoy: desde la libertad de expresión y las presiones políticas sobre las empresas al caso Freeport, pasando por la corrupción, las disfunciones de los órganos de soberanía, el desempleo que sube de forma exponencial, la pobreza de dos millones de portugueses, el endeudamiento exterior del Estado, el futuro de las reformas comenzadas y pospuestas. Habiendo dejado de tener interés los problemas serios, ello ha redundado en una extraordinaria ganancia para el poder. El poder por el poder. Conforme prolifera este clima en los partidos, el elector portugués va desmotivándose y anestesiándose políticamente. ¿Cómo ha podido llegarse a tal situación?
Ya hemos recordado varios factores con especial relevancia para el cambio de imagen del líder socialista. Cambio radical, que ha tenido un efecto radical también: se ha abolido la conflictividad dura en toda la campaña. Las críticas de los adversarios se han atenuado, han perdido perspicacia, se han amoldado a la moderación y contención de la nueva imagen de Sócrates -y se han vuelto incluso reverentes, casi siguiendo apenas los temas y las cuestiones propuestas por Sócrates para su discusión, olvidando y evitando las que él evitaba-. Se ha formado de esta manera un escudo, una especie de barrera de rechazo que ha paralizado y condicionado a los adversarios y todo el clima de la campaña. Sobre todo porque el Gobierno lo aprovechó para relanzar entretanto el "Estado social", con miríadas de iniciativas puntuales de ayuda a los más desfavorecidos, a los estudiantes, a las pequeñas y medianas empresas, dando la idea de una política "que piensa en las personas". La oposición quedó desarmada. Y el ciudadano común entró en múltiples impasses dobles (estar en contra de Sócrates es estar en contra de uno mismo, votar por Sócrates es creer que su política ha cambiado, al igual que su imagen...). Ahora bien, el doble impasse lleva al colapso emocional o a la anestesia de la irrealidad. El pueblo portugués ha escogido la segunda vía.
A continuación, con tantos fuegos artificiales sin respuesta por parte de la oposición, la atonía se ha instalado con la ayuda de la oposición, incapaz de oponerse al eficaz ejercicio de poder propagandístico-mediático de Sócrates, que ha conseguido refrenar la rabia que le llevó a la derrota en las elecciones europeas, e incapaz de canalizar esta última (que fue más allá del ámbito partidista) hacia una pugna de política nacional institucionalizada.
Todo ello revierte en favor de Sócrates. No sé si revierte en favor del pueblo portugués, que, desde luego, no es simplemente una víctima, sino también el responsable de lo que le sucede.
José Gil , filósofo portugués. Ha publicado Portugal hoy. El miedo de existir (Editora Regional de Extremadura). Traducción de Carlos Gumpert.