Portugal y España: una crisis europea

Soy portugués (y patriota) pero también me siento ibérico y europeo.

Portugal y España hicieron su ingreso un mismo día, el 12 de junio de 1985, en la entonces llamada Comunidad Económica Europea, en dos inolvidables ceremonias que tuvieron lugar en los Jerónimos de Lisboa y, más tarde, en el Palacio de Oriente de Madrid. Fue el principio de una nueva fase en la historia de los dos Estados ibéricos y de sus respectivas poblaciones.

El ejemplo ibérico de unas transiciones pacíficas hacia la democracia fue muy estimulante para los Estados iberoamericanos y no solo para estos. Tuvo efectos positivos en otros continentes. Estados Unidos acabó por convencerse, al fin, de que para luchar contra el comunismo no había que utilizar dictaduras de signo opuesto, sino, todo lo contrario, ayudar a quienes luchaban por la democracia.

A partir de ahí, España y Portugal no dejaron de convergir en su política interior y exterior, así como en sus excelentes relaciones peninsulares. Se convirtieron en Estados hermanos y convergentes, sin fronteras, ayudando a crear la Comunidad Iberoamericana, donde se habla español y portugués. Formamos una comunidad con raíces, tradiciones y culturas muy próximas, de unos 750 millones de ibero-hablantes, un poco más del 10% de la población mundial. Algo no desdeñable.

La Unión Europea, en la que España y Portugal están integrados desde hace 25 años, nos ayudó mucho, qué duda cabe. Ambos países nos caracterizamos por un desarrollo incomparablemente mayor que el que tuvimos en tiempos de nuestras dictaduras. Con todo, la Unión nunca quiso comprender el peso político, cultural e incluso económico que, en conjunto, representamos. Las intrigas y divisiones con las que, en el pasado, Reino Unido y Alemania, sobre todo, quisieron separar a ambos Estados peninsulares no se han acabado en absoluto.

Entretanto, el mundo ha cambiado y sigue cambiando. Vivimos hoy en un mundo multicultural y multilateral -ya no bilateral- donde los colosos emergentes como Brasil, Rusia, India y China (los llamados BRIC) y otros más, cuentan mucho. Algunos de ellos, en todos los continentes. Vivimos en un planeta con una globalización financiera y económica carente de reglas, donde el mundo occidental, alejado de sus valores éticos y políticos, parece estar entrando en decadencia.

Es hora de que España y Portugal, que tienen una política exterior convergente y una política interior complementaria, Estados ambos miembros de una Unión Europea que carece hoy de brújula y de rumbo, alcen su voz y expongan su punto de vista. La unidad y la solidaridad entre los Estados miembros de la Unión parecen estar en trance de desaparecer, al igual que la propia identidad del proyecto europeo, basado en la paz, la democracia y el bienestar, con especial énfasis en los contratos social y ambiental.

Divididos entre los países que se adhirieron al euro y al espacio de Schengen (16 de 27 Estados) y los que no lo hicieron, pero también entre los que mandan de verdad (mediante la ficción de las instituciones de Bruselas), la Alemania de la canciller Merkel, a través del Banco Central Europeo, tal vez aún junto a Francia, y el resto de países, que permanecen extrañamente callados, siguiendo, sin apenas protestar, las recomendaciones que se les hacen.

Lo que ocurre es que la política del Banco Central Europeo y de la Comisión se muestra decididamente economicista, en el sentido de que sigue los intereses especulativos de los mercados, sin rótulo identificador, y nos impone ajustes brutales en el ámbito social, ambiental, cultural y hasta educativo. ¿Para qué? Con el único objetivo de reducir el déficit y el endeudamiento exterior (de los que los especuladores han sido, en parte, responsables), nos arrastran hacia una peligrosísima recesión económica. Además de sumirnos en la parálisis política.

España y Portugal se cuentan entre las víctimas de esta estrategia obsoleta delineada por la señora Merkel y por el BCE, con el concurso de la Comisión Europea. Han sido ellos quienes nos han impuesto medidas durísimas para nuestros respectivos pueblos. No hemos podido evitarlas, de momento, para no vernos asfixiados financieramente.

Pero no debemos ni podemos quedarnos callados. Es hora de que suene nuestra voz, de decir basta y de exigir un debate europeo serio y transparente, para que el pueblo europeo comprenda hacia dónde lo están llevando los actuales líderes europeos.

La península Ibérica tiene autoridad y peso para hacerlo. Zapatero y Sócrates, en mi modesta opinión, deben entenderse en tal sentido, de modo que sean los primeros en denunciar la peligrosísima senda por la que está transitando la Unión Europea, antes de que acabe el año y sea tarde. De modo que puedan ser escuchados y acompañados por el pueblo europeo, por los diputados del Parlamento Europeo y acaso por algunos de los burócratas de Bruselas.

Se trata de evitar que la Unión caiga en un proceso de disgregación a causa de las dificultades del euro y de ciertas tendencias nacionalistas. Algo que será irremediable si la Unión no cambia de política, o mejor aún, como dice Obama, si no adopta un nuevo paradigma de crecimiento.

Por Mário Soares fue presidente y primer ministro de Portugal. Traducción de Carlos Gumpert.

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