Portugueses y españoles

Recorro Castilla la Vieja y me voy encontrando con multitud de vestigios que relacionan la historia de este reino, que es tanto como decir la de gran parte de España, con Portugal. Los vínculos familiares de las casas reales fueron estrechos, pero, por ejemplo, ¿cuántos saben que la madre de Isabel la Católica era una princesa portuguesa o que en la batalla más famosa y legendaria de la historia lusitana, aquella donde desapareció el rey don Sebastián luchando en África contra los musulmanes, combatieron a su lado tropas españolas? Está por escribir la historia común de los pueblos peninsulares. ¿Por qué continuar ocultándola?

Portugueses y españolesEn Alcazarquivir, en el año 1578, también tuvo un final gratuitamente heroico uno de nuestros más grandes y desconocidos poetas, Francisco de Aldana. De la estirpe de Garcilaso, el capitán Aldana, que había combatido en Flandes bajo las órdenes del duque de Alba, y junto a don Juan de Austria contra los turcos, fue requerido por el rey portugués para emprender a su lado esta aventura. El español, en carta a don Gabriel de Zayas, secretario del Consejo de Estado, firmada en 1577 en Lisboa, le dice: «... y a esta hora tengo hablado tres veces a su majestad, el cual me tiene lleno de amor y admiración..».. El rey portugués manifiesta tales adjetivos en una misiva enviada a su embajador, para que le explique a su querido tío, Felipe II, la necesidad de incorporar al cuerpo expedicionario a este curtido soldado. El rey español había mandado al norte de África al militar-poeta como espía para que analizase de primera mano la situación, y finalmente, accedió a que éste se incorporara al ejército portugués llevando consigo a más de quinientos soldados.

Aldana ensalzó en sus poemas el «íbero valor» y teorizó sobre la «monarquía universal» representada por ambos reinos peninsulares, no sólo vecinos sino también unidos por estrechísimos y prolongados lazos familiares: «De un mundo sólo habrá sola una llave / puesta al yugo de Dios leve y suave». Aldana, fiel a su fama, luchó valientemente hasta el final. Diego de Torres informa por carta a Felipe II del desastre y comenta que su capitán, requerido por el rey don Sebastián a tomar de nuevo la montura, pues había descabalgado de tanto luchar, lo desoyó diciéndole: «Señor, ya no es tiempo sino de morir, aunque sea a pie». ¡Magnifico verso! Aunque La Rochefoucauld escribió que la muerte es como el sol, no se la puede mirar de frente, Aldana, aquel 4 de agosto, bajo un sol de justicia, le vio el rostro y no le tuvo miedo. Tenía cuarenta y un años. «¡Valasme Dios, y cómo veo la muerte / con podadora hoz cortar mil vidas, / y la vida tornar más firme y fuerte / a meterse de muerte en las heridas!». Aldana no es un poeta épico triunfalista, por el contrario, tiene una excepcional conciencia existencial regida por la fuerza del destino. En un soneto extraordinario lo deja claro: «El ímpetu cruel de mi destino, / ¡cómo me arroja miserablemente / de tierra en tierra, de una en otra gente, / cerrando a mi quietud siempre el camino! // ¡Oh, si tras tanto mal, grave y contino, / roto su velo mísero y doliente, / el alma, con un vuelo diligente, / volviese a la región de donde vino!; // iríame por el cielo en compañía / del alma de algún caro y dulce amigo, / con quien hice común acá mi suerte. // ¡Oh qué montón de cosas le diría, / cuáles y cuántas, sin temer castigo / de fortuna, de amor, de tiempo y muerte!».

En la 'Carta para Arias Montano sobre la contemplación de Dios y los requisitos della', escribe: «... yo soy un hombre desvalido y solo, / expuesto al duro hado cual marchita / hoja al rigor del descortés Eolo; // mi vida temporal anda precita / dentro el infierno del común trafago / que siempre añade un mal y un bien nos quita. // Oficio militar profeso y hago, / bajo condenación de mi ventura / que al alma dos infiernos da por pago. // Los huesos y la sangre que natura / me dio para vivir, no poca parte / dellos y della he dado a la locura, // mientras el pecho al desenvuelto Marte / tan libre dique sin mi daño puede, / hablando la verdad, ser muda el arte. // Y el rico galardón que se concede / a mi (llámola así) ciega porfía / es que por ciego y porfiado quede...»..

Aldana fue un poeta de original y variada voz. Sus asuntos tratan lo religioso, lo amoroso, lo mitológico, lo patriótico, lo epistolar, lo burlesco, lo bucólico y lo existencial. Si logramos separar la hojarasca estilística y argumental que lo circunscribe a su tiempo, nos encontramos unos versos y unos poemas de los mejores entre la poesía española de todas las épocas. Aldana le dio un papel al erotismo femenino, la dama sufre y hace sufrir, duda, goza y tiene voz. Pero siendo este aspecto el de Aldana, que procede de una evolución del sentimiento renacentista amoroso muy importante, me interesan más sus reflexiones sobre la vanidad del mundo, su escepticismo como militar, la crítica de la vida cortesana y, aún más, la alabanza de la vida retirada y la búsqueda de Dios.

Aldana, a través de su poesía, que él jamás vio impresa ni alcanzó en vida la más mínima notoriedad por ella, nos revela a un hombre consciente de sus contradicciones. Vive la vida militar pero está deseando abandonarla, muere como un héroe y, sin embargo, le hubiera gustado ser un estudioso monje. En 'Carta a don Bernardino de Mendoza' comenta: «Oh, venturoso tú, que allá tan alto, / por do rompiendo va nuestro navío, / tan lejos deste mar tempestuoso, / habitas, y por término y tan casto, / tan fuera el corporal uso del hombre, / buscas a Dios y en Dios todo lo cierto!». Este trofeo está ajeno a aquel otro «de acero ensangrentado». Un hombre de mundo, un hombre de acción como Aldana, buscó el quietismo y la contemplación mediante la poesía. Un hombre que obtuvo la fama terrenal por las armas, buscaba la fe y el conocimiento del anonimato, «... lejos de error, de engaño y sobresalto, / como si el mundo en sí no me incluyese», le comenta a Montano. Y en el soneto 'Reconocimiento de la vanidad del mundo' añade: «... que ser muerto en la memoria / del mundo es lo mejor que en él se esconde, / pues es la paga dél muerte y olvido..»..

Aldana y el rey don Sebastián, una pareja de suicidas ibéricos. Al primero, su heroicidad le valió menos que sus ocultos versos. Al otro, la literatura lo hizo inmortal y esperado. No sé si portugueses y españoles hemos sabido vivir, pero qué bien morimos, con cuánto dispendio. Donne escribió en uno de sus versos: «She'is all states, and all Princes, I» (Ella [la Muerte] es todas las patrias, y yo todos los príncipes).

César Antonio Molina, escritor.

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