Post-conflict in Colombia: The International Potential of Peace

Si todo avanza conforme a lo anunciado, el gobierno de Juan Manuel Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) suscribirán en  las próximas semanas un acuerdo que ponga fin a más de 50 años de conflicto armado. Se trata sin duda de una noticia trascendental para Colombia, pero también para la comunidad internacional, que ha expresado de manera unánime su apoyo al proceso desarrollado en La Habana. Mucho se ha dicho sobre el rol de la comunidad internacional en la consecución de la paz y en la implementación del futuro acuerdo. Quisiera proponer en estas línea un análisis del otro lado de la moneda: el significado e impacto de este proceso en la escena internacional.

La anomalía

Para muchos analistas internacionales y actores políticos latinoamericanos, el conflicto armado en Colombia era, en cierta medida, una anomalía o excepción[1]. La caída del muro de Berlín desencadenó o aceleró procesos de paz en países de América Central. Ya a finales de la década de los 70 y principios de los 80, se habían iniciado procesos de transición política de las otrora predominantes dictaduras militares hacia regímenes democráticos. La influencia de los Estados Unidos había oscilado entre un apoyo activo a la causa democrática durante el gobierno de Carter, la campaña contra el “imperio diabólico” durante Reagan, y luego hacia un apaciguamiento y nuevo énfasis democrático bajo el gobierno de George Bush Sr.  Estas oscilaciones provocaron hondos cambios geopolíticos en América Latina[2].

El protagonismo latinoamericano en los procesos de paz de América Central (expresado, por ejemplo, en el Grupo de Contadora) tenía como telón de fondo y como propósito ulterior la resolución de todos los conflictos armados de base ideológica. La presunción era que, una vez apaciguadas las guerras en Guatemala, Nicaragua y El Salvador, el impacto del éxito de estos procesos abriría naturalmente un proceso de paz en Colombia. El proceso constituyente colombiano de los noventa coincide en un optimismo generalizado sobre los efectos benéficos del fin de la guerra fría. Las negociaciones de paz y el desarme y desmovilización de varios grupos guerrilleros colombianos fueron vistas como la confirmación del capítulo latinoamericano del “fin de la historia”.

Pero la guerra en Colombia, como sabemos, no solo continuó sino que se volvió cada vez más tóxica debido al creciente traslape de sus actores con el narcotráfico y otras economías ilegales. Además de Colombia, solo Perú sufría de un cruento conflicto interno con Sendero Luminoso y el MRTA. No era casual, para cualquier observador, que los dos países más afectados por el cultivo y tráfico de coca y derivados, sufrieran los embates de la violencia.

Esta coincidencia – mientras se firmaba la paz en El Salvador y Guatemala, en 1992 y 1996 respectivamente – implicó un análisis distinto sobre las raíces del conflicto. Liderado por la visión de Washington, se interpretó la realidad de los conflictos como directa y casi inmediata consecuencia del narcotráfico y que, por tanto, la solución a las guerras tenía que pasar por una lucha frontal con los carteles de la droga y pola supervisandoilitares y que continOEA) que acompañicia y paz, ha sido un proceso eminentemente interno, con poca presencia inteíticas agresivas de erradicación de cultivos y de interdicción. Mientras tanto, los países latinoamericanos se mantuvieron mayormente ausentes de esos debates, perdiendo el protagonismo que habían tenido en América Central[3].

La guerra terminó en el Perú durante la década de los 90, más como consecuencia de éxitos policiales y de inteligencia, y del rechazo de la población civil a los grupos ilegales, que como un impacto de la lucha contra el narcotráfico. La enorme corrupción que sostenía al gobierno de Alberto Fujimori (1990-2000) demostró además que quienes luchan contra la subversión no están siempre interesados en resultados concretos y de interés público. En todo caso, el conflicto armado en Colombia se prolongó y se extendió, con la brutal presencia de grupos paramilitares.

De justicia y paz a La Habana

El proceso de desmovilización de la mayor parte de los bloques y agrupaciones paramilitares se dio como consecuencia de una negociación cuyos alcances totales  se desconocen todavía, pero que fueron ajenos a intervenciones internacionales. Por el contrario, algunas agencias externas vieron con sospecha el esquema, acusándolo de ineficaz o de promotor de la impunidad, especialmente después de la extradición de los principales líderes paramilitares a los Estados Unidos.

El apoyo internacional se dio más bien en la administración de las consecuencias de la aplicación de dicha Ley, como es el caso del proceso de restitución de tierras y, ya en el gobierno de Santos, la puesta en marcha de un sistema de atención a víctimas del conflicto.

El proceso de paz en La Habana ha sido, también, un producto fundamentalmente trazado, diseñado y ejecutado por las partes. Los facilitadores y acompañantes, y otros actores internacionales, han sido útiles para resolver crisis específicas, darle confianza a las FARC, facilitar temas logísticos y expandir las consultas. Solo con la Resolución 2261(2016) del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se consolida un proceso creciente de participación y veeduría de la comunidad internacional

La paz en Colombia como una oportunidad global

El proceso de paz de Colombia llega como agua bendita para una comunidad internacional agobiada por conflictos insolubles, tensiones crecientes y nuevos estados fallidos. La unanimidad en el respaldo a las conversaciones de La Habana son una expresión de la complacencia con esta nueva noticia, y al mismo tiempo es casi única si comparamos el pugilato que caracteriza las discusiones sobre Siria, Corea del Norte, o Irán. Hablar de Colombia en las salas internacionales tranquila los ánimos y apacigua relaciones[4].

Al mismo tiempo, el próximo post-conflicto colombiano es una oportunidad no solo para Colombia, sino para la experiencia reciente en operaciones de mantenimiento de paz de las Naciones Unidas. Se ha cuestionado mucho, por ejemplo, que los cascos azules asuman ofensivas militares contra grupos armados en países africanos o que la intervención de seguridad no esté coherentemente acompañada de otros componentes. En términos de resultados, el balance sigue siendo penoso, como se puede ver en Burundi o Sudán del Sur.

La naturaleza de misión civil de acompañamiento es coherente con las necesidades del post-conflicto en Colombia, y alivia las preocupaciones de los países que contribuyen con recursos humanos y financieros en las operaciones de mantenimiento de paz en el mundo entero. Falta ver sin embargo como conciliarán el sueño los países que efectivamente suministren personal cuando éstas sean ubicadas en zonas de alto riesgo, aunque la experiencia de las MAPP-OEA (misión civil y no armada también) muestra que la seguridad en el terreno no tiene que ver mucho con chalecos antibalas y camionetas blindadas, y más con un conocimiento profundo del contexto y medir permanentemente las amenazas.

Y para América Latina

De ser exitosa, la misión internacional en Colombia puede dejar lecciones importantes para operaciones similares en otras partes del mundo, pero el impacto sobre América Latina no debería ser desestimado, aún cuando sea de distinto orden.

La paz en Colombia cerraría la anomalía mencionada al inicio de este artículo – aún cuando quedaría todavía varios pendientes – y traería al país a una relación más “normal” con sus vecinos. Durante años, la política exterior colombiana ha girado en torno a su propio conflicto armado. Sus amistades o enemistades han tenido que ver con las posiciones y actitudes de otros países sobre la violencia interna. En cierto modo, al estilo de un Israel sudamericano, la diplomacia colombiana ha sufrido de cierto grado de enclaustramiento defensivo.

Pero al mismo tiempo, las relaciones de otros países y, más en general, la inserción de Colombia en el contexto regional puede cambiar sustancial, aunque progresivamente. Después de algún protagonismo en los ochenta, Colombia ha estado ausente de las crisis hemisféricas, como los golpes de estado en Honduras y Paraguay o las conflictos latentes por fronteras pendientes de definir. Su participación en la Organización de Estados Americanos ha sido tímida, al igual que su papel en el impulso a otros bloques sub-regionales o acuerdos comerciales, como el caso de UNASUR (con la que guarda una silenciosa animosidad) y la Alianza Acuerdo Trans-Pacífica (siendo el único país de economía mediana que está ausente)[5].

Una Colombia en paz abriría perspectivas importantes para un país que tiene una indudable ubicación geoestratégica, de puente natural entre la región andina, Centroamérica, el Caribe y el Amazonas. No hay otra nación en la región con el potencial de Colombia para consolidar la integración regional en recursos hídricos, energéticos y de comunicaciones. Y no hay otro actor en el barrio que haya tenido tanta estabilidad política y macroeconómica, a pesar de las debilidades y flaquezas internas. Ha sido una trágica anomalía que la guerra en Colombia haya privado a la región de un actor consistente y relevante para conducir mejor, por ejemplo, la consolidación del Mercosur, ser más serios con Unasur, y discutir con objetividad la relación de la región con los Estados Unidos.

El impacto de la paz en Colombia se hará sentir con particular fuerza en Venezuela. De alguna manera, mientras el primero avanza dubitativamente hacia una mayor estabilidad, el segundo se sumerge rápidamente en el caos político y social. Todos los pronósticos nos hablan de una implosión de proporciones como consecuencia del tremendo desgaste del régimen bolivariano y de una enorme incertidumbre sobre como será la transición venezolana. Tiene razón el Presidente Santos al responder que lo que le quita el sueño en las noches es Venezuela[6].

La crisis del cierre de la frontera en octubre del año pasado fue solo una pequeña muestra de las olas de inestabilidad que se pueden producir. Aún cuando el proceso de paz con las FARC parece haberse aislado de las peripecias de Venezuela, hay muchas otras cosas en juego o potencialmente peligrosas. Por un lado, difícilmente el ELN entrará en negociaciones si el escenario de su mayor refugio sigue inestable. Por otro, la implementación del acuerdo con las FARC será muy difícil en regiones claves como Arauca y el Norte de Catatumbo. Finalmente, el choque de estos dos países ha destruido virtualmente el comercio legal, fuente de enormes recursos y oportunidades para ambos países.

Es de esperar que Colombia juegue un rol positivo en una crisis de proporciones en Venezuela. No solo por su propio interés de corto plazo, sino porque es quizás uno de los pocos países cuya actuación puede tener impacto, habida cuenta de la creciente dependencia alimentaria venezolana. Hasta ahora, la diplomacia colombiana ha sido tímida y, de nuevo, demasiado centrada en el papel de Venezuela en el conflicto armado. Es momento de impulsar a UNASUR y a la OEA a tomar medidas concretas para evitar que la anomalía de Colombia sea reemplazada por una – incluso más temible – anomalía de Venezuela.

En general, la desaceleración económica y la crisis de regímenes de izquierda populista en América Latina abrirán nuevos desafíos, no menos temibles. Si Colombia logra superar la violencia ideológica, deberá mostrar a la región que es posible reducir la desigualdad y respetar el estado de derecho, ecuación que se ha hecho difícil de ver en la última década en la región.

Conclusión

En resumen, la paz en Colombia son buenas noticias para la comunidad internacional y para la región latinoamericana. Por eso, la participación de los vecinos (ojalá proactiva y conducente) es crucial para navegar las aguas peligrosas del post-conflicto. Pero también, en el mediano y largo plazo, una Colombia en paz debe ser bienvenida por la región porque devuelve al barrio a un vecino importante, relevante y con tareas hemisféricas de primer orden por delante.

Javier Ciurlizza es director para América Latina y el Caribe de International Crisis Group.


[1] Informe de la Comisión de Esclarecimiento del Conflicto y sus Víctimas, “Contribución al entendimiento del conflicto armado en Colombia”, 15 de febrero de 2015. Especialmente para esta reflexión mirar los documentos elaborados por Alfredo Molano y Sergio de Zubiría.

[2] Daniel Pécaut, “Las FARC: una guerrilla sin fin o sin fines?, grupo editorial Norma, 2008.

[3] Coletta Youngers y Eileen Rosin (eds), “Drugs and Democracy in Latin America, The Impact of U.S. Policy”, Boulder, 2005.

[4] Amanda Taub, “At last, some really good news: Colombia´s war with FARC could finally end”, 28 January 2016, Vox The Latest.

[5] Un análisis crítico (y oficial) se produjo inusualmente en 2010 con el Informe de la Misión de Política Exterior. Publicado por la Universidad Militar Nueva Granada el 19 de abril de 2010. Para una visión crítica externa: Alfredo Molano Rojas, “Política exterior, crónica de males crónicos”, UN Periódico Nro. 135, Julio de 2010.

[6] Ver informes de Crisis Group: “Venezuela: un desastre evitable”, 30 de julio de 2015 y “Fin de la hegemonía: ¿qué sigue para Venezuela?”, 21 de diciembre de 2015. La cita sobre las pesadillas del Presidente Santos viene de entrevista con Blu Radio, 3 de febrero de 2016.

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