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Postales del coronavirus #14. No te rajes

Un grupo de mariachi toca con cubrebocas el 7 de abril de 2020. Credit Sashenka Gutiérrez/EPA vía Shutterstock
Un grupo de mariachi toca con cubrebocas el 7 de abril de 2020. Credit Sashenka Gutiérrez/EPA vía Shutterstock

ZAPOPAN, México — “Ay, Jalisco, no te rajes / Me sale del alma gritar con calor / Y abrir todo el pecho, pa’ echar este grito / Qué lindo es Jalisco, palabra de honor”. Esta canción, piedra central del repertorio de la música típica mexicana, nos cayó de los cielos la mañana del 27 de marzo (y ha vuelto a sonar cada fin de semana desde entonces). Pero las primeras impresiones suelen ser las más profundas. La canción era acompañada por una trompeta solitaria y la reproducían los altavoces de una avioneta. La melodía iba y venía, según la dirección de los vientos y las evoluciones de la nave.

Mi primera impresión fue confusa. Temí, al oír la pieza de repente, mientras trabajaba en mi despacho, que el vecino se hubiera vuelto loco y se creyera la reencarnación de Jorge Negrete, el más famoso intérprete de música vernácula nacional. Pero no. Una rápida mirada a Twitter informó que no alucinaba y que otros vecinos de la zona también escuchaban el cantar. Al fin se aclaró todo: la avioneta sobrevoló directamente mi jardín, al que salí para intentar captar mejor el sonido, y su sombra me cubrió. Qué selección musical más rara para el Apocalipsis, pensé, es “Ay, Jalisco, no te rajes”. Yo habría elegido “O fortuna”, mejor, aunque don Carl Orff no haya sido nativo de estos afortunados lares.

Vivo en Zapopan, un municipio que forma parte de la ciudad de Guadalajara. Somos, mi esposa, mis hijas y yo, tan jaliscienses como se pueda ser, y sin embargo nos miramos con asombro ante el despliegue de orgullo regional aéreo. La vida se ha vuelto rara en muy poco tiempo. Las calles del barrio están vacías, porque hay una intensa campaña estatal para promover el distanciamiento social. Los abarrotes y negocios de comida para llevar atienden a unos pocos clientes apresurados, que caen por goteo y a veces no dan ni las gracias antes de despedirse. Nosotros salimos de casa solo a resurtir víveres y pasamos los días en el encierro, igual que millones de personas en todo el mundo. Estamos preocupados.

Supongo que ese “Ay, Jalisco, no te rajes” volador se trató de alguna acción oficial para levantarnos la moral a los ciudadanos. Aunque me parece que no la tenemos demasiado baja. Hace apenas poco más de un mes que se anunciaron las primeras medidas de precaución y, en general, han sido acatadas. Se han producido pocos fallecimientos en la ciudad y tenemos más de un centenar de contagiados. Los hospitales no están llenos aún y no hay desabasto de alimentos. Pero esto, quizá, es provisional. Ya ha habido empujones en los supermercados para conseguir productos de higiene y ya se produjeron un par de estallidos de compras de pánico de papel higiénico, gel desinfectante y alimentos enlatados. Hubo gente que decidió irse al mar porque cree que esto son vacaciones.

La ola enorme que ha derribado a China, Italia, España y Estados Unidos no nos ha golpeado con fuerza todavía, pero lo hará. Quizá por eso respiramos estos días con más profundidad de la habitual. Como quien está por saltar al agua y no sabe cuándo volverá a sacar la cabeza. Respiramos y miramos al cielo. La avioneta ya se fue. Y volverá pero, ahora mismo, es imposible saber si nos vamos a rajar o no.

Antonio Ortunño es escritor y periodista. Ha publicado una docena de libros de narrativa, traducidos a ocho idiomas. Su novela más reciente es Olinka.

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