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Postales del coronavirus #15. Sin mascarillas no serán atendidos

Un mesero que perdió su trabajo camina a un lado de un café que cerró por las medidas de cuarentena tomadas en Valparaíso, Chile. Credit Rodrigo Garrido/Reuters
Un mesero que perdió su trabajo camina a un lado de un café que cerró por las medidas de cuarentena tomadas en Valparaíso, Chile. Credit Rodrigo Garrido/Reuters

VALPARAÍSO, Chile — Valparaíso tiene, en su parte plana, dos zonas o barrios: El Puerto y El Almendral. La primera es más una zona comercial y de servicios que portuaria, el pasado le da su nombre. Con la pandemia tiene muy poco movimiento; en el muelle para turistas las embarcaciones se mecen con absoluta calma. No hay, no habrá turistas, no hay lancheros ni quienes ofrecen los viajes a gritos y cuentan aguas adentro a grandes rasgos la historia esplendorosa de la ciudad, cada vez más lejana. Aun así, se ve movimiento de grúas detrás de las rejas. El Puerto sigue funcionando.

Los que andan a pie se miran unos a los otros, porque en el otro está la enfermedad. Camino por el borde costero con un amigo. Compramos cerveza en una botillería que funciona como cualquier día, la tomamos en una placita. Hay otras personas que sufren el encierro y han salido, que fuman cigarros o marihuana cerca, que pololean. Ninguno anda con mascarillas.

Busco una peluquería. Mi peluquero no estaba trabajando, una chica que algunas veces me cortó tampoco. Hallo una que llamamos “de viejos”. La he visto, siempre tiene fila. Me imagino con un corte de marino, prefiero olvidar esa posibilidad. Mi amigo me da el contacto de su barbero, quien es venezolano y ha estado trabajando con horario reducido.

Subo a su galería, que está abierta pero solo para él, que atiende en un tercer piso. El segundo tiene todos sus locales cerrados.

En la Plaza Victoria, el lugar que une a los dos barrios, normalmente hay harta oferta informal. Hoy solo hay un librero argentino. Tomo un trolebús para llegar al centro comercial del Almendral. Varios tratan de actuar como si nada pasara. Cantan y tocan guitarra arriba, los himnos de Valparaíso sin turistas no tienen sentido pero igual reciben dinero.

Por la calle Uruguay se siguen vendiendo libros y ropa usada, que parece no tener clientes en el contexto. Entremedio están las mesas de los jugadores de brizca, que juegan y se tocan como un día cualquiera. Si esta economía se rige por unas monedas, no habrá máscaras ni guantes. La gente que vende en la calle come en potes de pluma vit.

Camino hasta la avenida central, donde se venden mascarillas. Todos los ambulantes que pueden se han dedicado a fabricarlas, más considerando que el transporte público solo se puede tomar con ellas. Las filas están en las tiendas que venden tela.

En las botillerías, que están en casi todas las cuadras de El Almendral, sí han tomado medidas. En Caroca, de las más clásicas y baratas, que siempre tiene fila y donde estaba el mesón de atención, hay una barrera de plástico blanco, donde podemos vernos los ojos y unas huinchas que se abren con lo que pagamos en la caja. Esa será la única persona que veremos.

En ambos barrios hay otras filas: filas fuera de los bancos, de las farmacias, de los supermercados. Una mujer grita hacia afuera que sin mascarillas no serán atendidos.

Reemplazo a mi padre unos días en el abasto de frutas, El Mercado Cardonal. Me dan la mano, aunque sea con guantes, porque me conocen de chico, y todo se paga en billetes que han andado por todos lados. Habitualmente su movimiento no para, pero ahora tiene un horario que recuerda otros antiguos, de la época cuando era municipal o en la dictadura: de 6 de la mañana a las 4 de la tarde.

Hay toque de queda, pero siento los pasos de quienes reciclan en la noche. Ya no discuten, como otras veces, cuando eran más de uno sin importar la hora. Ahora son silenciosos. Viven de esas largas rutas que hacen rescatando todo lo que pueda ser útil. Para la policía, que ilumina las noches con su luz verde de las patrullas, son invisibles.

Cristóbal Gaete es escritor y periodista. Trabaja en oficios de la literatura vinculándolos al territorio. Publicó Valpore y Motel ciudad Negra y edita el suplemento literario de El Ciudadano.

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