El amor se comió mi paz y mi guerra. Mi día y mi noche. Mi invierno y mi verano. Se comió mi silencio, mi dolor de cabeza, mi miedo a la muerte.
—João Cabral de Melo Neto
PHOENIX, Estados Unidos — La fotografía es mi manera de comprender el mundo en el que existo, habito y respiro. Es también un ejercicio de solidaridad y humildad que me enseña a verme en los demás. Es un espejo, un puente, un salvavidas.
En estos días en que la vida está detenida y nos sentimos agobiados e intranquilos, en los que los días se arrastran y se enganchan en las esquinas de la cama, en las puertas y ventanas, en los guantes de látex y en los trastes de la cocina; en estos días, la fotografía me ha enseñado a mirar hacia adentro, a reconocerme.
Este pequeño diario visual es mi intento de buscar sentido a lo que no tiene sentido: el misterio de la vida, el dolor humano. Busco el origen de mi propio dolor y miedo, la desesperación silenciada por las voces nerviosas que salen de los noticieros en la televisión. Estas horas de letargo, tan parecidas a aquellas de las tardes de verano después de la playa. Pero no, no son la misma cosa.
Igual que la vida, yo me he detenido también. Y me he puesto a mirar. Sin prisa. Mirar hacia arriba, al cielo, a las nubes y a la luna; hacia abajo, a la tierra que me ancla, a las flores caídas, al pequeño árbol que empieza a dar su primer fruto. Y hacia adentro, a un dios cualquiera que, quién sabe, tal vez pueda salvarme.
Adriana Zehbrauskas es una fotógrafa documental brasileña radicada en Phoenix, Arizona. Su trabajo se centra en cuestiones relacionadas con la migración, la religión, los derechos humanos y las comunidades subrepresentadas, al norte y al sur de la frontera entre Estados Unidos y México.