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Postales del coronavirus #9. Para amarnos mil años

Postales del coronavirus #9. Para amarnos mil años

CARACAS — Estos días he sentido vergüenza al decir que no le temo tanto a la muerte. No lo supe hasta estos días en que el pánico rompió aguas. Todos están aterrorizados pero yo no siento miedo.

Quizá se deba a que crecí en Caracas y que en dos ocasiones estuve en medio de tiroteos. Las dos veces me tiré al suelo. Luego me levanté y seguí viviendo, como sí nada. No dejé de salir, no dejé de vivir. Del segundo tiroteo, lo único que recuerdo es la temperatura del asfalto tibio en mi cuerpo y un chico herido y con el pantalón ensangrentado, al que le había rozado un perdigón, quien escapó conmigo del tumulto. Lo invité a comer un helado en otra parte de la ciudad donde no pasaba nada, otra parte de la ciudad donde la vida comía helado. Cada quien descubre su fragilidad en un momento y un lugar diferente, supongo.

En estos días solo me pude encontrar con mi amiga Alice en un tanque abandonado cerca de nuestras casas. Allí fumamos y soñamos con música y poesía mientras miramos los mangos, aún verdes, colgar en una rama torcida del árbol.

La infraestructura en Caracas ya tenía un aspecto apocalíptico antes de la pandemia. El tanque abandonado tiene la belleza de todo aquello que pierde su función y está allí porque el destino así lo quiso, como una roca de otra era que sobresale en medio del océano. Alice y yo, pero también la humanidad, somos ese tanque, nos vaciamos, nos reímos para no llorar, no hay prisa, a veces es bonito también que no haya prisa. Igual hay algo abismal en restringir las funciones básicas de la vida, pues son esas funciones las que reivindican la vida misma.

Al volver a casa, mi hermana me desinfecta, limpia con cloro las suelas de mis zapatos y con alcohol el resto de mis cosas. Siempre que llego me cambio de ropa porque me siento especialmente sucia. Jamás, ni en mis fantasías más transgresoras, me había sentido tan sucia.

Cuando tengo la muerte cerca siento ganas de amar y mucha hambre. Pero ahora no me encuentro con nadie por respeto, por la salud de nuestros padres. La comida es un tema aquí en Caracas, porque se consigue pero a precios inaccesibles por la dolarización. Esta ciudad me hace más animal, me exige un estado de supervivencia que está directamente relacionado con la vitalidad. Por algo decían que la melancolía era la enfermedad de los burgueses, aquí no me puedo dar el lujo de estar triste demasiado tiempo, tengo que resolver, salir adelante. Me gusta esa expresión “salir adelante”. Como quién da un paso al frente, me entrego a lo que toque.

La naturaleza en Caracas es todo lo contrario a sus políticos: es bella, generosa, armoniosa. La fotosíntesis de esta ciudad —con o sin pandemia— me hace florecer. En las tardes le pongo arroz a los pájaros, me identifico con ellos, me gusta creer que puedo aceptar mi destino como un animal salvaje acepta el suyo. Con esos pájaros comparto también mi pan, mi amor, este trozo de vida que, como sea, sigue en pie.

Ayer escribí un poema jugando con la palabra pandemia para engañar al diablo intentando despojarla de su fatalidad y volver la mirada hacia el amor. Mientras más cerca siento la muerte, más certeza tengo de que necesito estar del lado del amor.

Este es el poema:

“Pan de mi hacia ti”

Dedo ciego en tus labios,

en este tiempo ausente,

yo te ofrendo mis manos,

lavadas, limpias como

camisas de trabajo,

y cuelgo en mi memoria,

el olor de tu cuello,

ojos de terciopelo,

tus palabras,

dibujos delicados.

Contrastes, risas, duelos

y esa flor diminuta

que el miedo no ha tocado.

Pan de mi hacia ti,

un destino trenzado,

sencillo, tierno, blando,

cruzando incertidumbres

para burlar al diablo

y bailar en el canto

que la luna ha adoptado.

Esplendor de tu voz

donde, por fin, yo descanso.

Cuerpo, animal deseo,

cabeza de centauro,

relincha en mis entrañas,

tu cuerpo delicado.

Yo iré y tu vendrás,

se caen las espinas,

se pudren las escamas

y brota el azahar,

En pecho erizado.

Pan de mi hacia ti,

para amar un segundo,

para amarnos mil años.

Blanca Haddad es pintora y poeta venezolana. Su libro más reciente es Poemas.

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