PP, la victoria vaciada

Como la política es la vida misma, tiene idénticas paradojas, muchas de ellas entrelazadas. Tras el 4-M de 2021 y la aplastante victoria de Ayuso en Madrid, en Génova verbalizaron: «Mañueco está muerto». Directamente, las elecciones de Madrid no tenían mucho que ver con semejante sentencia; tampoco el hecho de que Mañueco fuera un sorayo de cabecera. Eso sí, los comicios de Madrid habían supuesto tal inyección de moral que la Dirección Nacional del PP -o su Secretaría General- decidió eufórica acelerar el proceso de control del partido y atenuar el peso de los barones, excepto el del barón en jefe, el intocable galleguista Feijóo. Para ello promovió, como contrapeso a las direcciones autonómicas, renovar y controlar las organizaciones provinciales. García Egea chocó con Moreno Bonilla y con Mañueco, que había sido secretario general en la región y sabía del poder que otorga el cargo, sobre todo si el secretario general consigue debilitar o cortocircuitar al presidente del partido.

Mañueco mantuvo el pulso con Egea, tanto, que ligó su supervivencia a la convocatoria de las elecciones en Castilla y León. La disolución de las Cortes autonómicas parecía evitar una posible aunque todavía difusa moción de censura; pero sobre todo, Mañueco renovaba el poder en la región: obtenía un comodín. El Congreso autonómico del partido, celebrado en enero, con las elecciones convocadas, era para el PP nacional el primer acto de precampaña -autonómica y nacional- y para Mañueco su ceremonia de rehabilitación: recibía las arras, renovaría el Gobierno y salvaba el pellejo in extremis.

PP, la victoria vaciadaParadójicamente, los destinos de Egea y Mañueco se unieron tras un año y medio de desafíos: en verano de 2020, Egea cesó al gerente del partido en Castilla y León y Mañueco lo reintegró en la organización como asesor en las Cortes sin contar con Génova, que abrió expediente al grupo parlamentario. Tras el Congreso de enero, Mañueco porfió e incluyó de nuevo a Viñarás en su Ejecutiva. Si la campaña rodaba, los resultados ejercerían un efecto balsámico o al menos bloquearían la discordia. Como no transcurría según el guion imaginado, alguien que conoce las tripas de Génova sentenció: «Mañueco y Egea han decidido suicidarse juntos».

Para evitarlo, paradójicamente, se aferraron al clavo ardiendo de su contraste. Ayuso, como némesis, apareció en la campaña de Castilla y León para rescatar de sí mismos a los suicidas y enemigos íntimos, quienes, cada uno por su cuenta, razón y pretexto, tanto se han afanado por debilitarla y descuidarla. El viernes, Mañueco clavó a Ayuso un postrero rejonazo, gratuito, inesperado y farisaico. Fue el último error de la campaña [el penúltimo había sido sugerir sin convicción ni narrativa ni firma al pie del entrecomillado que el partido prefería que se volviese a votar que gobernar con Vox]. Mañueco, pálido, burocrático y camaleónico rebajó en una entrevista en EL MUNDO el efecto Ayuso en su campaña mientras su equipo le suplicaba a la presidenta madrileña que modificara su agenda y regresara por última vez ese mismo viernes, como finalmente sucedió. Ayuso devolvía con lealtad la deslealtad que se remonta a los meses más aciagos para el vigor constitucional de la gestión de la pandemia, cuando Sánchez decidió, en otoño de 2020, por el sinuoso procedimiento -propio del franquismo- de aprobar una orden ministerial, que ni siquiera firmó el ministro precandidato Illa, cerrar perimetralmente Madrid y nueve municipios de la región unos días antes de consumar un estado de alarma ad hoc y arbitrario para la Comunidad.

Ninguno de los cuatro gobiernos autonómicos del PP recurrió la decisión que en apariencia tomó el Consejo Interterritorial de Sanidad ni disintieron en público. Al menos, Galicia, Andalucía y Murcia votaron en contra; Castilla y León, no. Bastante tenía Mañueco con lidiar con su combativa consejera de Sanidad, designada por Igea, la oposición desde dentro, como se muestran los partidos menores en las coaliciones. Mañueco se dejó llevar y puso su perfil bueno. Semanas más tarde, las autonomías limítrofes Madrid y las dos Castillas se reunieron para contemplar medidas conjuntas frente al coronavirus. Page y Mañueco hicieron pinza contra Ayuso, o bien se alinearon con el modelo propuesto por Illa en lugar del alternativo que representaba Madrid y que fue transversal y mayoritariamente refrendado en las urnas el 4-M. En un lapsus freudiano, durante un mitin de campaña, Mañueco proclamó rimbombante: «Me dicen que me parezco a Ayuso, claro que me parezco a Ayuso, no me voy a parecer a García-Page». Pues sí, se pareció a Page, también porque por aquel entonces, tanto los suicidas como el barón en jefe a quien daban por muerta era a Ayuso.

Detenerse en los pormenores de la gestión de la pandemia no es un recreo. Enseña el pecado original y el germen de las paradojas, las explica y resuelve algunas. A Ayuso la dejaron sola en su partido, que decidió no exponerse ni combatir el cesarismo. Mañueco no es Ayuso. Él no armo convincentemente las razones para disolver las Cortes, solo las imitó forzado; carecía de pruebas acerca de la supuesta traición en marcha y de relato alternativo a Sánchez [de hecho, cuando quiso ser más cesarista que el césar e imponer el toque de queda en la región, Illa, en plena desescalada en pos de la Generalitat, lo recurrió a los tribunales]. Resultó forzada su campaña en clave nacional como adalid del antisanchismo. Así que cuando se enfrió el solomillo echado al fuego por la liebre Garzón, Mañueco se diluyó ante la crecida de Vox. He aquí la penúltima paradoja: el líder autonómico del PP al que más puede atragantar la influencia de Vox -Feijóo no tiene ese problema y Moreno Bonilla lo capea- depende inexorablemente de Vox.

El arrepentido Mañueco prefería desde el sábado el riesgo de una moción de censura. En su San Valentín maldito, cambia a Igea -que salva su escaño- y un decrépito Ciudadanos por el partido de la Siembra. Vox pone de manifiesto de nuevo la crisis del modelo convencional de partidos. Una formación sin implantación territorial -tenía un procurador- y con un candidato desconocido hace un mes se convierte en la tercera fuerza regional. Los partidos convencionales flaquean frente a los movimientos; también frente a las plataformas y lobbies. En términos absolutos, el lobby de Soria sólo reúne a casi 16.000 electores, pero se cuela en las Cortes con tres escaños que pueden traducirse en uno o dos decisivos en la Carrera de San Jerónimo en 2024 para solicitar su cuota de fondos. Su ejemplo permite impulsar, tras el éxito de Teruel, el modelo de partido fondista.

Vox amenazó a Mañueco con exigir entrar en su Gobierno. No quiere, pero representa el 36% de los votos de la derecha y el 30% de los procuradores de la derecha. A propósito de su libro, Rajoy sostiene lo que sabemos: «Vox y el PP son dos partidos distintos (...) Vox no es un partido en el que se vayan a sentir cómodos una mayoría de españoles en ningún caso (...) Yo quiero un PP con mayoría absoluta (...) Pero una cosa es lo que yo quiero y otra cosa es la dura realidad de la vida». Y concluyó: «O Frankenstein o PP y Vox, no hay más». Es la puesta en escena y apuesta de Sánchez para 2024. El resto es autoengaño y será disimulo. Total, que los de Abascal viven cómodos en su agitación -algo pasiva, pues se limitan a recoger los pedazos que caen de los errores de los demás- pero nobleza obliga. El PP quería constatar el cambio de tendencia y le concede una baza argumental a Sánchez en su declinar. Puede optar por hacer de la necesidad virtud y jugársela a amaestrar a Vox.

Las entrañas de la política nacional dejan una última paradoja: las fogosas reformas de los estatutos autonómicos de principios de siglo obedecían a una pulsión descentralizadora y reivindicativa de la identidad regional; sin embargo, algunas de las modificaciones han generado un efecto inverso: Castilla y León eligió incluir ritmo electoral propio, lo cual convirtió los comicios de ayer en unas primarias nacionales: estaban cuatro años en juego. La política autonómica se supedita a las estrategias nacionales y Génova o Ferraz pueden ajustar el calendario electoral autonómico para dirimir sus rounds.

Coda: los politologuitos de Sánchez nunca defraudan. Entrenados en supremacismo, machacan hoy con la superioridad moral que otorga al PSOE ganar en los núcleos urbanos más poblados. Magro consuelo. El PP dio rienda suelta a su imaginación y elevó demasiado sus expectativas. Por eso no se ha escrito del trompicón socialista, sintomático, aunque los nervios sólo cundirán allí donde gobierna mientras en Génova se distraen consigo mismos.

Javier Redondo es profesor de Política y Gobierno de la Universidad Francisco de Vitoria.

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