No existen muchos precedentes de un cuerpo electoral que haya rectificado su veredicto en el plazo de un mes y medio como ha sucedido en España; lo decía ayer Ignacio Camacho en esta misma página. Los resultados del domingo dejan al PSOE paladeando su derrota como una victoria y al Partido Popular tragando como puede una victoria amarga. Pero los resultados también dejan pocas dudas sobre el potencial de maniobra que a Pedro Sánchez le concede su relación privilegiada con el bloque de la izquierda –desde Sumar hasta EH Bildu. Mientras que el 23J arroja muchas dudas sobre la eficacia electoral del bloque de la derecha, al menos tal y como se ha planteado la relación del Partido Popular con Vox en estas elecciones.
No se trata de un tema menor, pues los resultados del 23J no pueden ser reducidos a una causa. Y aún es pronto para tener una respuesta satisfactoria, de carácter global, que explique el rendimiento de cada partido. Pero creo que hay elementos de juicio suficientes que pueden abrir el camino a una interpretación general del 23J. Uno de ellos puede ser un examen atento de cómo se han conducido las relaciones entre los partidos dentro de los bloques. Pues es cierto que estas elecciones pueden ser interpretadas como un paso más en la recuperación del bipartidismo a favor del PP y PSOE. No obstante, nuestro sistema de partidos sigue traduciéndose sin problemas a los términos de una competición bipolar. Un choque de dos bloques, representantes de la izquierda y la derecha, dentro de los cuales los partidos están sometidos a una difícil lógica de convivencia basada en la colaboración y la competición. La cual no siempre resulta fácil de convertir en estrategia y menos aún de ejecutar de forma oportuna.
Al hilo de este argumento, algunos análisis han señalado que una de las causas que ha privado al PP de Alberto Núñez Feijóo de una victoria más contundente ha sido la facilidad con la que ha llegado a pactos con Vox. Mientras que otros han subrayado lo contrario: que ha sido su resistencia para pactar con Vox lo que ha alejado al PP de obtener un resultado más acorde con las cifras que las encuestas habían puesto sobre la mesa. No obstante, quizá no sea ni la una ni la otra, sino una suma de ambas: la imagen de un partido errático y sin criterio que han dibujado las decisiones del PP respecto a Vox. Un partido empeñado en desmentir en la práctica –pactando con Vox, así fuese a regañadientes– lo que afirmaba en la teoría –es decir, que deseaba no gobernar con Vox. El caso de Extremadura habla por sí sólo.
Este error en la estrategia del PP, basado en la falta de criterio claro en su relación con Vox, se hace más evidente cuando se interpreta a la luz del contenido que el discurso de Feijóo había dado al lema «la derogación del sanchismo». No puede negarse la nobleza del gesto de Feijóo al tender la mano al PSOE para gobernar juntos, ganase quien ganase, liberando al país de la hipoteca de los extremos, a izquierda y derecha. Sin embargo, suele ser difícil estar en misa y repicando. Y el discurso de Feijóo confiaba en crecer hacia el centro apelando a un votante socialista, supuestamente cansado de Sánchez y sus enjuagues con la extrema izquierda, al tiempo que reivindicaba una política desvinculada de extremismos, pero sin clarificar su relación con Vox.
La realidad no solo muestra que la relación de los partidos que forman el bloque de la izquierda es más orgánica y sólida de la que presupone la idea, casi elevada a categorías normativa, del 'sanchismo'. Qué pinta un PSOE secuestrado por su líder, en ausencia del cual el partido rectificaría su relación con independentistas y otros radicalismos. Y la realidad muestra, por la derecha, que el Partido Popular se ha situado en un callejón sin salida, con gran daño para su credibilidad, cuando ha querido hacer política 'antisanchista' desde las premisas del 'sanchismo': a saber, pactando con Vox al tiempo que sostenía que lo mejor para el país sería apartar a Vox del gobierno.
No cabe duda de que Pedro Sánchez había preparado esta emboscada al Partido Popular cuando solapó la campaña electoral y el proceso de formación de gobiernos autonómicos. Precisamente para hacer visible que el PP, a pesar de que dijese una cosa, no dudaría en hacer la contraria para abrazar el poder. Por eso llama tanto la atención la ausencia de un criterio sólido y reconocible en el Partido Popular a la hora negociar con el partido de Santiago Abascal. El pragmatismo, salir al paso de los fuegos en cada comunidad o ayuntamiento, valorando en cada caso el equilibrio de poderes, la correlación de fuerzas o el interés partidista, es una opción legítima. Pero se ha mostrado poco compatible con publicitar una y otra vez, al mismo tiempo, que el gobierno ideal para el gobierno de la nación será siempre sin Vox.
La superación de esta situación paradójica en la que el PP se encuentra respecto a Vox requiere de un ejercicio de autocrítica serio. Una reflexión de fondo sobre qué significa ser un partido de derechas, moderado y reformista, que ofrezca al Partido Popular una personalidad sólida y que le permita no sucumbir a la tentación de vivir de las definiciones y etiquetas ajenas. Vengan estas de un extremo o de otro. Una reflexión que permita al PP ser un partido moderado –si ese es el camino elegido–, sin renunciar por ello a pastorear los votos y a los votantes que van del centro a la derecha. Sin que eso signifique, en definitiva, plegarse a Vox, sino todo lo contrario: desafiar a sus líderes y seducir a sus votantes a través de propuestas inteligentes. Porque es muy difícil que el PP gobierne con Vox, pero sí podría hacerlo gracias a los votantes de Vox.
Jorge del Palacio Martín es profesor de Historia del Pensamiento Político y Movimientos Sociales de la Universidad Rey Juan Carlos.