Premio al más aborrecible

Discernir lo más odioso del sanchismo no es tarea fácil. Está más allá de ese autoritarismo ridículo y ruidoso de recién llegadas sin merecimientos, sin vida laboral, sin obra y sin 'auctoritas', que caracteriza a la parte asilvestrada del Gobierno. Esa Belarra hostigando a Ana Obregón porque le suena a derecha. ¿Ignora al colectivo homosexual? Una parte ha recurrido o piensa recurrir a la gestación subrogada. Como fieras sueltas, las nuevas y feroces ursulinas dan zarpazos inclementes sin importarles el dolor que ocasionan a familias donde estas decisiones se tomarán de muy distintas formas, excepto de una: irreflexivamente. Son cacerías, señalamientos a seres que a menudo arrastran más dolor, más razón y más sensibilidad que sus jueces espontáneos, turba de circo romano. Solo Ciudadanos ha sido comprensivo con ellos. Por fortuna, parece que el PP se suma, no todo va a ser en blanco y negro. A las Belarras de turno les traen al pairo las vidas que no serán, los noventa mil abortados anuales, pero no le pidas a tu hermana, por ejemplo, que geste a tu hijo porque has tenido un cáncer. Con todo, no es lo más odioso del sanchismo. Solo es lo más áspero, lo más violento y lo de raíces más destructivas.

Considerando la larga ristra de infamias sanchistas, el premio se lo tiene que llevar algo o alguien verdaderamente deleznable. La longitud y variedad de abominaciones ha convencido a muchos colegas de que existe una estrategia de superposiciones veloces. Pero, con o sin estrategia, la naturaleza de la ristra exige materia prima. O sea, el Gobierno tiene que levantarse sobre un gigantesco vertedero. Luego, si la basura la va seleccionando antes de arrojárnosla para que olvidemos el detritus anterior, ya es opinable. Creo que simplemente hay tantos desechos, tanta cochambre bajo sus pies, hundiendo ya sus zapatos, subiéndoles por las pantorrillas, que les envuelve un hedor insoportable y les acompaña allá donde se presenten, sea Bruselas o Pekín. Sigue la búsqueda; se impone estudiar a otra parte del Gobierno, que está efectivamente fraccionado y, posiblemente, con sectores cada vez más incomunicados. Hay inquina entre los nuevos engolados comunistas y los siempre indómitos posmarxistas: 'yolandos' e 'irenos'. Posiblemente se despedacen solos; el antiguo frente de la ultraizquierda que Sánchez metió en un Gobierno europeo, llenándose de gloria, ha estallado.

Dirigiremos por tanto la atención hacia aquellos de los que tanto se esperaba, los que daban confianza a la gente de pasta porque, según un extendido equívoco (que sobrevive de modo inexplicable a sus continuas refutaciones prácticas), la gente de pasta, de mucha pasta, es más sensata, más prudente, no actúa con temeridad, no pone en riesgo lo fundamental, garantiza que se mantendrán los puentes y bla, bla, bla. Es una ficción que te puedes creer si lo deseas. De hecho, suena verosímil: con más intereses que proteger, serán los últimos en provocar inestabilidades. Ya, suena lógico, pero es falso. No les pido actos de fe, pido que se informen sobre todo lo que ha hecho en la última década larga el gran empresariado catalán, incluyendo generosamente a ejecutivos que estaban en la cima de multinacionales. También la mitad del empresariado mediano y tres cuartos del pequeño. A ojo. Sus locuras suicidas no son óbice para que muchos de los culpables salieran corriendo tan pronto como sus actos tuvieron consecuencias. Es decir, que locos estaban, pero no eran suicidas porque los más conspicuos en general se han salvado. Solo han dejado inútil, estéril, ensimismada y jodida, realmente jodida, a aquella Cataluña que sus abuelos convirtieron en la tierra del emprendimiento, la innovación y la cultura abierta.

Desbrozada esta ruta, están los 'calviños' y 'escrivás' como pieza paralela del fenómeno descrito, más allá de tragedias catalanas. Se suponía que les avalaban unos currículos de élite, un saber moverse por Europa, esas cosas, ya me entienden. Parir una reforma de las pensiones que estrangula el futuro es grave, pero hacerlo en contra de lo que se cree, de lo que se sabe y de lo que siempre se ha defendido es un caso de estudio. De hecho, demuestra, una vez más, la borrachera que provoca el poder político, que no es poder ni es nada en realidad salvo que ostentes la presidencia del Gobierno, pero que puede trastornar al tipo más cabal hasta hacerlo irreconocible. Mientras duran los efectos de la embriaguez, ni siquiera se repara en que te estás cargando tu propio futuro, que vas a dejar un legado ruinoso, tú que tanto prometías. Lo de Calviño no es exactamente igual: era simplemente un bluff. Quienes asistieron a su nerviosa charla con Monika Hohlmeier en Madrid lo saben. Quienes recordamos las animosas mentiras que ha llegado a soltar mientras España se quedaba atrás en empleo, en PIB, en ritmo de recuperación pospandemia, también.

De donde se colige que lo más abominable de un Gobierno abominable es Marlaska, un día juez impecable e implacable contra la ETA. 'Corruptio optimi pessima': ese debería ser el epitafio político del ministro del Interior, cuyo eventual regreso a la judicatura sería lanzar un escupitajo en la cara de la democracia española. Lo peor de lo peor: castigó a un funcionario ejemplar, uno con el que por cierto estamos en deuda los catalanes constitucionalistas. Le reventó la carrera por cumplir con sus obligaciones y con el mandato de una juez. Cuando el Supremo deja establecida su injusticia en términos inequívocos, ¿qué hace Marlaska? Sigue lanzando barro y mierda sobre su víctima. Sin duda, el pútrido premio es para él.

Juan Carlos Girauta

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