¿Presidente de la verdad? ¿Gobierno de la mentira?

Pedro J. Ramirez (EL MUNDO, 25/07/04).

E l pasado domingo el presidente Zapatero elevó una vez más la mirada hacia las cimas de su idealismo y proclamó enfáticamente en la clausura del Congreso de la otrora turbulenta FSM y hoy pacífico Partido Socialista de Madrid que «la renovación y modernización democrática tienen una palabra sagrada que es la verdad Una verdad debida, obligada y moral. Y los ciudadanos quieren un Gobierno que pueda decir la verdad, mantener la mirada y gestionar con claridad».

Predicando lo contrario con el ejemplo su ministro del Interior, compañero de colegio y amigo personal José Antonio Alonso acababa de remitir a la Justicia y al Parlamento un informe sobre la relación entre la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil y su confidente Rafá Zouhier imputado en la trama del 11-M, plagado de explícitas falsedades.

En su párrafo noveno se afirma que «a partir de marzo de 2003, al no aportar el citado Rafá nuevas noticias de interés policial, se van reduciendo sus encuentros informativos con el personal de la UCO, que siguió indagándole periódicamente sin resultado sobre si disponía de más información relativa al presunto delito de sustracción y comercio ilícito de explosivos del que había informado El siguiente contacto, previa llamada de Zouhier, se produce el 16 de marzo de 2004».

Tenazmente interrogado por el diputado Martínez-Pujalte -«¿Siguiente contacto», respecto a cual?- el jefe de la UCO, coronel Félix Hernando, tuvo que admitir: a) que se habían producido conversaciones entre su unidad y el confidente los días 4, 9, 10, 12 y 13 de marzo (pero en ninguna de ellas se había dicho nada de explosivos); b) que, concretamente, al día siguiente de la masacre del 11-M, Zouhier y su controlador habían hablado cuatro veces (pero sólo sobre un skin al que se le buscaba en Barcelona porque «había que seguir trabajando»); c) que menos de un mes antes de la masacre Zouhier había estado físicamente en la propia sede de la UCO (pero sólo porque llovía y no era cuestión de dejarlo a la intemperie).

En el párrafo quinto del mismo informe se hace constar que, después de contribuir a la detención de una banda de traficantes de armas, «en el resto del año 2002 y 2003, Zouhier facilitó otro tipo de informaciones y datos inconcretos que no llegaron a conclusión policial alguna».

Requerido por Pujalte si no era menos cierto que en esa época el confidente había permitido desmantelar una banda de atracadores de joyerías que practicaban el alunizaje, entre los que había un marroquí -Rachid Aglif- también imputado ahora en los hechos del 11-M, el coronel Hernando no pudo por menos que reconocer todos estos extremos de la bautizada como Operación Merlín. O sea que quien informaba sobre dinamita, también informaba sobre delincuentes magrebíes camino de «convertirse» -el oportuno verbo es del juez Del Olmo- en terroristas islámicos.

En el párrafo octavo del mismo informe se asegura que, después de haber desplegado «un vasto y extenso operativo policial» para comprobar la denuncia de Zouhier sobre la venta de dinamita por parte de Toro y Suárez Trashorras, «a fin de poder avanzar en las investigaciones, éstas fueron expuestas, verbalmente y en detalle, a la Fiscalía de Avilés quien (sic), ante la evidente ausencia de indicios distintos del testimonio de Zouhier y pese a la aparente gravedad de los hechos que le eran referidos, se pronunció negativamente sobre la viabilidad del inicio de un eventual procedimiento penal».

En declaraciones recogidas anteayer por nuestro periódico, el entonces y ahora fiscal jefe de Avilés, Jesús Villanueva, se mostró «indignado» por tamaña falsedad y subrayó que ni «verbalmente» ni por escrito, ni «con detalle» ni sin detalle, recibió información alguna ni de la Guardia Civil ni de la Policía sobre ese tráfico de explosivos.

Tan elegante fue Zapatero en sus seráficas manifestaciones ante los socialistas madrileños que lo máximo de lo que llegó a acusar a sus antecesores del PP fue de «practicar la ausencia de verdad», subrayando así que hay veces en las que la ocultación de los hechos equivale a la expresa difusión de una falacia.

Le faltó, claro está, poner el ejemplo de su amigo, compañero y ministro del Interior quien, previamente a la distribución de las tres flagrantes mentiras ya consignadas, había hecho alarde de esa técnica de la «ausencia de verdad» al avalar la nota de Instituciones Penitenciarias en cuyo gran titular se desmentía que hubiera habido visitas de guardias civiles al encarcelado Zouhier y en cuya letra pequeña la refutación se circunscribía a mayo, omitiendo que todo había sucedido en abril.

O poner el ejemplo de su jefe de grupo parlamentario, Alfredo Pérez Rubalcaba, quien en todos sus manejos -o más exactamente producciones- respecto al portero previamente contactado por el diputado Martínez Sanjuán, respecto a la visita a la sede socialista de Ferraz del comisario Telesforo Rubio o respecto a la comparecencia del subdirector del Instituto Anatómico Forense que resultó no serlo, viene acreditando con contumacia que no es sino la propia encarnación física de esa «ausencia de verdad».

Debo confesar que hasta el pasado jueves todo esto me parecía que tendría remedio y sería corregido cuando finalmente empezaran a aplicarse en el ámbito de la comisión del 11-M las reglas de la democracia ejemplar, el proceso deliberativo y la protección de las minorías que con una mezcla de credulidad y fascinación he venido escuchando de labios de ZP desde hace ya casi cuatro años. «Espera hasta el final, no te precipites, no te guíes por los prejuicios que puede haber sorpresas », me decía la propia semana pasada una persona muy próxima al presidente, dando a entender que desde La Moncloa se impulsarían todas las comparecencias necesarias para esclarecer los hechos, incluidas las de los confidentes.

Pero el final está ya aquí, con el éxodo vacacional a la vuelta de la esquina y si no ocurre un milagro Producciones Rubalcaba pondrá el próximo jueves el rótulo de The End después de haberle terminado de coser la víspera a Angel Acebes el traje -o más bien mortaja- encargado desde la propia tarde del 13-M a la sastrería del grupo Prisa. La Comisión echará el cierre sin que hayan llegado a comparecer ni el Jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Asturias al que Hernando endosó la responsabilidad del «vasto y extenso operativo policial» que no dio ningún resultado; ni los fiscales jefes de Avilés y Oviedo; ni los policías que investigaron en su día el robo del vehículo en el callejón de Trashorras y su posterior explosión por ETA en Santander; ni el jefe superior de Policía de Asturias; ni el propio secretario de Estado para la Seguridad cuando ocurrió la masacre; ni por supuesto esos confidentes de los que tanto se ha hablado desde el estrado, transmitiéndoseles incluso tenebrosas amenazas de muerte, pero a los que se les niega la mera oportunidad de dar su versión de los hechos.

¡Son presuntos delincuentes que profanarían el templo parlamentario!, se alega furiosamente. ¿Acaso no lo eran también Mario Conde, Luis Roldán, Mariano Rubio o Antonio Camacho y todos ellos desfilaron -este último conducido desde la prisión en el reglamentario coche celular- por las correspondientes comisiones de investigación? ¿O tal vez lo que se está sugiriendo es que ensuciaría más la moqueta de la carrera de San Jerónimo un marroquí con camiseta que un ladrón de guante blanco con perfecta dicción del castellano?

Precisamente porque no estoy alentando ninguna teoría de la conspiración con implicaciones políticas concretas es por lo que no me cabe en la cabeza que cuando quien en teoría más tendría que perder en un proceso de acotación y depuración de responsabilidades -el PP que gobernaba- está impulsando ejemplarmente la búsqueda de la verdad, sean el PSOE y su lamentable flotilla de adjuntos quienes bloqueen ese empeño.

Son tan buenos los resultados del sondeo que hoy publicamos sobre sus primeros cien días en el poder que mucho me temo que, narcotizado por las mieles del éxito, ZP no sea consciente de que ante una inicial prueba de fuego que afecta a la propia esencia de su atractivo proyecto, está a punto de incurrir exactamente en el mismo error que con tanta perspicacia él personalmente ha atribuido a Aznar: la renuncia a llevar a la práctica sus promesas regeneracionistas.

Refiriéndose a un asunto que se está sacando de quicio como el de las gestiones del lobby washingtoniano -contratado por Exteriores para muchas otras cosas-, en pro de la concesión de la Medalla del Congreso a Aznar, Zapatero acaba de decir que él nunca hará nada parecido. Ya lo veremos.

De sobra se sabe que es el ojo del criado el que mejor engorda el caballo del amo. No me sorprendería lo más mínimo que Aznar ignorara por completo que nuestra embajada en Washington estaba cometiendo el error de juicio de incluir entre los encargos a uno de esos taxímetros de las relaciones públicas un asunto fronterizo entre los intereses generales de España y los particulares de su presidente. Todo sugiere que fue la admiración sin límites que la ministra Ana Palacio sentía por quien tan inesperadamente la había elevado a un rango inaudito en función de su trayectoria y capacidades la que desencadenó ese patinazo que ahora se amplifica con saña. Nada hay tan peligroso como los aduladores agradecidos y en torno a ZP -en el propio Consejo de Ministros- ya forman un enjambre.

Teniendo dos personalidades tan opuestas, los dos me dijeron en su primera entrevista en el poder que querrían ser recordados por su capacidad de escuchar a la gente, que combatirían el «síndrome de La Moncloa» evitando la soledad del Palacio y que despolitizarían TVE. Ahora Zapatero está a punto de cometer una equivocación prácticamente mimética, y casi en la misma fecha, que aquella en la que incurrió Aznar cuando el 2 de agosto del 96 se negó a desclasificar los papeles del CESID. Con la diferencia de que le será mucho más difícil enmendar las consecuencias de un cierre en falso de la Comisión del 11-M, pues no tiene en perspectiva una segunda oportunidad como la que a Aznar le proporcionaba la Sala Tercera del Supremo.

De la misma forma que su antecesor llegó a creer que la entrega a la Justicia de los documentos de la guerra sucia era algo que sólo nos importaba a cuatro periodistas díscolos, ZP puede pensar ahora que el ciudadano medio se pierde entre tantos nombres y fechas, entre tantas conjeturas y casualidades, y que sólo los muy obsesos por las investigaciones de EL MUNDO pueden tener interés en escuchar de labios de Zouhier qué paso en Asturias cuando «marcó» a los vendedores de explosivos ante los agentes de la UCO y de qué habló con su controlador «Víctor» durante sus cuatro conversaciones inmediatamente anteriores al 11-M y durante sus cuatro conversaciones del día siguiente.

Pero si su anhelo de transparencia se atrofia ya a las primeras de cambio, al menos debería funcionarle su hasta ahora fino instinto de la navegación política. Porque si en el futuro algunas de nuestras hipótesis se ven corroboradas por los hechos o por nuevos testimonios esclarecedores y se demuestra que mientras el presidente entonaba sus cánticos de amor a la verdad, su Gobierno y su grupo parlamentario protegían desalmadamente la mentira, a ZP sólo le quedarán dos opciones: o cambiar, como en Madrid, el nombre del invento y convertir al PSOE en Partido Socialista Orwelliano Español o permitir al hombre del saco, perdón al coronel Hernando, que nos ajuste las cuentas a unos cuantos.