Presos de ETA

Andrés Montero Gómez es presidente de la Sociedad Española de Psicología de la Violencia (LA RAZON, 13/01/04).

Después de que el juez Baltasar Garzón desmantelara el denominado «frente de makos» de ETA, la banda terrorista ha intentado por todos sus exhaustos medios reorganizar la burbuja que aísla a sus encarcelados aún más del mundo exterior. Ahora se van de visita al Parlamento catalán.

El colectivo de presos terroristas siempre ha configurado un factor estratégico en la realidad de ETA, muy ligado a la vertiente técnica de una eventual negociación entre la banda y el Estado. La negociación con ETA, que desde la perspectiva de la organización terrorista ha partido de una plataforma desvariante que ha llevado sistemáticamente a sus dirigentes e ideólogos a pensar que podían tener alguna capacidad de influencia política con su violencia, ha venido avanzado desde la potencialidad que albergaba en la transición política española (recordemos el proceso de ETA-pm) hasta la drástica reducción de márgenes, siquiera de contacto o interlocución, que le resta a la banda hoy en día. Así, con la adecuada conceptualización del terrorismo como amenaza criminal, el avance en la estructuración civil para su rechazo social, el aislamiento internacional, la efectividad policial y la sofisticación jurídico-legal, al terrorismo de ETA sólo le queda que la clase política resuelva un frente unido contra la banda para que lo único que quepa escuchar de su comité ejecutivo sea la manera en que la organización terrorista va a autodisolverse. Sin condiciones.

Por lo general, ETA siempre ha intentado introducir mecanismos de compensación para desactivar los efectos perjudiciales que sobre sus estructuras ha tenido la política penitenciaria, aunque sus logros hayan estado condicionados por los efectos de su propio aislamiento. Respecto a los terroristas en prisión, la tradicional acción de compensación de ETA para amortiguar la dispersión se concentró en fortalecer el trabajo de las Gestoras Pro-Amnistía, ya extinguidas por las causas judiciales que la Audiencia Nacional desarrolla sobre ese satélite etarra.

Sin embargo, dentro de esa enquistada y distorsionada realidad que ETA ha construido para sí, en tanto organización, no le importa demasiado el aumento de penas o su cumplimiento íntegro, porque está convencida de que el final para el pretendido conflicto que trata de gestionar con su terrorismo será la negociación, que aunque no sea de contenido político, como a ETA le gustaría, como mínimo versará sobre la situación de los presos, elemento que los sucesivos gobiernos que han contactado con ETA han puesto como único virtualmente negociable con la banda, aparte del abandono de la violencia, claro. Esta parte de la confabulación etarra es un mecanismo de compensación en sí mismo: ETA transmite a sus militantes que no existe preocupación por la reforma, porque al final tendrán poder para conseguir que el Gobierno ceda en el capítulo de los presos.

La reinserción de un asesino etarra no es sencilla. En tanto integrado en un comando fuera de la cárcel, el terrorista está literalmente viviendo en otro mundo. ETA tiene organizado un entramado de corpúsculos que cumple, a su vez, la doble vertiente de anclarse en la sociedad vasca a través de la acción en una serie de frentes todos ellos relacionados con el mantenimiento de la violencia y su amplificación, y de encapsular a la propia banda criminal aislándola del exterior. El aislamiento de ETA y la subcultura que el denominado MLNV promueve para sus militantes constituyen el mecanismo más potente para garantizar la pervivencia del ideario irracional que justifica el terrorismo. En prisión, ETA trata de extender la burbuja a través de familiares y amigos para que el terrorista encarcelado sienta el cordón umbilical con la banda. Por otra parte, una penitenciaría constituye otro estado alterado de realidad, puesto que los reclusos están separados de la sociedad. Además, al asesino se le limitan unos derechos pero continúa detentando otros inalienables en prisión, entre los que se incluyen no ser obligado a participar en programas de reeducación.

Por otra parte, no es ni mucho menos evidente que los reclusos de ETA requieran programas especialmente diseñados para su rehabilitación a la sociedad. A mi juicio, si el Estado considerara que la reinserción especial de terroristas, con adjuración expresa (que no delación) de ETA, tuviera un impacto favorable en la lucha contra el terrorismo de mayor calidad que la esperable de una reinserción derivada del hecho de cumplir una condena, en la que el preso no se ha sometido a intervención reeducativa diferenciada para terroristas, sólo entonces debería estructurar equipos especiales para ello. No obstante, ha habido criminales de ETA que, sin someterse a programas especializados de intervención para su reinserción y por tanto haciendo idéntica vida que el resto de reclusos no terroristas, han abandonado la banda y se han reinsertado tras cumplir no más de quince años (Código Penal antiguo). Ahora, bien pudiera ser que la perspectiva de cuarenta años a la sombra fuera suficiente revulsivo para sumarse a programas de intervención con el resto de presos y acceder a alguna vía de reinserción.

Finalmente, no olvidemos que existe un núcleo duro de presos de ETA para quienes el concepto de reinserción no tiene el mismo significado social que se ha debatido a raíz de la propuesta de endurecimiento de penas, y que parte de una perspectiva que tiene en la Constitución de 1978 y en su generación normativa el referente esencial. Ese colectivo de terroristas y presuntos terroristas, con presos que celebran asesinatos con champán o se integran en instituciones docentes del País Vasco mientras permanecen en prisión, no sólo reside en la convicción de que está perfectamente integrado en el tejido social de su pueblo, sino de que el virtualmente desintegrado es ese pueblo al que otro (supuestamente el español) está sometiendo. Semejante planteamiento disminuye drásticamente las posibilidades de reinserción, un proceso que requiere la interiorización de la idea de que la transgresión ¬en forma de asesinato en muchos de estos casos etarras¬ es una desviación social que tiene que ser corregida. Por el contrario, una porción importante de presos terroristas se alimenta diariamente de la trágica fabulación de que ETA está sirviendo a la sociedad vasca con sus asesinatos. La realidad distorsionada del terrorismo y sus mecanismos de proyección de la responsabilidad hacia el otro, hacia la víctima, operan así.