Los Presupuestos Generales del Estado se califican habitualmente como el instrumento fundamental de actuación de un gobierno, la expresión máxima de una política económica con la que provocar que la economía y la sociedad se muevan en una determinada dirección. Pero esa es una interpretación antigua, casi reaccionaria, permítanme que les diga. Para la economía política de este Gobierno, los Presupuestos no son más que un relato, una historia que contar, una ficción amable con la que aumentar la base electoral. Los gobiernos responsables hacen política económica; los gobiernos populistas, economía política. La política económica se basa en estimaciones realistas de ingresos y gastos, asigna recursos a objetivos determinados y cuantifica sus efectos. Son cálculos aproximados, susceptibles de error, cuya probabilidad aumenta en situaciones de alta incertidumbre como la actual, pero cálculos fundamentados, repetibles y validados por observadores imparciales. Cálculos que se apoyan en hipótesis razonables, explícitas y creíbles. La economía política, en cambio, no dejará nunca que los hechos, los números, la evidencia histórica y empírica, estropeen una bella y conmovedora historia. Los presupuestos del año 2021, como la educación o la libertad de prensa, son sólo un instrumento de poder, de perpetuación en el poder del Gobierno Sánchez.
Abundan en nuestro país los ejemplos recientes de fake news, de economía política populista. El austericidio fiscal para descalificar el ajuste económico más exitoso tras la crisis del euro, agravada en España por la política de aumento indiscriminado del gasto estructural del Gobierno Zapatero. Los recortes sanitarios de la derecha para ocultar la absoluta incapacidad del Gobierno actual para responder con políticas sanitarias y sociales a la crisis del Covid-19 sin suspender derechos fundamentales o arruinar la economía. Por cierto, esto último no es un juicio de valor, sino una constatación empírica. Según los datos de las Perspectivas de Otoño de la Comisión Europea recientemente publicadas, España es el país europeo donde más ha caído el PIB y más se ha restringido la movilidad de los ciudadanos.
Los Presupuestos Generales del año 2021 se superan. Las previsiones de crecimiento son discutibles, en el límite del optimismo aceptable para los muchos economistas que aún creen que es responsabilidad del Gobierno moldear los hechos para crear expectativas positivas, porque los ciudadanos son unos críos inseguros. Pero son las previsiones de ingresos y gastos las que exceden el margen de lo aceptable, incluso para esos mismos economistas, porque son sencillamente una ilusión. La explicación oficial es doble, como corresponde a la composición del Gobierno. Los técnicos subrayan que el déficit este año es irrelevante, porque al haber suspendido la Unión Europea la aplicación de las reglas fiscales y el Banco Central Europeo, BCE, garantizado la compra ilimitada de deuda pública, ha desaparecido la restricción presupuestaria y solo algunos economistas dépassé, cegados ideológicamente o incapaces de entender los nuevos tiempos, se preocupan por esas menudeces de la sostenibilidad de las cuentas públicas. Los políticos nos recuerdan que ahora o nunca, que la transformación social no puede esperar, y que un Gobierno progresista no puede detener su cruzada salvadora porque los números cuadren mejor o peor.
Sería bonito si fuera verdad, me refiero a la explicación técnica, porque la política es sencillamente volver a la revolución pendiente y al drama histórico de las dos Españas. Pero suponer que el déficit y la deuda pública son y serán irrelevantes es ignorancia, engaño o un optimismo europeísta extraordinariamente peligroso. Ignorancia o engaño, porque sólo pensando que los fondos europeos se van a utilizar con una insólita eficiencia y eficacia podría sostenerse que van a generar suficiente empleo, crecimiento y recursos fiscales para garantizar la sostenibilidad de las cuentas públicas españolas. La experiencia histórica no permite ese salto al mundo de las fake news.
Europeísmo irresponsable entonces, porque solo queda una alternativa. Que sea el contribuyente europeo quien termine pagando la deuda española. No serán nuestros hijos y nietos, sino los de los alemanes, permítanme a mí también un poco de economía política. Y la pagarán los alemanes, y un poco los otros europeos, bien porque se esconderá eternamente en el balance del BCE o bien porque se mutualizará en un Fondo Europeo de Reconstrucción y Resiliencia hecho permanente. Europa, liderada por las fuerzas del progreso y convencida la canciller Merkel por la fuerza dialéctica de nuestro presidente y la justicia de nuestros argumentos, verá su momento «hamiltoniano» y hará suya la deuda de los Estados miembros. Está pronto el momento feliz en que podremos olvidarnos de la prima de riesgo, del maldito diferencial y del bucle riesgo bancario soberano, antiguallas de economistas reaccionarios.
Pero dejemos el mundo de los sueños y volvamos a la realidad de los números, volvamos a la política económica. La realidad es que España encara la crisis del Covid en la peor situación fiscal de Europa, con el mayor déficit estructural de la Eurozona. Un desajuste que el Gobierno de Pedro Sánchez se ha ocupado conscientemente en aumentar en plena expansión prepandemia porque «se ha acabado la hora de los ajustes». Y la realidad es que es a España a quien más golpea este shock exógeno. Porque está especializada en la movilidad de las personas, porque sufre de un minifundismo empresarial largamente sostenido por políticas paternalistas miopes, y porque sus desequilibrios macroeconómicos le hacen particularmente vulnerable al clima inversor y a la percepción de sus políticas. Y este Gobierno ha trabajado duro para deteriorar la imagen de España, dando cumplida satisfacción a las exigencias de esa mayoría de la moción de censura que ahora se quiere cimentar con los Presupuestos. La recuperación será desigual, la española más tardía por todo lo apuntado. Y entonces pagaremos tanto la política con la economía.
La realidad es que los Presupuestos presentados para su tramitación parlamentaria no hacen política económica, sino economía política. Tiempo habrá para analizar algunas propuestas concretas, sobre todo en materia fiscal, de vivienda o de proteccionismo económico y empresarial que apuntan a la voluntad de extender un modelo económico clientelar que consolide el nuevo régimen. El problema original está en su concepción. No son unos Presupuestos para la recuperación económica, sino para la reconfiguración política, para construir una nueva y duradera mayoría. Unos Presupuestos que nos van a traer problemas de financiación y de sostenibilidad y problemas en Europa.
Fernando Fernández Méndez de Andés es profesor de economía y finanzas de IE Business School.