Prevenir la radicalización violenta en Francia: ¿de una “sociedad de vigilancia” a una “sociedad de sospecha”?

“Es nuestra responsabilidad construir una sociedad de vigilancia.” Éstas son las palabras utilizadas por el Presidente francés Emmanuel Macron para invitar a los servidores públicos a participar en la detección de la radicalización violenta—en el lugar de trabajo, en la escuela, en los lugares de culto, y “cerca del hogar”. En su discurso efectuado en honor a los cuatro servidores públicos asesinados en el Cuartel General de la Policía de Paris el 3 de octubre de 2019, el jefe de Estado claramente diferenció entre “vigilancia” y “desconfianza”. Sin embargo, recientes declaraciones de alguno integrantes del gobierno diluyen esta diferenciación. Por ejemplo, se tiene la discusión acerca de extender el uso de “señales tempranas” de radicalización, que, según las autoridades, facilitarían la detección y prevención de la radicalización violenta.

Cinco días después de los ataques al cuartel general de policía de Paris, el Ministro del Interior, Christophe Castaner, sugirió que cualquier individuo que pareciere mostrar signos de radicalización debería ser denunciado de forma más sistemática. Durante la audiencia ante el Comité Legislativo de la Asamblea Nacional, el Ministro del Interior listó algunos de estos “indicios” que deberían conducir a una investigación pormenorizada: “práctica religiosa rigurosa, especialmente exacerbada durante le Ramadan”, dejarse la barba, no besar más a alguien en la mejilla como saludo, la negativa a “formar equipo con mujeres”, la “práctica regular y ostentosa de oraciones rituales”, la presencia de una marca en la frente (tabaâ) o el “uso de velo que cubra completamente la cara en el caso de servidoras públicas mujeres en lugares públicos”.

Esta lista puede parecer coherente, pero en realidad entremezcla actos, apariencias y prácticas que pueden, y deberían, ser desvinculadas con precisión de todo análisis sobre el fenómeno de la radicalización. Ella forma un revoltijo de prácticas religiosas comunes a los musulmanes devotos (prácticas más frecuentes durante el Ramadan, llevando una barba), prácticas religiosas que pueden ser consideradas rígidas (negarse a besar a alguien en la mejilla) o actuar contra la ley (llevar un velo que cubra totalmente la cara). En un contexto en el que miles de musulmanes (y no musulmanes para estos efectos) responde a uno o más de estos indicadores, ¿cómo se puede creer que el uso de estas “señales tempranas” podrían evitar la generación de un clima de desconfianza generalizada?

A este respecto, la controversia en torno al envío de un cuestionario al personal de la Universidad Cergy-Pontoise para detectar “señales tempranas” de radicalización proporciona un ejemplo de los peligros prácticos que tal punto de vista podría provocar. Titulado “Fiche de remontée des signaux faibles” (Formulario de detección de señales débiles), el cuestionario consiste en una lista de criterios que son tan cuestionables como los “indicios” enumerados por el Ministro del Interior. Adicionalmente a los elementos listados por el ministro, el formulario contiene aún más elementos sorpresivos como ser el “súbito interés en noticias nacionales e internacionales”, el hecho de “no participar más en fiestas” o el abstencionismo recurrente.

En el campo de las políticas de prevención contra el extremismo violento (PEV), el uso de tales indicadores no sólo es cuestionable teóricamente, sino también peligroso en la práctica.

En primer lugar, debe subrayarse que el uso de estos indicadores de radicalización carece de base científica. Pese a ser utilizados en muchos países, no existe evidencia de que la presencia de estas “señales” tempranas o de advertencia—usualmente enfocadas en este caso en apariencias y prácticas religiosas—conduzca a un diagnóstico preciso de un proceso de radicalización. En el mejor de los casos, una combinación de los indicadores, abarcando no sólo apariencias sino también ciertos comportamientos (discursos conspirativos, tendencia al aislamiento, etc.) podría indicar que un proceso de radicalización está en marcha. Pero esta misma combinación podría indicar la presencia de otros fenómenos que nada tienen que ver con la radicalización violenta: ¿Acaso el rechazo a una autoridad femenina, por ejemplo, no podría ser simplemente una actitud machista? ¿No es el rechazo a la autoridad una característica general de la adolescencia? En otras palabras, los indicadores de radicalización que se supone definirían objetivamente a o brindarían un “perfil” de un individuo radicalizado, pueden guardar relación con muchas situaciones, prácticas o actitudes que nada tienen que ver con la radicalización violenta.

En segundo lugar, como se indica líneas arriba, estos “signos de radicalización” se enfocan en gran medida en apariencias y prácticas religiosas. Al hacerlo, las autoridades públicas basan sus estrategias en esta área de PEV sobre dos presunciones: (1) estos signos, cuando se detectan en un individuo, indican que la persona está radicalizada (al menos en lo que respecta a la religión/al menos en términos religiosos); y (2) si existe “radicalización” en aspectos religiosos, existe el riesgo que el individuo en cuestión puedan perpetrar actos violentos/existe el riesgo que el individuo opte por acciones violentas. En este sentido, durante su audiencia ante la Comisión Legislativa del Senado, el Ministro del Interior declaró que los signos que él enumeró podrían ayudar a identificar “la radicalización hacia un Islam radical, un Islam político y el terrorismo”. Este patrón de pensamiento está por lo tanto basado en la presunción que existe un vínculo fatal entre cierta forma de practicar el Islam, que algunos describirían como rígido (“Islam radical”), y el terrorismo jihadista. Sobre la base de esta presunción, las “señales tempranas” ayudarían a detectar a personas que parecerían “radicales” por sus prácticas religiosas y por lo tanto podría impedir que otros caigan lentamente en el jihadismo

Sin embargo, este análisis encara dos escollos: por un lado, demuestra confusión entre lo que constituye prácticas religiosas y lo que constituye ideología violenta. Por otro lado, esta perspectiva no permite diferenciar entre radicalización cognitiva, es decir, la adopción de ideas radicales, y la radicalización violenta, es decir, la adopción de conductas violentas (o la justificación del uso de la violencia en nombre de la ideología radical). Aunque una mayoría de jihadistas actúa siguiendo/a nombre de una ideología radical (jihadista-salafista), una gran mayoría de individuos que se adhiere a esta ideología no actúan de forma violenta. En otras palabras, adoptar ideas que sean consideradas radicales no necesariamente conduce a comportamientos violentos. Por lo tanto, pese a que puede existir una correlación entre puntos de vista radicales y conductas violentas, no existe causalidad. Este problema intrínseco (correlación, pero no causalidad) es un punto fundamental en el campo de PEV.

En la práctica, tal uso de “indicadores” puede compararse con arrastrar una enorme red de pescar a través de un estanque sólo porque se vieron algunas burbujas: las autoridades estatales, impotentes ante un fenómeno que es difícil de predecir o detectar, dragan a lo largo de grupos sociales o áreas geográficas siguiendo vagos indicadores de que ahí se encontrarían unos pocos individuos problemáticos. Portando una lista de “señales tempranas” y “señales de advertencia” vagamente formulada, los operadores como tales) que muestren uno o más de estos “síntomas”. ¿Cuál será el costo de llevar adelante esta estrategia?

En Europa, en algunos países donde los indicadores se están utilizando o han estado siendo utilizados (por ejemplo España y el Reino Unido), muchas voces entre los círculos académicos, pero también entre organizaciones de defensa de derechos humanos, se están levantando para advertir contra los efectos perniciosos que estas herramientas pueden tener sobre la vida común. Entre las principales consecuencias no deseadas de estas medidas, está la discriminación basada en las apariencias o en ciertas prácticas religiosas; la emergencia de un clima de sospecha hacia ciertos miembros auténticos o presuntos de la comunidad musulmana; o la desconfianza de parte de los musulmanes que se sienten observados o bajo sospecha por sus profesores, médicos o colegas.

Por lo tanto, los indicadores que se presentan como medios confiables para detectar la radicalización violenta y de esa manera promover una “sociedad de vigilancia”, son de hecho herramientas cuyo diseño no está basado en la ciencia y cuyo uso práctico puede fomentar la sospecha y la persecución. Bajo tal contexto, las acciones de las autoridades podrían alentar la marginalización de ciertos segmentos de la sociedad, y producir efectos contrarios a la inclusión, que acabarían convirtiendo a las comunidades vulnerables, más permeables aún a la radicalización.

Moussa Bourekba, Investigador, Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB)

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