Prever para no tener que lamentar

Siempre se había dicho que la hora de la verdad para el euro vendría cuando tuviera que afrontar una recesión grave como la actual. Y algunos temíamos que podría tropezar hasta caer si se seguía apoyando solo en una política monetaria unificada, con políticas fiscales ampliamente descentralizadas. Ahora, con la crisis griega y los riesgos de contagio a otras economías, el euro ha llegado a un momento crucial de su existencia como moneda única de un conjunto de estados sin la misma política económica, ni un presupuesto común significativo, ni instrumentos de solidaridad efectivos.

Para hacer frente al riesgo que implicaba ese euro cojo –o «unijambiste», según la conocida metáfora de Delors, algunos habíamos abogado, sin ningún éxito, por un gobierno económico de la zona euro. Pero ahora que se ven de cerca las orejas al lobo parece que la idea se abre paso. Incluso los alemanes, que siempre han sido muy reticentes a la idea, han pronunciado la frase mágica «gobierno económico de Europa» por boca de su cancillera Merkel al poner bajo tutela la economía griega yendo más lejos de las previsiones de los tratados.

Cuando surgen propuestas de crear un fondo monetario europeo, ya que el Banco Central Europeo no puede suscribir emisiones de deuda pública, hora es de admitir que hubiese sido necesario desde el principio dotar a la zona euro de un mecanismo de solidaridad financiera coyuntural. Pero cuando se concibió el euro se aceptó que diseñar un mecanismo de gestión de crisis incitaría a la imprudencia, de manera que mejor no tenerlo. Como si lo mejor para que los bañistas no se arriesgaran fuese renunciar a los salvavidas.
Se pecó de exceso de confianza en los mecanismos de vigilancia que debían hacer imposible que una crisis ocurriera. Y ahora hay que improvisar por no haber querido prever. Esos mecanismos de vigilancia han fallado estrepitosamente. Primero, en su aplicación, como lo muestra el caso griego. Durante 10 años la diferencia media entre el déficit presupuestario real griego y el comunicado ha sido ¡de 3,3 puntos de su PIB! ¿Cómo es posible que un fraude tan masivo y continuado haya podido mantenerse durante tanto tiempo sin que la Comisión se enterase o se quisiera enterar? Alguna responsabilidad deben también tener los que debían ejercer la vigilancia prevista en los tratados...
Segundo fallo, en la viabilidad de la solución llegado el caso de un Estado en graves dificultades. Aceptar impasibles la quiebra de un Estado miembro del euro para que sirva de escarmiento a los demás tendría graves consecuencias para el conjunto de la zona, como dejar que quebrase Lehman Brothers lo tuvo para el conjunto del sistema financiero mundial. Además, los estados del euro siguen siendo miembros del FMI, pueden solicitar su ayuda para evitar su quiebra y no van a dejar de hacerlo para salvar el honor de Europa. Aunque sería un poco raro que el FMI interviniese en un país de la zona euro, que a fin de cuentas es la segunda moneda de reserva mundial y el primer accionista del fondo. Pero si los europeos quieren, como dicen, evitar la intervención del FMI, tendrán que hacer su papel y prestar a Grecia, dando así sentido práctico a las retóricas promesas de solidaridad.
Y tercero, ha fallado en su concepción teórica, como muestra el caso español, bien diferente del griego a pesar de algunas declaraciones imprudentes. Se suponía que bastaba vigilar la inflación y los déficits públicos porque el sector privado era por naturaleza estable. Estábamos tan contentos con nuestro superávit presupuestario que no prestamos ninguna atención al colosal endeudamiento privado, de familias y de empresas, que alimentaba una burbuja especulativa al calor de tipos de interés reales negativos.

En el 2007 teníamos un superávit presupuestario del 2 % y éramos la envidia de Europa. A los que se preocupaban por la solidez de un crecimiento que había hecho pasar la inversión en vivienda del 5% al 10% del PIB y generado el segundo déficit comercial más grande del mundo en volumen, el superávit presupuestario servía de garantía de incuestionable salud. Ahora tenemos un déficit que llega casi al 12%, en parte causado, como en todos los países, por el recurso al gasto público para sustituir la caída de la demanda del sector privado. Es un problema que habrá que reconducir, pero gracias a que todos los países han dejado crecer sus déficits públicos la economía mundial ha escapado a una gravísima crisis.
El debate es ahora a qué ritmo hay que reducir los déficits públicos, porque hacerlo demasiado rápidamente puede matar la tímida recuperación que se vislumbra. Con sus reacciones histéricas, los llamados mercados, que tienen nombres y apellidos y que son los mismos que se beneficiaron de los planes de salvamento público, pueden obligar a los gobiernos a reacciones subóptimas para evitar un encarecimiento de su financiación. Una vez más, mecanismos de solidaridad en la zona euro servirían para hacer frente a los profetas de la desgracia que se enriquecen con sus profecías. Y una mejor coordinación de las políticas económicas nos ahorraría crisis futuras.

Josep Borrell, presidente del Instituto Universitario Europeo de Florencia.