Prim y las paradojas de la Historia

Corría el año 1856 y todavía no se había alcanzado la definitiva unificación de Italia. Un historiador cuenta una premonitoria escena ocurrida en este año: dos niños jugaban en el jardín del castillo de Moncalieri, vigilados por unas domésticas. Los dos eran hermanos, el mayor se llamaba Humberto y tenía 12 años; el más pequeño, Amadeo, era un año menor. El padre de ambos, Víctor Manuel, acababa de perder a su mujer como consecuencia de un malogrado parto a la edad de 30 años.

Aquella tarde, cuando estaban jugando los dos hermanos, apareció una mujer vestida con ropa de fuertes colores que les llamó tanto la atención que se aproximaron a ella; era una gitana de las que adivinan el futuro. «Dame tu mano», le dijo precisamente al pequeño. «Tú serás Rey». Tal predicción, cuando se la comunicaron al marqués Federico della Rovere, preceptor de los dos hermanos, le provocó una fuerte conmoción. Ciertamente, el vaticinio de la gitana sólo podía tener un significado: Humberto, el heredero del Trono de Piamonte -y poco después de Italia- parecía destinado a una muerte prematura, pues sólo en ese caso Amadeo podría convertirse en Rey, salvo que, obviamente, se hubiera equivocado la zíngara. Sin embargo, no se equivocó, ya que curiosamente ambos hermanos se convertirían en reyes: Humberto sería Rey de Italia, sucediendo a su padre Víctor Manuel II, y Amadeo -quién lo podía pensar- Rey de España, por la gracia del General Prim.

Prim y las paradojas de la HistoriaEn efecto, fue el político y militar de Reus, quien condicionó decisivamente los tres problemáticos años en España de 1868 a 1870. Junto con el Almirante Topete y el General Serrano se había pronunciado en contra de Isabel II, que tuvo que salir rápidamente de España.

A partir de ese momento el General Prim es quien va a decidir el destino de España, aunque fuese por breve tiempo. Una serie de acontecimientos se van a suceder aceleradamente. En febrero de 1869 se convocan las Cortes, que se convierten en Constituyentes. En apenas cuatro meses redactan y aprueban una nueva Constitución que representa un hecho insólito en el constitucionalismo de la época. Por una parte, fue aprobada por una amplia mayoría que rozaba el consenso, lo que venía a señalar que no era una Constitución de partido, sino que en esas Cortes Juan Prim era el único que podía lograr una mayoría tan amplia de Gobierno. Es cierto que muchos de los parlamentarios eran republicanos, pero se acabó imponiendo la voluntad de Prim porque pensaba que España no estaba preparada todavía para adoptar la República, aunque sí para organizar una Monarquía democrática y parlamentaria. En este sentido, no cabe duda de que el texto de 1869, redactado y aprobado en tan escaso tiempo, no era sólo la Constitución más avanzada de nuestro constitucionalismo hasta entonces, sino también en el de todo el mundo en esa época. Ahora bien, lo insólito de este texto es que regulaba un régimen monárquico, sin que hubiera un rey. Desde este punto de vista, es la única Constitución monárquica española, incluida la actual en la que no se dice quién es el monarca ni sus herederos. Lo cual tiene una clara justificación: Prim deseaba llevar a España a los esplendores de la época de Felipe II, pero no confiaba en la dinastía de los Borbones. Algo lógico, teniendo en cuenta que con la excepción del floreciente reinado de Carlos III, considerado hasta entonces como el mejor Rey de España, su hijo Carlos IV, su nieto Fernando VII y su biznieta Isabel II fueron, por motivos diversos, un auténtico desastre. Especialmente Fernando VII, primer Rey constitucional español, que se convirtió en el peor enemigo para el pueblo, dejando, por un lado, a una hija que ni reinó ni gobernó realmente y, por otro, a un hermano, ambos en pugna, que llevó a España a las guerras carlistas. Era lógico, pues, que Prim buscase otra dinastía diferente de la que reinaba entonces, como demostró con sus famosos: «Jamás, jamás, jamás», refiriéndose a los Borbones. Alguno ha señalado así que estos tres jamases se referían a Isabel II, a su hijo Alfonso, entonces de 11 años, y a la hermana de Isabel II, la Infanta Luisa Fernanda, casada con el Duque de Montpesier. Sin embargo, aceptando que fuese auténtica esta versión, Prim tendría que haber pronunciado un cuarto jamás dirigido al nefasto hermano de Fernando VII, Carlos María Isidro y a sus sucesores, que originaron las tres guerras civiles que conmovieron a España en el siglo XIX.

Sea lo que fuere, Prim no tuvo más remedio, por consiguiente, que buscar una nueva dinastía. De este modo, fueron varios los candidatos de diversos países los que se barajaron, pero al final se impuso el segundo hijo varón del Rey de Italia, Amadeo de Saboya, que reinaría en España por poco tiempo. En consecuencia, una comisión parlamentaria se desplazó a Italia para agradecer al segundo hijo del Rey Víctor Manuel II, que había unificado Italia, la aceptación de la corona española. Ante el ofrecimiento que se le hizo, Amadeo respondió: «Aceptaré la corona si el voto de las Cortes me demuestra que ésta es la voluntad de la Nación española».

El Duque de Aosta se embarcó el 25 de diciembre de 1870 en el buque de guerra español que le llevaría desde el puerto de La Spezia hasta Cartagena, donde debía llegar el 30 de diciembre recibiéndole su patrocinador el General Prim. Sin embargo, el presidente del Gobierno no estaba allí, por lo que un presentimiento angustioso se apoderó del joven Rey sin que supiese todavía lo que había ocurrido. Pero enseguida se daría cuenta de que su reinado sin Prim, no sería posible, como así ocurrió.

Así las cosas, la tarde del 27 de diciembre, a la salida de una sesión del Congreso de los Diputados, cuando Prim se dirigía a su residencia del Palacio de Buenavista, le tendieron una encerrona en la calle del Turco, disparándole varios individuos con trabucos. Prim llegó gravemente herido a su residencia y a partir de ese momento hasta el día 30 en que falleció, se ocultaron una serie de anormalidades tanto jurídicas como médicas, que han sido analizadas con motivo del bicentenario de su nacimiento. En efecto, una comisión científica presidida por Francisco Pérez Abellán que ha podido examinar la momia de Prim y cuyos resultados han sido plasmados en un libro, concluye que éste no murió como consecuencia de las heridas que le provocaron en el atentado, sino que fue estrangulado por algunos de los que tenían vía libre durante su convalecencia. Pérez Abellán sostiene así que los sicarios que le dispararon le dieron por muerto porque se estaba desangrando. Pero no falleció inmediatamente como consecuencia de las balas recibidas, sino que alguien que cumplía órdenes quiso cerciorarse de que Prim estaba bien muerto, estrangulándole con un cinturón de cuero.

La versión de Pérez Abellán y sus colaboradores puede aceptarse o no, pero parece bastante verosímil de lo que sucedió tras las bambalinas en el Palacio de Buenavista. Ahora bien, por encima de los autores intelectuales y materiales del asesinato del General Prim, lo que es evidente es que se había convertido en un hombre que iba contracorriente en una España todavía muy subdesarrollada y conservadora, que estaba gobernada tradicionalmente por una clase reaccionaría que no admitía ningún signo de progreso. Por eso eran muchos los que querían acabar con un presidente de Gobierno catalán y masón, que rompía todos los moldes de la España más oscurantista.

El intento de Prim consistía, como se ha dicho, en implantar en España una democracia coronada, una Monarquía con instituciones republicanas o, más simplemente, una Monarquía parlamentaria. Su sueño fue imposible entonces, pero como la historia da muchas vueltas, cabría decir que las ideas de Prim acabarían triunfando 100 años después y como consecuencia y gracias, paradójicamente, a la dinastía que él había contribuido a desterrar de España, personalizada concretamente en Juan Carlos I de Borbón, y plasmadas en la democrática Constitución de 1978, que da lugar a una Monarquía republicana que se ha mantenido en España desde entonces, ofreciendo el periodo de mayor prosperidad y libertad de la Historia de España, y que podría seguir manteniéndose en el futuro siempre que sea útil y que sea ejemplar, pero no sólo en lo que se refiere al actual titular de la corona, sino también, y hay que decirlo muy claro, respecto de todos los que, por el momento, tengan derecho a la sucesión.

Jorge de Esteban es catedrático de Derecho Constitucional y Presidente del Consejo Editorial de EL MUNDO.

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