Primaveras árabes, inviernos islamistas

Cuando a fines del invierno de 2011, y de una manera aparentemente inesperada, los ciudadanos del Magreb y de Egipto se levantaron, en algaradas callejeras, contra dictaduras vigentes prácticamente desde que dejaron de ser colonias o protectorados europeos, los jefes de gobierno de nuestro Occidente se alegraron sobremanera: La democracia llegaba por fin a Túnez, a Egipto, Marruecos, luego Libia… ¿Cómo no estar contentos? A más de un año de esos cambios, no siempre fáciles y siempre con mucha algarada sino guerra (ahí sigue la mártir Siria a la espera de algo) podemos darnos cuenta, con preocupación, que en todos esos países, en sus elecciones democráticas más o menos limpias, han triunfado partidos religiosos que se autocalifican de «moderados». Sin embargo, salta a la vista, que su concepto de «libertad» y de «derechos humanos» está muy lejos de lo que es vigente en Europa. No hablamos el mismo lenguaje.

Un amigo tunecino, pintor, que ya se ha refugiado en París, me dice: Para los islamistas ser «moderado» significa que si no te atienes a sus normas debes irte del país. Y ser un islamista «radical» -como los salafistas- significa que si no te atienes a sus normas te puede pasar de todo, muerte incluida. Me acordé de esas advertencias hace unos días cuando viendo la televisión francesa oí una información y una entrevista con una mujer -vestida a lo occidental- directora de una galería de arte en la ciudad de Túnez. Uno de los cuadros expuestos mostraba a una mujer púdicamente desnuda, con un plato de cuscús ocultando el sexo (insisto, nada lujurioso) y la señora contaba a cámara cómo había sido amenazada por los integristas. La más llamativa e inquietante de las amenazas era su foto en internet tachada por una cruz. Según el código de estas gentes (no lejanas al orbe ideológico de Al-Qaeda) eso significa amenaza de muerte sino rectifica de inmediato. Decía, muy preocupada, que las autoridades (islamistas moderados) no hacían nada… El nuevo presidente de Egipto -aunque aún vigilado por el Ejército- dio un discurso a la nación, también transmitido por la televisión francesa, donde todo eran llamadas a la conciliación e incesantemente «a la voluntad de Dios». Un moderado que estudió en EEUU, como Bin Laden.

Cuando terminó la etapa colonial que supuestamente había llevado nuestra modernidad a esos países atrasados, dejó no sólo dictaduras pro occidentales (como la de Hosni Mubarak) sino a una burguesía del mismo signo que es la que, en estos momentos defiende el laicismo y las libertades democráticas, frente a una mayoría popular de raíz religiosa que ha caído en manos de extremistas y rigoristas religiosos extremos. ¿De dónde procede esta lectura del Corán y de otras fuentes mahometanas, esa ley islámica extremada, brutal, que llaman la sharía? Evidentemente de un rechazo al colonialismo occidental y de una consiguiente búsqueda de sus propias raíces fuera de Europa. Natuaralmente ahí se han hallado con el Islam. Hubo un Islam tolerante (basta leer a un poeta como Abu-Nuwas o ver la Persia de la época de los mogoles) pero no es ese Islam que abrazaría a los occidentales el que quieren encontrar estos nuevos buscadores de raíces pretéritas.Ellos precisan el Islam integrista, el de almohades y almorávides en Al-Andalus, el de los wahabitas de Arabia Saudí. Entonces debe uno preguntarse, a la vista de este panorama, ¿tuvieron razón los hurras de los occidentales por la primaveral democracia árabe? ¿O debieran haber supuesto, por el contrario, que se les avecinaba un peligro nuevo -y viejo- en las fronteras sur y este de Europa, por no hablar de un terrorismo más internacional?

Creo que la mal llamada Primavera árabe nos va ha dejar un grave y nuevo problema a Occidente, además de provocar el posible éxodo de sus países de todos los burgueses que sí creyeron en la civilización occidental. En suma, el panorama que veremos en pocos años viene a ser el siguiente: El norte de África tendrá gobiernos islamistas moderados -duros para nuestro sentir- que en cualquier vaivén político pueden ser sustituidos por los radicales. Irán seguirá con el férreo régimen de los ayatolás porque se trata de un potente aparato estatal, mejor que el de Bachar Al-Assad, en Siria, que si cae (caerá) será sustituido por islamistas más o menos severos. Porque -no lo olvidemos- Assad (como Mubarak, como Sadam o como el rey de Ma- rruecos) eran o son, pese a las discrepancias, gentes pro occidentales. Yo estuve hace años en una Siria muy tranquila, atentamente vigilada pero laica, y es uno de los muy pocos países musulmanes donde he podido entrar libremente a cualquier mezquita. Irak (tras la marcha de los norteamericanos) sólo puede tener unas elecciones democráticas donde triunfarán los islamistas antioccidentales. En Afganistán volverán antes o después los talibán, aunque sea (de primeras) en un gobierno mixto. Es decir, la antigua dicotomía Occidente-Islam estará en nuestras puertas o a vista de catalejo, para advertinos primero y después… ¿quién sabe?

El conflicto es demasiado viejo. Pero tenemos un peligro en puertas, básicamente porque nuestras inteligencias optan por abismales distancias semánticas. Aristóteles dijo que «libertad es elegir». Pero San Agustín (claro que al fin del Imperio romano) escribió que «obedecer a Dios es libertad». En un tiempo histórico muy diverso y muy evolucionado respecto al del obispo de Hipona, los musulmanes integristas piensan como Agustín, solo que su Dios era algo más benévolo que el de estos muslimes. Insisto: no practicamos la misma ética y el lenguaje es distinto. Peligro, alertan los sensores. No primavera, ilusos, todo semeja gélido invierno islámico.

Luis Antonio de Villena es escritor.

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