Primaveras de esperanza árabe eternas

Primaveras de esperanza árabe eternas
Daniel Berehulak/Getty Images

La Primavera Árabe que comenzó el 17 de diciembre de 2010 es un tema un tanto incómodo diez años después. Rara vez un enorme estallido de esperanza resultó en tanta desilusión –y en una confusión tan profunda sobre lo que depara el futuro.

En 2002, el Informe de Desarrollo Humano Árabe patrocinado por las Naciones Unidas pronunció sus crudas conclusiones iniciales, revelando una región que estaba rezagada respecto del resto del mundo y donde las aspiraciones de los jóvenes y educados ya no se podían cumplir. Una reforma era obviamente necesaria, pero no sería inminente. Ocho años más tarde, las condiciones estaban dadas para una revolución. Cuando llegó, comenzó en Túnez, donde un vendedor ambulante, harto de los abusos mezquinos de un sistema corrupto, se inmoló.

El foco enseguida viró al centro del mundo árabe, Egipto. Cuando el dictador envejecido de ese país, Hosni Mubarak, arrojó la toalla frente a los cientos de miles de personas que manifestaban en la Plaza Tahrir de El Cairo, la perspectiva de una revolución democrática en el mundo árabe de repente estaba a la vista. Egipto parecía estar listo para una transición democrática genuina, con un posible retorno a las tradiciones de pluralismo político y una clase media que anhelaba una sociedad más abierta y un sistema político más estable y representativo.

Había una esperanza genuina y por eso la Unión Europea invirtió mucho en la transición democrática de Egipto, lanzando programas ambiciosos para ayudar con los detalles de la construcción de un nuevo sistema político. Desde un principio resultó evidente que la Hermandad Musulmana era el movimiento político y social mejor organizado en el país. Durante años, había venido movilizando a emprendedores de pequeña escala y ofreciendo servicios sociales a las comunidades, construyendo así una base política latente que ningún otro movimiento podía replicar. Cuando Egipto llevó a cabo su primera elección competitiva, Mohamed Morsi de la Hermandad Musulmana salió victorioso como presidente.

El interrogante básico planteado por la Primavera Árabe era si Islam y democracia podían combinarse de un modo que resultara efectivo y al mismo tiempo sostenible. En el caso de Egipto, el gobierno de Morsi trastabilló y enseguida hizo un mal uso de sus poderes. Aunque su falta de experiencia no era sorprendente, resultó pasmosamente evidente, lo que abrió la puerta a los oponentes de la Hermandad Musulmana tanto dentro como fuera de Egipto.

Cuando se produjo el golpe militar en julio de 2013, el gobierno de Morsi había perdido gran parte de su respaldo inicial. Pero eso no significa que la transición de Egipto a la democracia tuviera que fracasar. El proceso siempre estuvo destinado a ser accidentado y uno puede imaginar hipótesis de contraste en las que habría triunfado.

En cualquier caso, la represión que vino después fue brutal. El despeje de la Plaza Rabaa por las fuerzas de seguridad dejó un saldo de por lo menos 817 muertos. Para entonces, la Primavera Árabe ya había empezado a diluirse también en otros países. Estados Unidos y países europeos clave lideraron una intervención militar para deshacerse del régimen de Muamar el Gadafi en Libia. Pero esto resultó en una inestabilidad aún mayor en ese país, lo que implicó que nadie estaba dispuesto a intervenir contra el régimen de Bashar al-Assad en Siria, a pesar de la extrema brutalidad con la que estaba reprimiendo a la oposición y a los movimientos rebeldes.

En los años desde la Primavera Árabe, ha habido una contrarrevolución –un Invierno Árabe-. Y en los últimos cuatro años, este retroceso democrático ha estado respaldado activamente por la administración del presidente norteamericano, Donald Trump, que en gran medida abandonó la tradición de Estados Unidos de defender los derechos humanos y la democracia. Donde se produjeron excepciones, como es el caso de China e Irán, las críticas norteamericanas han respondido principalmente a otros intereses estratégicos. En el resto de los lugares, los dictadores han sido elogiados, seducidos y obsequiados con grandes contratos de armas.

Mientras tanto, la UE ha sido efectivamente marginada en la región. Son pocos los desafíos estructurales que llevaron a las revueltas de la Primavera Árabe que han sido resueltos, si es que hay alguno. A comienzos de los años 2010, el Fondo Monetario Internacional estimaba que la mayoría de los países en el mundo árabe necesitarían alcanzar un crecimiento anual del 7% sólo para mantener constante la tasa de desempleo; pero el crecimiento en los últimos diez años no ha cumplido con ese objetivo. Y la situación de derechos humanos no es mejor. “En el gobierno del presidente Abdel Fattah al-Sisi”, informa Human Rights Watch, “Egipto ha experimentado su peor crisis de derechos humanos en muchas décadas”.

En el largo plazo, los regímenes de Arabia Saudita, Irán y Egipto difícilmente puedan sostenerse. De una u otra manera, tendrán que producirse reformas fundamentales para impulsar un gobierno representativo y establecer sociedades y economías más abiertas. Ésta es la lección perdurable de la Primavera Árabe en una región con una población joven gigantesca y creciente.

Para la UE y la administración del presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden, el énfasis ahora debería estar puesto en aliviar las tensiones regionales en Oriente Medio y el norte de África para que los gobiernos puedan concentrarse en implementar reformas domésticas extremadamente necesarias. Sin insistir en que todo se cambie de la noche a la mañana, Estados Unidos y Europa necesitan ejercer una presión constante en cuestiones como los derechos humanos y el gobierno representativo.

Como era el caso hace diez años, la cuestión clave es cómo combinar Islam y democracia de una manera que facilite el proyecto de reforma. La Primavera Árabe falló en parte por sus propias contradicciones y en parte porque intereses enquistados y fuerzas externas querían que fracasara. Pero la contrarrevolución, en definitiva, también debe terminar.

Sin repetir las esperanzas excesivas de hace diez años, las demandas básicas que propiciaron la Primavera Árabe deben tomarse en serio. Los líderes políticos en la región deberían reconocer que satisfacer esas demandas es la única manera de garantizar una estabilidad de largo plazo.

Carl Bildt was Sweden’s foreign minister from 2006 to 2014 and Prime Minister from 1991 to 1994, when he negotiated Sweden’s EU accession. A renowned international diplomat, he served as EU Special Envoy to the Former Yugoslavia, High Representative for Bosnia and Herzegovina, UN Special Envoy to the Balkans, and Co-Chairman of the Dayton Peace Conference. He is Co-Chair of the European Council on Foreign Relations.

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