Primer año 'limbal'

Por Xavier Bru de Sala (LA VANGUARDIA, 19/03/05):

Zapatero se ha pasado un año en el limbo, lugar tan lejano del cielo como del infierno. En términos políticos, España no ha abandonado aún el estado de shock, y mientras dure no habrá dialéctica normalizada entre Gobierno, oposición, opinión y sociedad. De lo que se vale el presidente, tanto si no le gusta como si lo disfruta. A esta luz, su primera decisión tiene una lectura en clave psicológica hasta el momento ignorada: dado un acontecimiento luctuoso de primera magnitud, suprimir su causa mediata proporciona una notable sensación de alivio. Para los que siguen y comentan las relaciones internacionales, la retirada fulminante de las tropas de Iraq pudo ser un disparate incomprensible. Pero es muy comprensible en cuanto a reacción instintiva de cualquier ser vivo, individuo o colectividad, ante el desastre. Si la Administración Bush fue tan inteligente a la hora de cabalgar la ola emocional del 11-S a favor de los postulados neocon, su Departamento de Estado podría ser bastante más comprensible con la presión emocional que aligeró la gran decisión de Zapatero, hasta ahora la única de calibre grueso y calado profundo que ha tomado, la que le situó en el limbo, sino de los justos, sí de los que equilibran o compensan una balanza de dolor colectivo altamente desfavorable.

A menudo parece que la inteligencia sita en Madrid luce mayor capacidad de análisis de la realidad catalana que a la inversa, por lo que deberíamos hacer ímprobos esfuerzos desde Barcelona para compensar esta percepción, desfavorable al colectivo local de comentaristas. En cuanto al biaix o sesgo, puede hablarse de equilibrio a la baja, andamos aquí tan ocupados en lo nuestro y sus avatares que apenas nos queda disponibilidad para ver con la imprescindible objetividad la realidad general. Modo contrario, también es cierto un acusado, a veces galopante, solipsismo de Madrid, tendente a confundir su galimatías de poder al por mayor con los intereses o los sentimientos generales de una península más compuesta de lo que parece, si se atiende sólo a lo publicitado por los altavoces mediáticos de la capital o a lo comentado en sus altivos mentideros. Como recordaba Hernández Puértolas cómo Washington se fue aislando de Estados Unidos, hasta tal punto que hacer carrera política en la capital es sinónimo de no llegar muy lejos. Nunca está de sobra, entonces, intentar desde aquí el análisis de cuanto ocurre de primordial en España. Y todavía más en estas extrañas circunstancias, en las que Zapatero ha pasado de ser criticado por salir al balcón de la Generalitat, aprovechando pro domo sua la toma de posesión de Maragall, a ejercer de cariátide solitaria del PSC y su acompañamiento tripartito, y nunca mejor dicho lo de acompañamiento. En fin, que donde las dan las toma, y al revés. El granero de votos catalán para el PSOE parece tan inagotable como abundante, indisoluble y fructífera la fórmula del PSC-PSOE, un día te apoyo y al otro me apoyas tú.

La situación del PP liderado por Rajoy ni fu ni fa, ayuda a que la vida política española no salga de su sombrío asombro, de modo que el limbo en el que flota Zapatero no presente trazas de deshilacharse. Mientras Rajoy y el PP no pasen página del 11-M y sus consecuencias, lo que se centra en buscar el consenso en política internacional, ahora más necesario todavía que el prescriptito, y por demás tambaleante, en la lucha antiterrorista, no volverá la normalidad política, en términos de dialéctica entre Gobierno y oposición como motor y cúspide de las aspiraciones y controversias de la sociedad.

Huelgan pues honduras en analizar la andadura de Zapatero, porque no es movimiento sino limbo. De los justos o de los injustos, pero limbo. Con la particularidad que, si el limbo católico no es probable que acabe en el cielo antes del día del juicio, si bien es seguro que no presenta la menor conexión con el infierno, tal como están de revueltos el mundo, Europa y Occidente, el limbo de Zapatero tanto puede dar en ascenso como en súbito quebranto de cabeza a la vuelta de cualquier esquina, singularmente en la escena mundial o en lo que se refiere al reparto territorial del poder y su financiación. Después de la normalización de la que hablamos, claro. Mientras el PP siga ensimismado en si fueron verdes por el aprovechamiento del 11-M o si fueron maduras por la gestión ensordecida de los últimos años de Aznar, Zapatero seguirá en su limbo y España sin cerrar el paréntesis. Los populares son rehenes de su melancolía; los socialistas viven de un pasado lúgubre que se cuidan, por la cuenta que les trae, de no acabar de enterrar. El fracasado intento por encontrar un espacio común, de consenso en el centro debería volver por sus fueros, la próxima vez con mayor énfasis por parte de Rajoy, so pena de que el segunda año de Zapatero sea tan timbal como el primero.

Resumen: cuanto más dure Zapatero, menos habrá dos Españas. O tres. O hasta cuatro.