Primera circunnavegación

¿Por qué cuesta tanto a algunos españoles reconocer la españolidad de la primera vuelta al mundo? No será por falta de razones históricas. Tenemos el reciente informe de la Academia de la Historia. Sabemos, entre otras cosas, que Magallanes, nacido portugués, renunció a su condición de vasallo del Rey Manuel; que Portugal incluso intentó matarlo, debiendo ponerle escolta el obispo de Burgos; que Magallanes fue nombrado caballero de la española Orden de Santiago por el Rey Carlos I; que de los 250 marinos que lo acompañaron 150 eran españoles y solo 30 portugueses; y que de los 18 que llegaron a puerto había más griegos e italianos que portugueses (sólo uno lo era), siendo once españoles. Portugal no solo no colaboró en tamaña empresa sino que puso todas las dificultades posibles para que fracasara, complicando todavía más de lo necesario (no dejaban atracar en sus posesiones a Elcano y sus hombres, a los que perseguía) la posibilidad de poder finalizar la vuelta y volver con vida (16 marineros fueron apresados por los portugueses en Cabo Verde). Por tanto, la primera vuelta al mundo no se hizo gracias a Portugal, sino a pesar de ella.

Tampoco la dificultad se debe a que «España no existiera» entonces. Nadie negaría atribuir hoy a Rusia lo realizado por el Imperio ruso, ni plantearía que la Revolución Francesa no la protagonizó Francia porque antes de ese hecho no pudiera presentarse «formalmente» como nación. La causa hay que buscarla en algo más profundo: la dificultad secular de los españoles de sacar pecho por las hazañas protagonizadas por sus mayores y la creencia de que, siendo generosos e integrando a más actores en lo que hicimos, mejorará automáticamente nuestra imagen. Sin entrar en si este enfoque resulta realista o no, tal como funcionan las relaciones internacionales, conviene hacerse otra pregunta: ¿qué habrían hecho otros (incluidos los portugueses) si realmente hubieran financiado, coordinado y liderado la primera vuelta al mundo? Algo de análisis comparado no está nunca de más, aunque se suela olvidar cuando toca a la Historia de España.

Por de pronto, para que se diera una segunda circunnavegación al mundo hubo que esperar cincuenta y ocho años (hasta 1580), hecho que prueba que la hazaña no era nada fácil de imitar. Para ello, los «eficaces» y «modernos» ingleses mandaron a un corsario (Francis Drake) con cuatro naves. Poco importa históricamente, al parecer, que (esta vez sí) tuvieran que secuestrar a un capitán portugués para que les enseñara cómo lograrlo. ¿Ha reclamado por ello Portugal la propiedad de esta segunda circunvalación?

La única hazaña que realmente puede compararse a la primera vuelta al mundo (además de la conexión de los dos hemisferios o la conquista del Pacífico, también españolas) es la llegada de los «norteamericanos» a la Luna. No obstante, ellos contaban con unos medios técnicos muy superiores, sabían (y veían) claramente dónde iban, y a pesar de ello fallaron diez veces (Colón llegó al primer intento tras 33 días de navegación) y tras cinco nuevas misiones (Apolos 12, 14, 15, 16 y 17) no han vuelto más, hasta la fecha. De los tres astronautas del Apolo 11, Neil Amstrong era de ascendencia familiar escocesa, irlandesa y alemana, Michael Collins nació en Italia (donde su padre estaba destinado como agregado militar), y Buzz Aldrin era miembro de la Iglesia Presbiteriana, siendo la primera persona en oficiar una ceremonia religiosa en la Luna: «la cena del Señor». ¿Alguna de esas naciones u organizaciones ha reclamado por ello «algún» protagonismo? Además, el programa espacial norteamericano no habría sido posible sin las aportaciones de Wernher von Braun: un científico alemán, reclutado por EE.UU. junto a más de mil científicos alemanes, que había formado parte del partido nazi. Fue él quien diseñó el cohete Saturno 5 que sería el impulsor del Apolo 11. Es decir, que sin él los norteamericanos no habrían sido los primeros en llegar a la Luna. ¿Les suena los paralelos con la figura de Magallanes? Pues bien Alemania nunca ha reclamado ninguna cuota de protagonismo. Nadie discute que todo el reconocimiento de esta aventura pertenezca al gobierno que lo impulsó, financió y organizó, sin que las particulares características de los individuos que en ella colaboraron, por relevante que fuera su función, pueda empañar ese prestigio. ¿Por qué en el caso de la Corona de España debería ser diferente?

Por último, comparemos la imagen que hoy se presenta de la batalla de Waterloo y la de Lepanto, de Napoleón y de Hernán Cortés, de Ricardo Corazón de León y de Felipe II, de la derrota de Trafalgar y de la de Cartagena de Indias… Mientras en España lucen plazas y calles dedicadas a Trafalgar, ¿hay en Reino Unido alguna calle dedicada a la derrota de Vernon?

Existen tres grupos de países: los que escriben su propia historia, los que escriben la propia e intentan escribir la de los demás, y los que dejan que su historia la escriban otros. Por ahora, la última categoría la sigue ocupando un país en solitario: España. Las grandes potencias son muy conscientes de que conseguir buena fama y reputación contribuye a defender mejor sus intereses. Por ello, no regatean esfuerzos ni recursos a la hora de elaborar una narración histórica atractiva. Mientras, nosotros soportamos sonoras polémicas y el hecho singular y paradójico de que algunos de los libros colectivos, conferencias y congresos, donde más se cuestiona el valor de las aportaciones españolas…, resulten financiados con fondos públicos españoles. Si la mayoría de los países no han dudado, incluso en mentir, para engrandecer su Historia, en España muchos prefieren dejarse engañar para empequeñecerla. Mientras los demás ocultan sus errores, horrores y derrotas, aquí demasiados optan por minusvalorar nuestros héroes/heroínas y mayores logros.

Como decía Platón, los contadores de historias dominan el mundo. ¿Qué tal si comenzamos a tomarnos de una vez en serio defender la memoria de nuestros antepasados y lo mejor de nuestra Historia común…, como hacen «todos» los demás?

Alberto Gil Ibáñez es escritor y ensayista. Es autor de ‘La leyenda negra: Historia del odio a España’ (Almuzara, 2018).

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