Primera discontinuidad en la historia

«No hay adquisición humana que sea firme» — José Ortega y Gasset (Meditación de la técnica).

En la segunda cumbre mundial Edición del Genoma Humano (Hong Kong, 27-29, 11, 2018) el anuncio del biólogo chino He Jiankui rompió un tabú allende cuestiones de protocolo científico no respetado y violaciones de códigos y de las propias leyes chinas. La modificación del genoma de gemelas (fecundación «in vitro» a partir de embriones modificados antes de implantarlos en el útero materno) no tuvo por finalidad curar una enfermedad -eventual contagio de VIH, pretexto humanitario- sino manipular ADN (inyectando una proteína Crispr-Cas9 encargada de modificar un gen) para mejorar la especie puesto que las modificaciones que impiden el contagio podrán transmitirse a la descendencia. Desgraciadamente, lo que eventualmente se mejora por una parte puede empeorar por otra habida cuenta que los efectos globales de una manipulación específica son impredecibles dada la complejidad combinatoria que subyace en la modificación del genoma. Por ello, la comunidad científica internacional y las autoridades chinas condenaron sin ambages la irresponsabilidad del experimento al sentar gravísimo precedente.

Primera discontinuidad en la historiaDe Hegel a Fukuyama y de Marx a Yuval Noah Harari -sin olvidar al gran Assimov y su saga «Foundation»- la cartografía de senderos que permiten transitar distintas corrientes del pensamiento respecto al devenir de nuestra especie es densa pero sujeta a contingencia: nadie puede predecir el futuro. Los resultados obtenidos por He Jiankui, tanto si se confirman científicamente como si se rechazan, quizás no añadan nada nuevo a lo sabido siendo simplemente la inquietante cima de un iceberg colosal: antes de cien años se producirá la primera discontinuidad radical en la Historia. Y no solamente a causa de modificaciones del genoma. Nadie puede predecir si será perversa o virtuosa, pero incluso en este caso será discontinuidad.

Debe quedar claro que la discontinuidad a la que me refiero es radical, absoluta, nada que ver con precedentes intentos de filiar discontinuidades históricas. Así, Michel Foucault, en Les mots et les choses, 1966, señaló dos grandes discontinuidades en la cultura occidental. La que inaugura el clasicismo, mediados del siglo XVII, y la que principia en el XIX, umbral de la modernidad. El análisis de Foucault, más arqueológico que histórico, no carece de pertinencia en relación a las ciencias humanas, pero no alcanza a explicar el núcleo duro de la discontinuidad total, hasta el punto de afectar a la propia naturaleza del ser humano, que está eclosionando asentada sólidamente en la ciencia y alta tecnología.

Todo lo que hemos conocido hasta ahora -por muy disruptivas que hayan sido las nuevas tecnologías y virtuoso el progreso técnico, por violentas que fuesen las invasiones y letales las epidemias en el pasado, por impactantes que resultasen los efectos del cambio climático- no tiene nada que ver, comparativamente, con lo que aflora en el horizonte de la temporalidad deslizante. La Humanidad -con sobresaltos, progresos, retrocesos, caídas y ascensos- ha vivido hasta la fecha un decurso relativamente ascendente y lineal -el fuego, la agricultura, el cuchillo, el carro, el cuero, la sartén, los tejidos, el horno, las escaleras, la escritura se utilizan desde hace miles de años y siguen entre nosotros- adaptándose parsimoniosamente en el largo plazo aunque los eventos históricos puedan dar la impresión, contemplados en su inmediatez, de cambios súbitos, repentinos, violentos. Que lo fueron pero sin provocar una discontinuidad.

La convergencia en marcha y exponencial desarrollo futuro de biotecnologías e ingeniería genética, los avances en teleportación cuántica, nanotecnologías, neurociencias y cableado cerebral, nuevos materiales, inteligencia artificial, robótica, capacidad de cálculo y tratamiento Big Data mediante el ordenador cuántico, harán que la relación del ser humano con su entorno físico y social sea radical y cualitativamente distinta que en el pasado. Obsérvese que, vía el principio de superposición de ondas, la mecánica cuántica -la revolución teórica más radical de todos los tiempos- produjo una discontinuidad en la forma de entender el mundo pero no en la forma de habitarlo. Y esto es lo sustantivo porque lo propio del ser humano es habitar el mundo. Habitar humanamente equivale a modificar el mundo natural para crear un mundo propio a Homo sapiens (HS). Desde un principio, esa modificación el ser humano la emprendió mediante la técnica y la magia/religión.

HS en el mundo toma a cargo conscientemente y estratégicamente su sobrevivencia. Sin embargo, la carga resulta vitalmente pesada de soportar. En esas circunstancias, la técnica y la religión constituyen el conjunto de medios que facilitan un relativo deslastre del peso de vivir. Desde el origen de HS, técnica y religión hay que entenderlas como facilitadoras de la existencia (Michel Puech dixit). La técnica representa una facilitación práctica, o «eficaz», al tiempo que la religión es una facilitación simbólica.

HS surgió en grupo, orando y con un cuchillo de pedernal en la mano, apoyándose en tres pilares que lo elevaron por encima del mundo animal: la sociabilidad, la religión y la técnica. La sociabilidad fue condición necesaria aunque no suficiente del lenguaje; la religión (magia en los primeros balbuceos) le proporcionó una simbología espiritual poderosa para facilitar su inexplicable existencia; la técnica le permitió relajar la constricción material.

Se atribuye a Benjamín Franklin la restrictiva definición de hombre como tool-making animal (animal que fabrica herramientas): olvidó la religión y la sociabilidad.

Si bien técnica y religión acompañan al ser humano desde su origen, la ciencia es relativamente reciente. Sin entrar en la diferencia entre técnica y tecnología, que la hay, es crucial la diferencia entre técnica y ciencia. La técnica intenta el confort del HS en el mundo; la ciencia busca el poder sobre el mundo. No es la técnica lo que nos llevó a la ciencia sino la religión en su afán por explicar las grandes cuestiones que ignoramos. La técnica nos ayuda a vivir incurriendo en el coste de herir a la Naturaleza. La ciencia nos hará omnipotentes, casi dioses, o nos destruirá: en uno u otro caso se producirá una discontinuidad en la Historia. Incluso es posible que después de la omnipotencia llegue la destrucción.

Indeseables modificaciones genéticas ponen en peligro el futuro de la Humanidad. Bien sea por errores de modificaciones con resultados monstruosos o por emulación entre países, o poderosas organizaciones, en aras de dominar a los adversarios/enemigos con humanos genéticamente modificados. La experiencia lo enseña, por las ventanas abiertas pueden entrar amantes o asesinos aunque estos adopten la forma metafórica de Homo deus popularizado por Yuval Noah Harari. Es esta una eventual forma de discontinuidad, una entre tantas otras que apuntan en el horizonte de la Humanidad.

Juan José R. Calaza es matemático y economista.

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