Principios a medida

El voto disidente de tres parlamentarios del PSC y la crisis desatada entre los socialistas catalanes ha coincidido en el tiempo con el calendario establecido por el comité federal del PSOE para la celebración de sus primarias entre septiembre y noviembre del 2014. Y todo ello ha tenido lugar cuando algunas voces populares planteaban la posibilidad de que el partido concediera libertad de voto a sus diputados y senadores en la tramitación de la reforma del aborto. Los socialistas de Catalunya y del resto de España llevan años debatiendo sobre la democracia en el seno del partido, sobre la expresión de la pluralidad interna y sobre la participación ciudadana en los procesos de designación de las candidaturas electorales. La última vez lo hicieron en la conferencia política del pasado noviembre. En general la izquierda se ha mostrado siempre más sensible y se ha visto más cuestionada que el resto del arco ideológico en lo que se refiere a estas cuestiones. Pero su superioridad moral al respecto queda en entredicho debido a sus propias contradicciones frente a un centroderecha que prefiere establecer con su electorado y sus bases formas más rígidas de adhesión.

La mezcla de pudor y morbo con que se observa la vida interna de los partidos, poniendo cara a sus tensiones pero evitando enjuiciarlas, tiende a eludir el debate de fondo sobre si una formación puede acoger un disenso como el expresado en la votación de los tres parlamentarios. Es de suponer que la incomodidad generada se refiere más al significado político del acto que al contenido literal de la iniciativa secundada por Elena, Geli y Ventura: a que votaron junto a otros grupos. La sanción provisional de desposeerlos de atribuciones dentro del partido e impedirles que sean sus portavoces parece más un empujón hacia fuera que una invitación a que sigan dentro. La espiral de agravios que se desata en estos casos dificulta el reencuentro. Pero si los partidos tampoco están en condiciones de soportar una desavenencia ni cuando una iniciativa no va a ninguna parte –y ese es el caso de la resolución aprobada por el Parlament– mejor harían en dejar de hablar de listas abiertas. El voto preferencial que el PSOE defiende para desbloquear las listas, propugnando una reforma electoral, sólo tendrá sentido si los electos cuentan con un cierto margen de expresión de sus matices y discrepancias una vez ocupen sus escaños.

A raíz de lo ocurrido en el PSC y del debate sobre el aborto en el PP, Patxi López declaró que era necesario distinguir entre el voto de conciencia por razones morales y la libertad de voto sobre cuestiones políticas. Aunque ningún socialista pareció escandalizarse cuando Jesús Posada llegó a advertir –frente a la solicitud de Celia Villalobos– de que eso “no cabe en la votación de una ley”. Es inaudito que el presidente del Congreso conmine a los diputados a mantenerse fieles a las indicaciones de su respectivo grupo. Un ejemplo inquietante de hasta qué punto las instituciones acaban obedeciendo incluso en lo formal a la partitocracia. Volviendo a la tesis de López, la conciencia sería la que dictaría la conducta del electo en temas como el aborto o la eutanasia. Lo que no se explica es por qué las convicciones morales no pueden alcanzar también a una partida presupuestaria o a un artículo cualquiera del Código Penal, por poner dos ejemplos. Se da por supuesto que cuando esto ocurre el electo debe renunciar a su acta y/o abandonar el partido.

Se apela a que el albedrío del electo está sujeto al cumplimiento del programa que secundaron los votantes. Se trata de un argumento discutible en muchos casos, y falaz cuando el punto en discusión de ese supuesto programa es inexistente o absolutamente desconocido para la opinión pública. El PSC no concurrió a los comicios del 2012 anunciando que estaba en contra de la transferencia a favor de la Generalitat de la competencia exclusiva del Estado en materia de consultas vía referéndum. Los partidos tienden a mostrarse comprensivos y hasta entusiasmados ante la disidencia siempre que se produce en las formaciones rivales. Y apelan a la coherencia, a la solidaridad interna y al compromiso con los electores cuando les afecta a ellos.

Los socialistas celebraron su conferencia política el pasado noviembre con el mensaje de que se trataba de una discusión de ideas y no de nombres. Es de suponer que el debate sobre los nombres se dará con las primarias, pero de una manera extraña. Teniendo en cuenta que el programa del PSOE se aprobó, las primarias decidirán sobre nombres privados de ideas propias, porque las ideas pertenecen al partido y ya están escritas. No cabe mayor incongruencia democrática que convertir la designación de los representantes de una formación política en una suerte de selección de personal.

Kepa Aulestia

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