Principios del multilateralismo en el siglo XXI

Vivimos tiempos ensombrecidos por la crisis, el paro, el desnorte del capitalismo y las crisis recurrentes de alimentos, agua, energía o clima. Pero también vivimos tiempos de esperanza: con la globalización y las tecnologías de la información e Internet, el género humano ha dado un salto enorme en su capacidad para discernir las consecuencias de sus propias acciones (reflexividad). En la época en la que más potencial ha alcanzado la individualidad, también estamos aumentando nuestra capacidad de analizar en común, pensar colectivamente y reaccionar al unísono. Un ejemplo de ese progreso en valores compartidos se está escribiendo ahora en tierras libias.

Con la crisis económica ha surgido la evidencia de que vivimos en un mundo multipolar. No creo que los centros de poder político estén migrando hacia Asia. Estados Unidos seguirá siendo una potencia política, y la Unión Europea pagará réditos a los países miembros que han tenido el coraje de avanzar hacia una unión política aún inconclusa. Pero China es una voz mundial que no se puede obviar; India será en 20 años tan poderosa como China; Brasil o México crecen y avanzan con rapidez. El mundo tiene ya jugadores de peso en casi todos los continentes.

¿Puede un mundo multipolar tener una gobernanza unilateral? Claramente no, como se puso de manifiesto de modo concluyente con la intervención en Irak hace ya un lustro.

Uno de los grandes logros de Obama es que alimentó la esperanza de un estilo de liderazgo multilateral. Anunció su intención de sentarse a la mesa para hablar con Irán y repudió visiblemente el estilo unilateral de liderazgo de Bush júnior. Tales fueron sus mensajes tempranos. Pero el nuevo multilateralismo del siglo XXI aún está en sus primeros pasos. Y el termómetro que se nos ha brindado ha sido la situación en Libia.

Repasemos sus ingredientes.

Hemos visto una resolución enormemente positiva de la ONU. Una resolución donde nadie ha ejercido el poder de veto, y que intenta poner freno a las agresiones que un dictador había decidido perpetrar ante la ola de deseos de justicia social y democracia de su pueblo. Una resolución que pide la detención completa de la violencia y de todos los ataques contra civiles, que autoriza a los Estados miembros a tomar medidas para proteger a los civiles, que autoriza el espacio de exclusión aérea, pero que excluye una fuerza extranjera de ocupación bajo cualquier forma y en cualquier parte del territorio libio.

Bajo su mandato, hemos visto una implementación protagonizada por múltiples actores. EE UU, que el día después de la resolución asumía el mando de la misma, decidió al poco pasara una segunda fila. Europa, aunque con disensiones internas, ha colaborado en la coalición, así como algunos países de la Liga Árabe. Finalmente, el mando ha pasado a la OTAN.

En mi opinión, el balance es muy positivo. Pero de ahí a una genuina multilateralidad queda un buen trecho.

Una gobernanza multilateral que se corresponda con nuestro mundo multipolar habría de basarse en cuatro pilares:

- En primer lugar, un régimen global multilateral ha de enterrar definitivamente el principio de "estabilidad política impuesta": este vestigio de la época de la "guerra fría" ha recibido el golpe de muerte definitivo en la actual primavera del Magreb y Oriente Próximo. Ya no se sostiene el principio de estabilidad-con-dictaduras que prevaleció cuando Estados Unidos imponía sus dictadores en las zonas inestables de influencia propia y la URRS hacía lo mismo en las suyas. Ya no es posible defender a dictadores que estabilizan con la paz de los cementerios a su pueblo, con el argumento de que "no sabemos quién vendrá después", porque ha quedado sobradamente demostrado que esa práctica no es sostenible a largo plazo.

- Conectada con la anterior, también se ha ido por la alcantarilla la tesis de la nation building, tan querida por los neocons que apoyaron a Bush con Irak. La tesis defendía que es legítimo intervenir en un país y aplicarle una ingeniería prefabricada de edificación de un régimen democrático desde fuera. La teoría se ha tornado inservible tanto en Irak como en Afganistán: no hay intervención exterior que se pueda sostener por el tiempo necesario para inducir un proceso sólido de normalización democrática. No hay modo de sustituir a un pueblo hasta que, por prueba y error, él mismo construye y consolida su propio régimen de libertades. Parece que esta dura lección ha sido ya aprendida. La resolución de la ONU no permite una intervención armada extranjera para imponer la democracia: se limita a pedir que las fuerzas armadas que apoyan a Gadafi vuelvan a sus cuarteles y que el pueblo libio, sin por ello ser aniquilado, establezca libremente su sistema de derechos políticos.

- ¿Es esto suficiente? Lo que estamos viendo en Libia, aunque es una acción legitimada por Naciones Unidas e implementada por un arco de actores multilaterales, no es sino un primer paso del multilateralismo que necesitamos. Existen otras dos condiciones:

- Hoy ya no caben las imposiciones por parte de las potencias occidentales. En tanto los países emergentes -China, India, Brasil o México- sigan sentados en la cerca como meros espectadores, no cruzaremos el umbral del multilateralismo. Solamente cuando los veamos formal o implícitamente comprometidos, estaremos inaugurando una fase de gobernanza global multilateral con garantías de que una acción de intervención respecto a un país es genuinamente justa y equilibrada.

- Existe un último elemento, que podrá sorprender a algunos: a futuro, un sistema global de gobernanza multilateral no estará completo sin que las grandes empresas globales, que se escapan por su lógica transnacional al imperio de los países, no se corresponsabilicen en la resolución de los problemas globales. El hecho es que de las 100 unidades económicas hoy mayores en el mundo, 51 son empresas y 49 son Estados-nación. Wall-Mart produce más que 161 de los 191 Estados-nación del mundo, y Mitsubishi produce más que Indonesia, el cuarto país más poblado del mundo. Yo no sé cómo y en qué condiciones se sentarán a la mesa multilateral las empresas globales, pero su poder de decisión tiene que ser ejercido de un modo responsable en un mundo en el que sus decisiones afectan a cientos de millones de seres humanos.

En estos tiempos inciertos no viene mal un poco de optimismo informado: vivimos en un mundo fascinante, de progreso, innovación y emprendimiento, de saltos enormes en las tecnologías y de nuevas constelaciones de poder, en el que, poco a poco, en alguna medida a tientas, se va dibujando un nuevo sistema multilateral de gobierno global. Si hace una década aún no había nacido, hoy ya podemos ver sus primeros pasos vacilantes.

Por Manuel Escudero, director general de Deusto Business School.

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