Principios, reglas y tabúes

Se ha confirmado lo que hasta ahora era sólo un rumor: la eurozona concederá a Grecia una reestructuración de su deuda externa, sin que hasta ahora se haya decidido cuál de las opciones existentes va a ser de aplicación. Es una buena noticia porque indica que las autoridades de la eurozona están por fin entrando en razón y admitiendo lo que algunos pensaban desde hace tiempo que era inevitable. Pocos detalles: las autoridades griegas dispondrán de una cantidad en efectivo de unos diez mil millones de euros, destinados en su mayor parte a pagar atrasos, y el resto no se concretará hasta el 2018, pasadas las elecciones federales alemanas, sin que a nadie se le escape la relación de causa y efecto entre una cosa y otra. Retrasar casi dos años la puesta en práctica de una solución estable para el problema de la deuda griega es a la vez una imprudencia y una crueldad. Que las elecciones sean la justificación del retraso se explica seguramente porque se espera disimular la situación real a los electores alemanes hasta después; práctica que casa mejor con la imagen tópica del meridional que con la del germánico; pero esa no es hoy la cuestión. Se trata más bien de pasar revista al proceso de la crisis de la deuda soberana, para contribuir quizá a evitar la repetición de errores en futuros episodios, aunque uno sólo puede desear que no los haya.

Desde el inicio del chasco griego, a principios del 2010, los acreedores se han escudado para descartar cualquier rebaja en lo que consideraban un principio moral, pilar esencial de una economía de mercado: hay que hacer honor a los contratos, entre ellos a los de deuda. No hay duda de que sin esa presunción, y sin los instrumentos para, en caso necesario, obligar al pago de las deudas, no hay mercado que aguante; pero ¿no se trata más bien de una regla práctica, que como tal debe poder tener excepciones? ¿No puede ser una de ellas aquella en la que el deudor no puede pagar? Y, en ese caso, ¿no es acaso un principio moral de orden superior la obligación de compadecer al más débil? Si ello es así, habrá que admitir que al poner el pago de las deudas como condición suprema, elevando a la categoría de principio lo que es una regla práctica, la hemos convertido en un tabú, algo intocable pero ilegítimo.

Cuando pasado el 2010 Grecia empezó a cumplir, volvió a hablarse de relajar un poco las condiciones impuestas, porque la recesión que esas condiciones agravaron estaba causando mucho sufrimiento en el país. Para rechazar la idea se invocó entonces un principio no ya moral, sino pedagógico, a saber: que en cuanto se aflojaran las tuercas volverían los griegos a las andadas. Caían así las autoridades alemanas en aquella tentación que ya les conminó a resistir Bismarck en un célebre discurso de 1878: que no quisiera ser Alemania el maestro de escuela de Europa (der Schulmeister in Europa). Un principio, además, cuya utilidad para adiestrar monos o domesticar perros está fuera de duda, pero de aplicación más que discutible tratándose de ciudadanos de un país amigo. Desde luego, un buen maestro de escuela no se comporta así: castiga cuando es necesario, pero sabe que no es por venganza ni por rabia, ni porque es el deber, sino por el bien del alumno. En el caso griego, el resultado político de semejante trato ha sido, naturalmente, Syriza: dos años perdidos, con muchas probabilidades de que se les añadan dos más. De nuevo, elevar a principio una regla de orden práctico la convirtió en tabú. Una vez más, esto no es una diatriba contra Alemania, sino más bien un ruego. La situación actual del mundo hace que sea imprescindible y urgente consolidar la unidad de Europa como actor político. No sólo para los países más débiles, sino también para Alemania, el más fuerte al menos en apariencia. Los movimientos centrífugos son, sin excepción, una peligrosa distracción. Pero Alemania no debe pensar que sus ciudadanos son los únicos en tener principios morales: los demás también tenemos algunos. Es cierto que en la periferia no somos adeptos a la Pflichtethik, la ética del deber (el deber es bueno porque es el deber), pero eso no quiere decir que todo nos parezca bien. Además, nos tomamos con humor el inconsciente, pero no por ello menos real, sentimiento de superioridad de nuestros socios del norte; ese humor, como todo buen humor, nace, como ya dijo Carlo Cipolla, “de una profunda y a veces indulgente simpatía humana”. Cuando desde esa simpatía pensamos en las reglas que han de regir en un mercado bien organizado, vemos que el principio supremo no es el de pagar las deudas sino otro, origen del anterior: la obligación de actuar de buena fe. Y contra los que hayan podido infringir ese principio al actuar de mala fe en algún momento, ¿alguno de los actores de la crisis de la deuda se atreverá a tirar la primera piedra?

Alfredo Pastor, cátedra Iese-Banc Sabadell de Economías Emergentes.

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