Pro arquia poeta, en Colombia

Como es costumbre acreditada, ciertos pontificadores que se presentan a sí mismos como servidores de Themis, la diosa de la Justicia, aparecen oportunamente en las antesalas de procesos electorales decisivos. No podían faltar a la cita con las urnas en Colombia, ese país entrañable con el que los españoles compartimos tantas cosas, esa Colombia de sobrecogedora belleza, de gentes laboriosas, donde se habla el más hermoso castellano del mundo. Y en ese país, esa tierra querida para sus hijos y también para nosotros, los que desde la otra orilla del Atlántico nos sentimos sus hermanos y contemplamos a la vez con inquietud y con esperanza el resultado de sus elecciones, han comenzado a oírse las voces de siempre, las que no podían faltar. Voces falsarias, repetitivas, de aquellos que no buscan verdad alguna sino desacreditar a un estadista con un proyecto político ejemplar, porque solo desacreditándolo les será posible alcanzar el poder: es un estorbo para ellos.

Nos referimos al presidente Álvaro Uribe. Un hombre que ha cambiado la imagen internacional de su país, que pasó de ser un estado fallido e inviable a ser un apetitoso territorio en que las empresas se pelean por tener su espacio de oportunidades, un hombre que ha dignificado las condiciones de vida de sus ciudadanos, creando un marco de libertades democráticas, de seguridad jurídica firme y decisiva para que el capital extranjero y nacional se vuelquen en Colombia y posibiliten reducir los índices de pobreza, las tasas de paro y las desigualdades en un país que ha logrado una razonable cohesión social por estas políticas acertadas en el año 2010, al final de su segundo mandato. Una persona convencida de que era necesidad imperiosa restablecer el orden, sin el cual –como acertadamente dijo Goethe– es imposible que exista la Justicia, bien máximo para una sociedad que se precie como tal. Por eso nos sentimos escandalizados cuando ciertos políticos y tribunales colombianos permiten que tantos terroristas anden disfrutando de su libertad después de haber hecho derramar tantísimas lágrimas de sangre a ese pueblo hermano, y a pesar de sus crímenes atroces sean subsidiados y premiados por un estado que les otorga escaños parlamentarios por gracia del presidente Juan Manuel Santos bajo la equivocada razón de que así, premiando y dando poder a los criminales, los integrarán en una sociedad pacífica.

No podemos olvidar dos frases de Ghandi cuando los grupos terroristas indios se le ofrecieron para formar gobierno hace setenta años: «Y con esa gente, ¿qué clase de gobernantes vamos a tener?», o «El que mata para conseguir el poder, seguirá matando para conservarse en él». Sabias palabras que los terroristas no quieren ni oír nombrar. Sabio pensamiento que ha hecho suyo Álvaro Uribe. Por eso le quieren callar aquellos que, desde el rencor y la pérdida de perspectiva, tratan de desvirtuar a un personaje que ha cambiado para bien la historia de un país de forma determinante, aquellos que siempre criticarán y manipularán sacando de su contexto histórico cuanto haga el rival político. Por eso hacemos una llamada de atención internacional para que se percaten de cómo la instrumentalización de la justicia colombiana trata de influir en pleno proceso electoral.

Recordamos ante esa persecución jurídico-política aquel pasaje de Carl Schmitt escrito tras liberarse de sus primeras ideas nazis, cuando se hace consciente del horror de los sistemas totalitarios: «Victorias y derrotas, revoluciones y restauraciones, inflaciones y deflaciones, bombardeos, denuncias, crisis, ruinas y milagros económicos, hambres y fríos, campos de concentración y automación: todo lo atravesé. Todo me ha atravesado. Conozco los muchos estilos del terror, el de arriba, el de abajo, el terrestre y el aéreo, el legal y el sin ley, el pardo, el rojo, y el terror variopinto, y, el peor, del que nadie se atrevería a hablar. Sí, todos los conozco y sé de sus garras. Conozco los coros aullantes, los altavoces falsarios, las listas negras, con nombre y más nombres, y los ficheros de los perseguidores. ¿Qué debo pues cantar? ¿el himno de placebo? ¿me dormiré en la paz de plantas y animales?...». Al igual que Cicerón escribió su defensa de Arquias, aquel poeta griego nacido en la Antioquía de Siria, ahora en Turquía, que había sido injustamente acusado de obtener ilegalmente la ciudadanía romana, después de haber contribuido a la cultura en la ciudad eterna, nosotros nos vemos en la obligación moral de defender la imagen, el honor y la dignidad de este político iberoamericano A Arquias le llamaban poeta porque poiesis es un vocablo que emula toda actividad creadora y en eso el presidente Uribe es imparable, ha sido un creador de riqueza, de seguridad, de sinergias para el desarrollo social y económico de su país y su acción política siempre ha sido un concatenado verso de amor por los más nobles intereses de su patria, así que merece sobradamente el calificativo de poeta con que titulamos este llamamiento.

Pedro Santos, analista político colombiano.

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