Problemas en medio del desarrollo en el África emergente

África está cambiando radicalmente, tanto como las actitudes de los extranjeros hacia ella: finalmente, Estados Unidos parece haberse decidido a igualar el nivel de interés de China, Europa e India por el continente. La reciente cumbre del Presidente Barack Obama con 40 jefes de estado y 200 líderes de los negocios estadounidenses y africanos parece indicar un estado de ánimo nuevo y más confiado. Resulta estimulante, pero mientras haya partes del África subsahariana que sigan sumidas en conflictos violentos, pobreza y corrupción, no se aprovechará todo el potencial económico del continente.

Las oportunidades comerciales y de crecimiento económico de África son atractivas e interesantes. La clase media de la región, compuesta por unos 300 millones de personas, está creciendo en más de un 5% al año. El consumo per cápita se acerca a los niveles de China y la India. África puede lograr el impulso de base amplia al desarrollo que tanto necesita si la inversión extranjera llega a sectores clave, como la educación, la sanidad y la infraestructura.

Pero la inversión y el crecimiento (“el ascenso de África”) son solamente una parte de la historia: gran parte del continente también sufre conflictos y crisis, en especial las decenas de millones de seres humanos que habitan en una franja de países desde Mali a Somalia. Incluso antes del brote de ébola en Liberia y Sierra Leona, Sudán del Sur, la República Centroafricana y Mali corrían el riesgo de sumarse a una larga lista de estados frágiles o fallidos del que ya forman parte Somalia y la República Democrática del Congo. Demasiado a menudo los conflictos étnicos, religiosos, económicos y de otros tipos dificultan los objetivos de alcanzar una gobernanza eficaz y proporcionar niveles básicos de servicios.

Estos países reciben la atención del mundo, y brevemente, solamente cuando ocurre una masacre o una crisis de refugiados. Y una vez la atención pasa a otro tema, los problemas siguen allí y las condiciones de vida empeoran. En Sudán del Sur, el país de más reciente creación del planeta, la unidad política se mantuvo más allá de las líneas étnicas durante la lucha por la independencia, pero estalló este año: cerca de 1,5 millones de personas han perdido sus hogares y 400.000 han escapado a los países vecinos.

Nadie está seguro en esta situación de terror generalizado. En abril, dos miembros de mi propia organización murieron dentro de un centro de las Naciones Unidas para refugiados y a principios de agosto fueron ejecutados siete cooperantes locales.

En la República Centroafricana, los ataques a los cristianos por parte de combatientes musulmanes que antes habían pertenecido al grupo Seleka se han visto ensombrecidos por los ataques de las milicias cristianas y animistas anti-balaka contra otros musulmanes que huían. Se estima que la población musulmana de este país ha descendido del 15% al 5%. Como ya es habitual, las mayores víctimas son las mujeres y los niños. Sólo en los últimos tres meses, los centros del Comité Internacional de Rescate en Bangui, la capital, han visto una fuerte alza del número de mujeres que huyen de la violencia y las agresiones.

Se necesita ayuda con urgencia, pero esta tarda en llegar. Solo se ha logrado reunir el 39% de los $565 que la ONU ha pedido recaudar para la República Centroafricana y la mitad del objetivo de su llamado de fondos para Sudán del Sur, que se enfrenta a la hambruna tras los combates que impidieron a los agricultores cultivar sus cosechas. Se está evidenciando la fatiga de los donantes ante la multitud de crisis globales a las que hoy se enfrentan los gobiernos y funcionarios.

Sin duda, es necesario realizar acciones humanitarias para enfrentar las crisis en lo inmediato, pero es igual de importante reconocer que, así como las crisis políticas suelen producir crisis humanitarias, éstas a su vez pueden provocar inestabilidad política: los éxodos masivos de países vecinos asolados por crisis pueden desestabilizar regiones enteras. De hecho, raramente las guerras civiles se quedan en los países donde comienzan.

Los problemas de refugiados tienen raíces profundas. Por ejemplo, la mitad de las personas que en el mundo sufren de pobreza viven en estados frágiles y en conflicto (20% más que hace una década) y el 75% de los refugiados viven entre habitantes locales en áreas urbanas. Existe un estrecho nexo entre crisis y subdesarrollo.

Cada vez sabemos mejor los tipos de medidas humanitarias que funcionan bien. Las iniciativas de base comunitaria que crean confianza son mejores que los proyectos que se manejan de manera externa o centralizada. Algunas las maneras más efectivas para lograr la recuperación son empoderar a las mujeres para que se protejan de la violencia o enseñar a los niños refugiados a manejar su trauma. También sabemos que no puede haber desarrollo sin seguridad. En la actualidad hay más de 100.000 fuerzas de paz de la ONU y la Unión Africana en los estados africanos que sufren conflictos. Se necesitan más, especialmente en la República Centroafricana y Sudán del Sur.

La inversión económica en África es importante y merece que se le dedique una planificación detallada y de largo plazo. El gobierno de Obama tiene razón al promover oportunidades comerciales en el continente, pero eso por sí solo no dará respuesta a las causas de los violentos conflictos que afectan a millones de personas. La ayuda humanitaria debe ir a la par de la buena gobernanza y el desarrollo económico como pilares del pleno desarrollo del potencial de África.

David Miliband, Britain’s Foreign Secretary in 2007-2010, is President and CEO of the International Rescue Committee. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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