'Procés', economía y futuro

Vivimos en un mundo de realidad virtual, esto es, de existencia aparente pero no real. Lo que ocurre con Cataluña es que la sola percepción de que la independencia podría llegar a ser posible ha provocado una reacción enérgica de los agentes sociales. Es algo natural, pues está en juego nuestro porvenir. Y de ahí la fuga de los bancos catalanes, después de que muchos clientes trasladaran los ahorros a oficinas fuera de Cataluña o incluso los transfirieran a otras entidades no catalanas.

Parece que cuando hablamos de realidad virtual nos referimos a algo que no existe, a una especie de fantasma imaginario. Pero tenemos el ejemplo de las monedas virtuales, los bitcoins, que a través de un sistema tecnológico llamado block chain son transferidos en tiempo récord sin la intervención de bancos centrales ni gobiernos.

Uno podría preguntarse: ¿este dinero virtual no existe? Porque para los gobiernos es invisible y no se contabiliza en la economía nacional. Sin embargo la respuesta está clara: sí existe y es tan real como el euro. Entonces, la independencia virtual o lo que yo llamo el golpe blando, ¿no es acaso una realidad en las mentes de los ciudadanos? Por supuesto que lo es, y de ahí la reacción bancaria.

La economía conductual ha explicado cómo todos estos procesos de psicología social influyen en la economía y en las reacciones no racionales de los mercados. Si nos adentramos en el tema catalán, que es el que nos concierne, podemos entender su gravedad fijándonos en dos ejemplos ocurridos en Europa.

Tenemos el caso de Grecia. A las pocas semanas de entrar en el Gobierno los populistas de Alexis Tsipras, en 2015, se estableció un corralito. Grecia pudo obtener el apoyo del Banco Central y de los fondos europeos y, finalmente, sus depósitos no se devaluaron. Cabe imaginar la gravedad en el supuesto de una situación similar en Cataluña, fuera del euro, sin el auxilio del BCE y con el restablecimiento de los viejos aranceles anteriores a la incorporación española a la UE.

El otro ejemplo reciente es el de Reino Unido. Aunque siendo su economía muchísimo mayor que la catalana, hemos visto cómo se ha devaluado la libra esterlina desde el anuncio del brexit, y pese a que éste no se ha materializado todavía. En el caso catalán, la devaluación de la nueva moneda con respecto al euro sería fácilmente superior al 60%, según mis cálculos, lo que supondría una enorme pérdida para la capacidad de compra y para los ahorros de los residentes en Cataluña.

El proceso de pánico al que hacemos referencia ha provocado la huida de las grandes empresas a otras regiones de España. De momento ha sido una cuestión de domicilios legales, pero éste es el primer paso; el segundo será llevarse la administración real y la dirección de las compañías fuera de Cataluña.

En el caso de la banca, se ha de tener en cuenta que cualquier buen gestor debe irremediablemente frenar los créditos en Cataluña hasta que se aclare cómo va a terminar el procés. Y debe hacerse así por una cuestión de equilibrio de activos y pasivos. En este momento, con la fuga de depósitos descrita, los bancos están entrando en una zona de riesgo, ya que los activos de las entidades que operan en Cataluña no están siendo compensados con los pasivos existentes en esta autonomía.

En el caso remoto de secesión, la situación podría ser mucho más grave aún, pues las pérdidas podrían llegar a ser astronómicas. Da vértigo imaginar lo que supondría para la banca la depreciación de los 180.000 millones de euros que tiene en activos en Cataluña. Mientras no se aclare todo esto, la obtención de un crédito en esta comunidad será muy difícil, lo que significa otro motivo para la desaceleración de la economía.

Dicho todo esto -y es aquí donde quiero llegar- la situación es tan absolutamente peligrosa que la sociedad catalana y los propios actores políticos del golpe blando han entrado en estado de shock. Muy grande ha tenido que ser la presión para que el propio Puigdemont se envainara la Declaración Unilateral de Independencia.

Lo más probable -y esta es la gran noticia- es que la situación desemboque en un caso Quebec, en el que la gran mayoría de votantes se topa con la cruda realidad. Seamos realistas: las personas tenemos una tendencia instintiva a buscar el bienestar. Por eso, la pérdida de apoyo al secesionismo es el escenario más probable.

Podríamos decir que Europa ha salvado a España, y la ha salvado porque, de no ser así, no se salvaría tampoco ella. Y es que existen decenas de regiones en el continente que verían un acicate en el caso catalán si acabara fracturándose España.

Así mismo -y aquí otra buena noticia- la intentona secesionista o golpe blando probablemente también ha salvado a España. Y se preguntarán, ¿salvado de qué? En primer lugar, de los partidos populistas, que van a tener un importante descenso electoral por su actuación en este conflicto, lo que aleja de España el escenario griego de Tsipras.

En segundo lugar, el golpe blando ha abierto los ojos a una gran mayoría de españoles que ahora entienden qué no ha funcionado a nivel educativo. Se ha puesto de manifiesto el adoctrinamiento en las aulas, así como la necesidad, el derecho y la obligación de que el español y el catalán estén al mismo nivel en materia educativa y de medios de comunicación públicos. Tendrán que revisarse a fondo las leyes que conciernen a estos ámbitos, como también habrá que asegurar la imparcialidad de la Policía autonómica, y su sumisión a la Constitución y a los Tribunales.

En mi opinión, tendrá que acordarse, así mismo, un planteamiento de financiación claro que dote a Cataluña de la máxima financiación, respetando la cuota necesaria de solidaridad en consonancia con los estándares europeos.

El golpe blando ha salvado también a los nacionalistas de seguir en la fantasía de que la secesión podría transformar a Cataluña en algo así como el país de las maravillas. Ha quedado demostrado que una sociedad de la que las empresas quieren irse y se van, donde los ahorristas desean sacar su dinero, y en la que se instala la fractura social, no sólo no es nada parecido al país de las maravillas, sino que es lo más semejante a un infierno.

Este choque de realidad también es bueno porque salvará a las futuras generaciones de repetir esta lamentable experiencia. Lo más probable es que el péndulo de la historia se esté revertiendo. En el 78 veníamos de 40 años de dictadura, se hicieron muchas cosas bien pero algunas se hicieron mal. Y los resultados están aquí. Entonces no sabíamos que se habían hecho mal, porque no podíamos prever cómo iba a desarrollarse todo. ¡Ahora lo sabemos!

Lo más probable es que el golpe blando esté funcionando como una vacuna: se necesita inocular un poco del virus para que el organismo cree los mecanismos de defensa contra la enfermedad, es decir, se fortalezca. Lo más probable es que España en su conjunto salga fortalecida de esta situación con una nueva mayoría que cree las condiciones para que los cambios necesarios que han de actuar como antídoto de los males vividos se plasmen en una reforma constitucional.

Hay una analogía económica, porque esto también sucede en el mundo de la empresa privada: se crean estructuras formales de poder y luego llega la realidad -donde se forman las estructuras informales- y es cuando toca hacer cambios.

Lo más probable es que salgamos adelante porque los agentes sociales, ciudadanos y líderes políticos actúen en su mayoría racionalmente. Porque no estamos en una situación límite de empobrecimiento radical, en la cual sí habría un peligro de radicalización de la gran clase media, como ocurrió en los países europeos del periodo inmediatamente anterior a la Segunda Guerra Mundial.

Lo único que me preocupa es la tardanza en ponerse manos a la obra. En la política y en la economía los tiempos son de gran importancia. Este tiempo histórico no es para la secesión, sino para la unión hacia un gran proyecto europeo.

Tampoco existen razones reales para una radicalización del electorado en Cataluña, teniendo en cuenta que en estos momentos poseemos calidad de vida, libertad y seguridad jurídica. Ni estamos en una sociedad donde las grandes masas sean analfabetas y fácilmente manipulables. La probabilidad de que una sociedad en estas condiciones se autodestruya es muy baja.

En Cataluña necesitaremos tiempo para que se olvide el susto, pero llegará, como llegó en el País Vasco, donde la situación era mucho más explosiva por la existencia del terrorismo de ETA.

España es un gran país, plural y democrático, y analizando los acontecimientos con perspectiva, estamos mejor ahora que hace seis semanas, seis meses o seis años; sólo hace falta ponerse a trabajar para encontrar un calendario electoral para España y para Cataluña.

Para poder llevar a cabo las reformas -a todas luces necesarias- a los grupos extremos se les neutralizará con democracia, democracia y democracia. La heridas abiertas de tipo social sólo se pueden curar con más dosis de respeto a la diferencia, solidarizándose con el otro y buscando al máximo lo que es justo, equitativo y correcto. Y todo ello lo podemos encontrar en la forma en que se manejan estos asuntos en los países de nuestro entorno, como Francia, Italia y Alemania.

Lo más probable es que España, que ya es un gran país, termine siendo incluso un mejor país. Y cuando me refiero a España me refiero a toda España, incluyendo a Cataluña, a la Cataluña amable, cohesionada, justa, solidaria y respetuosa con sus dos grandes lenguas.

Los líderes independentistas tenían su sueño -es su derecho y lo respeto-; es bueno soñar, sin los sueños nos volveríamos locos. Todos soñamos y podemos soñar incluso sueños opuestos a otros soñados anteriormente. Porque la naturaleza humana es así.

Ahora toca levantarse; tenemos mucho que trabajar para asegurar que nuestros sueños no se conviertan en pesadillas, al contrario, que sean sueños placenteros y resultado de una realidad tranquilizadora.

José María Ollé es economista.

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