Procesos de radicalización de los terroristas yihadistas en España

Tema: En este ARI se ofrece una aproximación a las fases y características presentes en los procesos de radicalización de extremistas musulmanes en España.

Resumen: Este ARI aborda la definición del fenómeno de la radicalización violenta para posteriormente analizar los procedimientos a través de los cuales se acomete este proceso. De ese modo se examinarán las principales características que emergen del análisis de las experiencias de radicalización de individuos que en nuestro país han apoyado y participado en acciones terroristas en el nombre de una manipulada y violenta interpretación del islam.

Análisis: El terrorismo es un tipo de violencia social practicado por individuos que tras acometer procesos de radicalización toman la decisión de perpetrar acciones violentas justificadas en función de diversos factores. Así pues, si el terrorismo es un método de acción al que se recurre tras asumir un conjunto de visiones radicales conducentes a la legitimación de acciones violentas, resulta oportuno y necesario analizar el proceso a través del cual los terroristas acometen esa radicalización.

El tránsito hacia la radicalización

Una mejor comprensión del tipo de terrorismo perpetrado por extremistas musulmanes que viene manifestándose en nuestro país requiere del estudio de las características de los procesos de radicalización acometidos por los activistas involucrados en dichas actividades de violencia. Ello obliga, en primer lugar, a definir el proceso de radicalización, pudiendo entenderse éste como el fenómeno a través del cual una serie de individuos optan por asumir un conjunto de ideas extremistas que desembocarán en la justificación e incluso, en algunos casos, en la realización de acciones terroristas.

Por tanto, de esta conceptualización se desprende que los procesos de radicalización comprenden diferentes estadios y resultados, pues el ideario adoptado por los radicales no siempre concluirá con la perpetración de acciones terroristas, circunscribiéndose en ocasiones a un apoyo que a su vez puede admitir matizaciones. De este modo, en ciertos casos la simpatía hacia quienes practican la violencia en nombre de unos ideales compartidos será total aunque sin llegar a incurrir en la propia práctica terrorista. Es también posible que el respaldo mostrado sea más bien crítico, esto es, sustentado en la justificación de los fines a la vez que se discrepa de los medios, o incluso condicionado a la selección de determinados blancos de las acciones terroristas.

Se aprecia pues la existencia de distintos niveles a lo largo del tránsito durante el cual el individuo asume un marco ideológico extremista que le lleva a justificar e incluso practicar acciones terroristas, siendo la duración de dicho proceso variable. Por lo tanto, en dicha transición se experimenta una progresión en la que una inicial afinidad ideológica con una causa se va consolidando como asimilación de un conjunto de visiones fundamentalistas y radicalizadas que son capaces de desembocar en la utilización de la violencia. La evolución gradual del individuo radical se ve influenciada por una serie de variables y figuras que serán analizadas a continuación, siendo conveniente resaltar en este punto que el carácter progresivo de la radicalización violenta supone que este proceso puede llegar a ser interrumpido.

Es por ello por lo que resulta especialmente importante la definición e identificación de indicadores tempranos de dicha radicalización que alerten sobre la asunción de planteamientos extremistas permitiendo su desactivación a tiempo de prevenir su culminación en acciones terroristas. En este sentido, debe destacarse que, al igual que ocurre con otro tipo de expresiones terroristas, no es la radicalización violenta un fenómeno mayoritario en nuestro país, pudiéndose concluir por ello que aquellos individuos que muestran un respaldo hacia el extremismo religioso o el terrorismo en el nombre del islam conforman únicamente una minoría.

Una homogeneizadora ideología neosalafista

Esta reducida pero significativa minoría insatisfecha con el contexto sociopolítico en el que vive es radicalizada a través de un adoctrinamiento que contribuye a consolidar ideas y actitudes violentas, generando una subcultura de la violencia que reafirma sus convicciones absolutistas y comportamientos fanatizados. Con ese fin, la ideología neosalafista que propugna la violencia como método para realizar la denominada yihad a escala global y la creación de un nuevo califato, así como la recuperación de territorios considerados como musulmanes, es instrumentalizada con el fin de constituirse en un vínculo homogeneizador. Así ocurre al ser éste un elemento que, compartido por una diversidad de activistas de heterogéneo perfil sociodemográfico, facilita su cohesión. Constituye este componente ideológico, basado en una interpretación excluyente y violenta del credo islámico, un poderoso factor motivacional que permite justificar acciones criminales que son presentadas como necesarias e inevitables con el fin de responder ante supuestos agravios sufridos por la nación islámica.

El ideario neosalafista legitima, por tanto, una estrategia de doble confrontación dirigida por un lado a aquellos gobiernos en países de mayorías musulmanas que son considerados como “apóstatas”, así como también hacia sociedades no islámicas definidas como “infieles” por los inspiradores y perpetradores de la violencia. Esta adscripción a una ideología que entremezcla componentes políticos y religiosos, que al confluir constituyen un eficaz factor de motivación, se ve complementada por la influencia de otras variables emocionales y racionales que también favorecen la radicalización, como se detallará más adelante.

Así pues, la referida ideología ha servido para homogeneizar la militancia y la dirección emprendida por individuos que precisaban de refuerzos que revalidasen los incentivos que les atrajeron al grupo hasta comprometerse con el mismo. Al igual que ha ocurrido con otros grupos terroristas europeos nacionalistas y de izquierdas, surgidos durante los años sesenta y setenta del siglo pasado, para algunos activistas la ideología definida como yihadista aporta una útil retórica autojustificativa de acciones puramente criminales que carecen de un amplio respaldo social entre la sociedad en general y la comunidad de referencia en particular.

Debe insistirse en el carácter minoritario de la militancia yihadista en nuestro país, que puede facilitar la posibilidad de que en determinados momentos del proceso de radicalización surjan discrepancias entre los objetivos del individuo y los del grupo, conflicto de intereses que intentará solventarse promoviendo el isomoformismo en relación con las aspiraciones encuadradas en la referida ideología. Por lo tanto, ese marco ideológico aportado por el neosalafismo es utilizado con el fin de construir una identidad colectiva en la que la violencia se erige en un componente primordial. Será asimismo un elemento del que se beneficiarán quienes desempeñen tareas de liderazgo en el proceso de radicalización, al favorecer el desarrollo de una solidaridad que estrechará vínculos y lealtades.

Como el examen de diversas fuentes confirma, los líderes de los grupos simpatizantes con la causa yihadista han explotado tan útil instrumento con la finalidad de fortalecer la cohesión interna de los mismos, creando un ambiente favorable para la radicalización y para su culminación en la aceptación de actividades terroristas. Determinados líderes espirituales y otras carismáticas figuras han ejercido una notable y decisiva influencia sobre aquellos individuos que han formado parte de grupos vinculados a al-Qaeda en España. No debe olvidarse que en muchos de esos casos se trataba de jóvenes en una fase de desarrollo personal como la juventud, esto es, inmersos en un estadio propenso a una inmadurez que condiciona una rigurosa comprensión de la experiencias objetivas y que convierte a los individuos en particularmente vulnerables a la manipulación mediante diversos incentivos y presiones.

Es habitual en éste y en otros fenómenos terroristas que la radicalización sea especialmente eficaz en esa etapa juvenil que va acompañada de una relativización de los costes que la militancia trae consigo, puesto que en esa fase no suelen aparecer posibles condicionantes como relaciones de dependencia que incluyan matrimonio, hijos o un empleo fijo que pudiera verse en peligro como consecuencia del activismo. De hecho, resulta significativo que los factores que han favorecido la radicalización de muchos de los activistas vinculados a células compuestas por terroristas musulmanes han propiciado una respuesta por su parte que no fue compartida por otros miembros de una comunidad que también eran permeables a experiencias similares, entre ellos algunos de sus familiares más adultos.

Socialización en el odio y subcultura de la violencia

El proceso de radicalización viene determinado en una gran medida por la proximidad estructural, la disponibilidad y la interacción afectiva con otros integrantes del grupo terrorista, ejerciendo inicialmente estos factores una mayor influencia sobre el individuo que la propia ideología. Redes sociales de parentesco familiar y de amistad han facilitado la atracción y aproximación al entorno del grupo terrorista, determinando la progresión desde el estadio de la captación al del reclutamiento, tránsito precisamente posible como consecuencia de la radicalización. La socialización en el odio y la subcultura de la violencia que domina los procesos de radicalización se ve así canalizada mediante el establecimiento y desarrollo de lazos familiares y amistosos, sometiéndose también a la guía de líderes encargados de identificar lugares y entornos grupales en los que practicar el proselitismo.

Mezquitas y otras instituciones sociales, culturales y deportivas, así como locales comerciales y domicilios particulares han constituido ámbitos en los que avanzar en la radicalización de individuos que han encontrado en estos lugares ambientes propicios para gravitar hacia el terrorismo. Ha sido en localizaciones de ese tipo en las que, una vez seleccionados los potenciales adeptos, se ha perseguido su adhesión mediante el adoctrinamiento cuidadosamente guiado por parte de predicadores radicales y líderes espirituales erigidos en importantes modelos para los individuos en proceso de radicalización.

Este liderazgo suele revestirse de una aura de prestigio que le confiere respeto y admiración, incrementando por tanto el atractivo de la incorporación a una colectividad que, como ocurrió en el caso de una de las redes implicadas en la preparación de los atentados terroristas del 11 de marzo de 2004, es además ensalzada con denominaciones tan reveladoras como la de “hermanos de los mártires”. Esta deliberada asociación con “mártires” considerados como “vanguardia de la nación musulmana” acentúa el interés del radical por materializar su conversión en prosélito, minimizándose así el coste de la incorporación al enmarcar el riesgo que la misma entraña en una más amplia y favorable perspectiva.

La influencia de figuras carismáticas

Debe destacarse como trascendental la influencia que en el proceso de radicalización de algunos de los extremistas musulmanes activos en nuestro país ejerció el contacto directo con otros personajes implicados en acciones violentas en contextos geográficos como Afganistán, Bosnia y Chechenia. Estos fueron presentados como modélicos referentes que además les permitían establecer vínculos de solidaridad con una más amplia hermandad musulmana. De ese modo lograba suplirse la ausencia de agravios directos evidente en una sociedad democrática como la española, donde, no obstante, el imaginario radical en torno a una particular versión del islam ha encontrado fuentes de confrontación habida cuenta del pasado histórico de una región, conocida como Al Andalus, todavía reivindicada hoy como territorio que debe ser “liberado” mediante la yihad con el fin de recuperar su carácter musulmán.

Así se desprendía, por ejemplo, de uno de los sumarios judiciales relacionado con causas contra terroristas musulmanes en el que se reproducía un sermón pronunciado en 2002 en una mezquita española abogándose por la “yihad con el fin de liberar no sólo los territorios palestinos sino todos los territorios árabes”. Existe constancia de que ya en ese época se alentaba a los jóvenes radicales a embarcarse en dicha yihad violenta, compromiso que podían acometer sin necesidad de viajar a lejanos destinos como Afganistán, sino más bien en lugares tan próximos como España y Marruecos en los que también aparecía justificado el terrorismo.

La relación directa con carismáticas figuras consideradas como prominentes dentro de al-Qaeda ha constituido otra valiosa herramienta que ha favorecido la radicalización de musulmanes en nuestro país. Este es el caso del sirio Mustapha Setmariam, que tras haber vivido en España y el Reino Unido, donde se relacionó con destacados predicadores radicales, recaló en Afganistán. Se tiene conocimiento de que ya en 2000 grabó en este país un video empleado para el adoctrinamiento y entrenamiento de radicales. En él, las indicaciones operativas relacionadas con la organización de células se combinaban con máximas ideológicas encaminadas a reforzar el compromiso individual de sus “alumnos”, entre ellas la siguiente: “El terrorismo es un deber y matar una regla. Todo joven musulmán debe convertirse en terrorista”.

Particularmente relevante fue también la influencia de otro carismático dirigente como el marroquí Amer Azizi, ex combatiente en Afganistán cuya huida de España logrando eludir a la policía española contribuyó a acrecentar su reputación en círculos extremistas. Sus compatriotas los hermanos Benyaich representaron también atractivos referentes para jóvenes radicales que encontraron en estos ex combatientes a figuras a las que venerar, suscitando en muchos de ellos el deseo de mimetizar su dedicación y entrega a la causa yihadista. En este sentido, enormemente revelador resulta el hecho de que cintas de vídeo en las que Abdelaziz y Salaheddin Benyaich, vestidos con indumentaria paramilitar, aparecen dirigiendo a un grupo de muyahidin en Chechenia, fueron utilizadas en el proceso de radicalización de algunas de las personas involucradas en actividades terroristas en nuestro país. Salaheddin Benyaich recibió refugio en los hogares de estos radicales en Madrid tras perder un ojo como consecuencia de su participación en acciones violentas en Bosnia.

Una dinámica similar a la descrita en relación con la influencia de determinadas y carismáticas personalidades puede verse favorecida por el retorno a Europa de combatientes procedentes de Irak, propiciándose con su llegada que veteranos con experiencia en una situación bélica de esas características reproduzcan narrativas y leyendas que seduzcan a individuos con el potencial de ser radicalizados. El ejemplar heroísmo y la superioridad moral que en determinados círculos se atribuye al suicido cometido por siete terroristas en Leganés semanas después del 11 M, ha sido utilizado también como fuente de inspiración para jóvenes inmersos en procesos de radicalización. Estos valores referenciales también han sido asignados a otros “mártires” con idénticas intenciones, como demuestra el material propagandístico en poder de integrantes de las redes terroristas en España y que incluía, entre otros soportes, un vídeo en el que se describía a los 19 suicidas del 11 de septiembre de 2001 como “un ejemplo de muyahidin que debería seguirse”, siendo definidos éstos como “jóvenes valerosos que lograron cambiar la Historia”.

El terrorismo como instrumento necesario, eficaz y honorable

La propaganda yihadista constituye una pieza clave en el proceso de radicalización al aportar argumentos doctrinales que legitiman postulados extremistas, tal y como evidencia la amplia documentación incautada a terroristas musulmanes en nuestro país. A través de grabaciones en vídeo y audio, así como libros, revistas, discursos extraídos de Internet y de otras fuentes diversas, entre ellas textos religiosos, se encuadran las acciones violentas en un marco que las justifica y las propugna. La difusión de la propaganda por parte de los radicales permite la expansión de violentas opiniones y reivindicaciones orientadas a persuadir mentalidades y a conformar voluntades, sustentándose para ello en agravios reales e imaginarios que mediante una agresiva retórica conducen a la exageración y al exacerbamiento de las tensiones entre el grupo y quienes son definidos como el enemigo.

La propaganda yihadista ha perseguido la deshumanización de los blancos de la violencia, esto es, la sociedad española, responsabilizándola de una supuesta agresión contra una nación musulmana que se presenta como victimizada y humillada. Especialmente indicativo de los propósitos perseguidos mediante la reproducción de esa propaganda resultaba la denominación de “judíos” que un destacado terrorista como Sarhane Ben Adbelmajid Fakhet, muerto en el suicido de Leganés, utilizaba para despreciar a los ciudadanos españoles. La cosificación del “enemigo” y la exaltación de la yihad aparecen como constantes del proceso de adoctrinamiento a través de una propaganda que incluía fatuas recitadas de memoria por participantes en unas reuniones que constituían auténticos rituales con los que reforzar los lazos establecidos entre el individuo radicalizado y el grupo. En ellas se entremezclaban consideraciones emocionales y racionales con la finalidad de definir la violencia como una respuesta carente de alternativas, y por tanto inevitable, a la vez que como un medio eficaz.

Con este fin, la propaganda incautada a extremistas musulmanes en nuestro país contenía abundantes discursos de imanes e incidía en las apelaciones a la eficacia de la violencia en escenarios como Afganistán, donde habría hecho posible “la derrota moral de la URSS”. Otros discursos protestaban sobre la “caída del mundo islámico como resultado de la ocupación de Palestina por parte de Israel”, denunciando también a Arabia Saudí por acoger tropas estadounidenses que “erosionaban la cultura y la identidad árabe”, concluyéndose por ello que “la yihad es el único camino para una sociedad que lo ha perdido todo”. La justificación moral del terrorismo se enfatizaba mediante preguntas retóricas como “¿Es aceptable matar a un palestino pero no a un americano?”, o a través de las siguientes palabras de Osama bin Laden: “¿Es posible pedirle al cordero que se mantenga inmóvil cuando el lobo está a punto de devorarlo?”.

Abundaban en la propaganda utilizada por los extremistas referidos, soflamas del dirigente del grupo terrorista al-Qaeda en los que se incitaba a la violencia contra “gobiernos tiranos”, “los cruzados y aquellos que han invadido los territorios musulmanes”. La apología del terrorismo se trasladaba también, estableciendo una comparación ventajosa con el conflicto iraquí, siendo frecuentes las imágenes de exitosos ataques terroristas contra las tropas extranjeras estacionadas en el país y referencias al idolatrado Aiman Al Zawhari. En consecuencia, la combinación de variados elementos propagandísticos enmarcaba el terrorismo como un método eficaz y necesario para la consecución de los objetivos ambicionados por los extremistas, presentándolo como un instrumento de acción honorable y prestigioso que reportaría beneficios personales y colectivos a sus perpetradores.

La invitación a la yihad tras la exaltación de la misma no se acomete en todos los estadios de la radicalización, decidiendo los guías del proceso el momento oportuno en el que la realización de atentados terroristas puede plantearse. De ese modo, como evidencian las investigaciones en torno a las redes terroristas en España, se modula el proceso de radicalización, dirigiéndose la evolución de los nuevos adeptos de manera calculada con el objetivo de evitar reacciones de rechazo como las que determinados postulados extremistas provocarían en el caso de no haber sido previamente preparados sus destinatarios.

Así pues, la eficaz transición que la radicalización implica exige ritmos en función de las personalidades que los encargados de controlar el proceso deben identificar y considerar. Ello obedece a que en la decisión de aproximarse y finalmente incorporarse a un grupo terrorista confluyen diferentes factores causales que pueden ser convenientemente manipulados por quienes controlan la radicalización en función de las coyunturas personales. En consecuencia, se observa un interés porque la radicalización sea deliberadamente estructurada, apreciándose una conveniente racionalización que permita explotar factores emocionales como el odio, la frustración y la venganza, sensaciones alimentadas y reforzadas con objeto de motivar la aceptación de planteamientos violentos y extremistas.

Son una vez más la red social y las interrelaciones personales las que facilitan el acercamiento a un grupo que a su vez canaliza sentimientos de frustración, alienación, odio y venganza como los que puede sentir cualquier ciudadano en ciertas condiciones sin que las circunstancias le aboquen inexorablemente a la radicalización violenta excepto en casos en los que dicho proceso sí se ve impulsado mediante una socialización como la que se ha descrito. Esas redes sustentadas en afiliaciones de parentesco y de amistad que canalizan la socialización, condicionando actitudes y predisponiendo a un radicalismo militante que llegue a incluir la opción de la violencia entre su repertorio de acciones, son particularmente eficaces en contextos sociales desestructurados y abrumados por la marginación, como evidencian los procesos de radicalización que se han manifestado en el célebre barrio del Príncipe, situado en la periferia de Ceuta.

La radicalización en las prisiones

El temor de las autoridades a que las prisiones favorezcan entornos en los cuales pudieran desarrollarse procesos de radicalización motivó la dispersión de los internos relacionados con el terrorismo musulmán después de que una célula fuera desmantelada en noviembre de 2004 en la cárcel salmantina de Topas. La dispersión de los internos en un total de treinta centros fue seguida de estrictas medidas de control en las comunicaciones de estos individuos ante la posibilidad de que su separación facilitara el adoctrinamiento de otros presos que pudieran encontrar en la ideología islamista un sugerente instrumento que les atrajera a idearios radicales.

La dispersión de presos fue una medida adoptada en los años ochenta con el fin de debilitar la cohesión interna de la organización terrorista ETA, facilitando procesos de desvinculación con la banda al aliviar la presión que sobre el individuo ejercía el grupo en condiciones de aislamiento. La eficacia de esta política penitenciaria en el caso de ETA ha quedado demostrada, si bien obliga a extremar la cautela a la hora de ser aplicada a personas que abogan por una interpretación fundamentalista y violenta del islam, ya que mientras la ideología nacionalista de la organización terrorista vasca difícilmente podía contribuir a la persuasión de nuevos adeptos, lo contrario puede ocurrir mediante la instrumentalización de un ideario neosalafista como el que han propugnado quienes en nuestro país han llevado a cabo actos de terrorismo yihadista. Así ocurre al constituir las prisiones un ámbito facilitador para que los reclusos se muestren particularmente susceptibles a la asunción de una ideología religiosa que permita la redefinición de las acciones criminales que tan negativas consecuencias han generado para ellos. Dicha ideología, convenientemente manipulada y adaptada a las circunstancias personales, puede servir para legitimar las conductas trasgresoras aliviando así el cuestionamiento personal que pueden motivar.

Conclusión: El terrorismo es un fenómeno grupal, de ahí que la decisión individual de implicarse en actividades terroristas deba analizarse desde la perspectiva de las dinámicas de grupo que tan decisivamente condicionan y determinan las opciones de los individuos. Obligado resulta aplicar este criterio al proceso de radicalización que precede al ingreso del activista en el grupo y que también le acompaña una vez se ha integrado en el mismo. Así ocurre puesto que la reafirmación de las visiones radicales asumidas precisa de una constante revalidación que alimente la militancia motivando su continuidad.

Por tanto, desde el punto de vista de la necesidad de comprensión del fenómeno terrorista conocido como yihadista, y de las respuestas con las que debe afrontarse este desafío, no sólo emerge cómo relevante la evaluación de los factores que facilitan y propician la radicalización violenta de los individuos, sino también aquellas variables que explican el mantenimiento del activismo y la permanencia de la adhesión a idearios radicales. De ese modo será posible comenzar a desentrañar las claves del proceso inverso al de la radicalización, esto es, la desradicalización que permita la desactivación de mentalidades fanáticas y el abandono de los postulados violentos. De nuevo el condicionante grupal resulta decisivo en este supuesto de desvinculación, pues como el estudio de diversas agrupaciones terroristas confirma, y la académica Donatella della Porta nos recuerda, son éstas entidades “avariciosas”. Ello supone que los líderes del grupo se esfuerzan en controlar los comportamientos individuales imponiendo sobre éstos mecanismos de desindividuación que coadyuven a la subyugación de su personalidad al tiempo que se persigue blindar la subcultura de la violencia restringiendo al máximo la relación con quienes son ajenos a un colectivo como éste, que intenta ser particularmente cerrado. En consecuencia, la presión aplicada sobre el individuo representa un influyente condicionante tanto en los procesos de radicalización como en los de desradicalización.

Rogelio Alonso, profesor investigador Ramón y Cajal, así como coordinador de la Unidad de Documentación y Análisis sobre Terrorismo, en la Universidad Rey Juan Carlos.