Proclama de año nuevo

Y proclamación, mediante ella, de los Derechos Universales de la Literatura. Decía Nietzsche que «sólo como fenómeno estético se justifican eternamente la existencia y el mundo». Así es, aunque así no os parezca. Lo sabía de niño, lo olvidé en mi juventud, lo negué luego, lo reconozco ahora. Sólo un anciano, al que la edad torna invulnerable, puede atreverse a decir en la Europa de hoy, depresiva, represiva y mojigata, que la estética es su ética y que siempre había sido, para él, así.

Fue la estética de la aventura y la literatura, por ejemplo, y no la tediosa ética de la política, la que me condujo a correr al toro del antifranquismo. Lo que de verdad me importaba entonces era el anti, no el franquismo. Hubiera luchado con igual denuedo contra cualquier otro sistema dominante. Rebeldía, j'ecrit ton nom.

Poeta y profesor Valverde: Nulla ethica sine aesthetica.

Hoy puede ser un gran día, hoy ganaré unos cuantos -pocos- amigos y me granjearé una montonera de enemigos. Tanto lo uno como lo otro me causa intenso placer. Sobre todo lo segundo, pues de amigos voy sobrado, y de enemigos, en los últimos tiempos, no. Su mutismo me preocupa. Sería horrible carecer de ellos. Cela, que los tenía a mares, les agradeció los servicios prestados en la dedicatoria del Pascual Duarte. ¿Cómo es posible que mi última novela sólo haya suscitado elogios sin merecer o, por lo menos, recibir el espaldarazo de una, digo una, crítica aviesa? ¡Con lo que se prestaba a ello por tratar, entre otras cosas, de la Guerra Civil y elogiar, por ejemplo, la figura de José Antonio, en lo que, dicho sea de paso, me ratifico! Mal asunto. ¿Será porque he cumplido los 70, llevo unas cuantas soldaduras en los sifones del corazón y me dan por amortizado o incluso por amortajado?

Lo dicho, pues... A situación de emergencia, toque de rebato. Hoy puede ser un gran día (para mí, se sobrentiende). Hoy salgo sin adarga a campo abierto, hoy diré lo que me plazca, hoy canto de plano, hoy -los Dragó vienen de Córcega- navego a todo trapo con pabellón pirata. ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Señor Conde-Duque de León y demás validos -balidos- del Santo Oficio de la Corrección Política: desplieguen, por favor, sus servilletas, desayúnense con esta epístola satírica y censoria, con este desahogo, y envíenme después a los corchetes.

El director Primo de Rivera, padre de un héroe, tildó a Valle-Inclán, máximo esteta, de eximio escritor y extravagante ciudadano. Razón llevaba en las dos cosas.

Por cierto: hace poco, al término de una conferencia por mí dada no sé dónde, se me acercó un joven licenciado en Económicas para preguntarme qué diablos significaba una rarísima palabra que yo había utilizado en el curso de mi exposición.

-¿Cuál? -pregunté con cortesía.

-Eximio -dijo él.

No pude evitarlo. Monté en cólera.

-¡Pues eso significa que tú no eres un ex simio -aullé-, sino que sigues siendo un mono y no has bajado de los árboles!

Perdóneme el cuitado. La culpa no era suya, sino de la LOGSE y demás planes de estudio. Yo, amigos lectores y enemigos inquisidores, no soy ni pretendo ser escritor eximio, engorrosa etiqueta que a nada bueno conduce, pero sí me tengo -desde niño- por ciudadano extravagante. Reconózcame el Estado esa distinción y extiéndame el certificado pertinente. A tal deseo responde mi proclama.

¿Acaso no decía el mejor Neruda en su poema Walking around que sería delicioso asustar a una monja con un lirio cortado o dar muerte a un notario con un golpe de oreja?

Pues ni más ni menos. Estoy, vuecencia, hasta el gorro de la modernidad, de la posmodernidad, de las postrimerías del siglo XX, de las estribaciones del XXI, del tercer milenio y del apocalipsis que nos rodea. Derivó el mundo desde la aristocracia -gobierno de los mejores; nada que ver con la sangre azul- hacia la rebelión de las masas y ahora estamos metidos hasta el cuello en la de la chusma. ¿Apocalipsis, dije? No, no... Post-apocalipsis, quise decir. El fin del mundo ha llegado y nadie -o casi nadie. Seré optimista- se ha dado cuenta. La telebasura, sin necesidad de acudir a otras contundentes pruebas de cargo, aunque las hay, lo demuestra.

Estoy hasta el gorro de que todos los políticos entonen una sola y misma cantilena, la del cambio, dando así por supuesto que se cambia siempre para mejor y nunca -lo que es mucho más frecuente- para peor. Donoso Cortés, filosofo decimonónico casi tan cavernícola como yo y diputado en Cortes, dijo durante un celebérrimo discurso pronunciado en ellas:

-Señorías, están ustedes completamente equivocados. El mundo no avanza. Retrocede.

Lo suscribo. ¿Por qué se dice siempre -en todas las épocas, en todos los lugares- que cualquier tiempo pasado fue mejor? Así es, y eso sirve también para mí y para cuanto había en el mundo cuando yo vine a él. No me refiero al franquismo, que es anécdota pasajera y bagatela exclusivamente española, sino al planeta entero y a cuanto en él se cuece. Lo de ahora es infecto; en lo de entonces, no todo lo era; y en cuanto a lo que se avecina... Mejor salgo corriendo. ¿Dónde la traditio -que en latín significa entrega- y la aurea catena, la cadena dorada, que con sólidos eslabones de metal precioso se forjaba y a cuyo hilo transmitían el saber y la sophia perennis los abuelos a los nietos, los padres a los hijos, los maestros a los aprendices, los profesores a los alumnos y los curas a los monaguillos?

¡Otro mundo es posible!, gritan ahora los ignaros. Y lo grave es que, seguramente, llevan razón. Todo, incluso el generalizado horror y la barbarie generalizada de los tiempos que corren, puede ir a peor.

Estoy, vuecencia, hasta el gorro de los revolucionarios, de los rupturistas, de los reformistas, de los progresistas, de los predicadores, de los salvadores de la humanidad o, simplemente, de la patria y de los grandes hombres, clérigos sin sotana y solemnes aguafiestas que todo lo cuestionan y lo ponen patas arriba. Se da mandato a los políticos para que administren y conserven el mundo, no para que se lo lleven por delante. Así ha sido siempre, decía la sabia voz del pueblo en el Egipto de Sinuhé, y siempre será así.

Pero no era verdad.

¿A do fue Tebas? ¿Dónde Tell-el-Amarna? ¿Qué se hizo de Alejandría? ¡Ojalá siguiera el islamizado, occidentalizado y descabalado Egipto de hoy en manos de los faraones, del guerrero Horemheb y de los sacerdotes de Amón!

Me arrogo, vuecencia, como escritor extravagante, aunque no eximio, el soberano derecho -conferido por mi real gana- de anteponer la estética de lo sublime a la ética prosaica de los buenos ciudadanos y no tengo, por ello, inconveniente alguno, en confesar que, como a Alvaro Mutis, no me interesa casi nada de lo que en el mundo ha sucedido tras la caída de Constantinopla; que detesto a los sans-culottes de la toma de la Bastilla y que me hubiera gustado ser lugarteniente antirrevolucionario de la Pimpinela Escarlata; que deploro la victoria de Abraham Lincoln frente a los gallardos caballeros del Sur en la guerra de Secesión de los Estados Unidos; que aborrezco al comodoro norteamericano que con sus naves negras descerrajó el secular bloqueo de Japón y abrió ese último reducto de la belleza al salvajismo fabril del mundo exterior; que maldigo a quienes asaltaron y destrozaron el Palacio de Invierno, bendigo la memoria de los últimos Romanov y cierro filas con las fuerzas leales del Ejército Blanco; que desprecio al masonazo, militarote y borrachín Kemal Ataturk, y derramo inconsolables lágrimas por el naufragio de la fastuosa cultura otomana; que me asquea Sun Yat-Sen y añoro la China del taoísmo, los emperadores, los guerreros de terracota y los mandarines; que me gustaría haber llegado a la India Eterna cuando lo hizo Burton o cuando Kipling andaba por allí y antes, en todo caso, de que Nehru, Indira Gandhi y sus descendientes la profanaran y modernizaran; que aún sueño antes de dormirme, como lo hacía en mi niñez lectora y peliculera, con el Africa Negra de los exploradores y los colonizadores, de Tanganika y Zanzíbar, de la búsqueda de las fuentes del Nilo, de Livingstone, de Stanley, de Speke, de Tarzán de los Monos... Hoy sólo quedan allí sátrapas tribales, negreros, funcionarios de la ONU y curitas laicos de oenegé.

Esto por lo que hace al mundo y a su universal historia, pero no consentiré que mi país -crema, traca, hit parade y apoteosis de cuanto aquí denuncio- se vaya de rositas.

¡Linda trayectoria! De la España Mágica, que yo mismo, en otros tiempos, canté, y de lo que me arrepiento, a la España Trágica de las guerras civiles y de mis Muertes Paralelas, y de ella, ahora, a la España Hortera. ¿Final de trayecto? ¿Qué vendrá después? Tiemblo al pensarlo.

Estoy, vuecencia, hasta el gorro de su Gobierno y de cuanto su Gobierno hace y representa, de los Estatutos -todos- y de las trifulcas cainitas, de las disputas mediáticas, de la Memoria Histórica, la República, el Alzamiento y la guerra, de los flatus vocis (tolerancia, solidaridad, multiculturalismo, diálogo, talante, negociación, Alianza de Civilizaciones), de los pedigüeños y los quejicas, de los que sólo saben protestar y poner el cazo, de quienes se fotografían en pelotas o se rapan el pelo al cero para mamonear, de los nacionalistas, de los turistas, de las feministas y feministos que quieren obligarme a decir albañila y a rezar el madre nuestra, del desarrollismo, de los parques temáticos, los minicines y los centros comerciales, de Marina D'Or vacaciones todo el año, de Marbella, de El Pocero, de los banqueros, del Ibex, de Endesa, de las opas, de la obras de Gallardón, del crecimiento económico, de las gubernamentalísimas organizaciones no gubernamentales, de los emigrantes (que Alá me proteja por decirlo), de los manifestantes, de la televisión, de la Operación Triunfo, de la Fórmula 1 y de la mística del fútbol, el tenis y el baloncesto, de los guiris de pantalón corto y en chancletas, de las púberes canéforas que van por el mundo enseñando los michelines del ombligo con el borde superior del pantalón a la altura de la rabadilla, de las pasarelas, de las top model y su ridícula forma de caminar, de las alegres comadres y los atontolinados compadres que hibernan, bailan el rock y se alimentan con mortadela en los hoteles cutres de Aguadulce, Oropesa y Benidorm, del Código Da Vinci, el Temple, el Santo Grial y María Magdalena, de los tertulianos radiofónicos (yo lo soy), de las encuestas, de las campañas de fomento de la lectura, de la moralina de los anuncios institucionales, de los matrimonios civiles adobados con tul ilusión, de los estúpidos controles de los aeropuertos, de la tortilla de patatas servida en copa, de las gilipolleces de Ferran Adrià y los cocineros creativos, de los millones de cursis, de los millones de horteras, de los millones de consumistas papanatas, de la plebe en general y de casi todo lo que por ser español y habitante del siglo XXI me ha caído en perra suerte.

¿Qué esperar, por otra parte, de un país en el que hubo un ministro del Interior que se llamaba Mayor Oreja (perdóname, Jaime, pero un chiste es un chiste), hay ahora otro que se llama Rubalcaba, manda en Cataluña un individuo que lleva nombre de vino andaluz y el banquero más importante se apellida Botín?

Nomen est omen.

Y ahora, conde-duque, envíeme vuecencia los corchetes, pero es mi deber avisarle de que va a perder el tiempo. Los septuagenarios y los niños somos, ya lo dije, por ley de edad y de encogimiento de hombros, invulnerables. Tanto, verbigracia, como por trágala del Sistema lo son sus Señorías. Y además me importa un pito, se lo aseguro, lo que vuecencia piense, lo que sus ministros opinen y lo que la gente diga. A la vista está.

Non serviam. Año nuevo, ¿vida nueva? ¡Viva Valle-Inclán! ¡Abajo Salsa rosa, el socialismo, los okupas, el centenario del Quijote, Soria Ya y Teruel Existe! ¿Será el de hoy un gran día? ¿Tendrá cojones EL MUNDO para publicar este artículo? ¡En pie, patricios de la tierra! Tal es mi envite. Fin de la proclama.

Fernando Sánchez Dragó, escritor, autor de la obra reciente Muertes paralelas. Presentará Diario de la Noche en Telemadrid a partir del próximo 22 de enero.