Prodigiosa Vía Láctea

Julio es el mes de la Vía Láctea. Si tenemos la suerte de estar en un lugar con poca contaminación lumínica, desde primeras horas de la noche podemos disfrutar de la contemplación del inmenso arco delicadamente brillante que se despliega a través de la bóveda celeste. Empezando en el noreste, la franja lechosa va pasando por la constelación de Perseo, la destacada W de Casiopea, la brillante cruz del Cisne y el Águila, para ir a sumergirse en el sur por Sagitario, donde se encuentra la región más espectacular, el centro de nuestra galaxia. Allí las innumerables estrellas se entremezclan con nebulosas brillantes y oscuras en una maravillosa amalgama.

Además, el día 25 de julio se celebra la festividad de Santiago, momento en el que la Vía Láctea toma un significado muy especial, pues el plano de nuestra galaxia pudo servir de guía a los peregrinos que se dirigían a Compostela; de ahí se deriva nuestro popular término Camino de Santiago. Según la leyenda medieval europea, Santiago se apareció a Carlomagno hacia el año 800 y le instó a seguir la Vía Láctea para llegar al sitio donde se encontraba enterrado. En ese lugar, designado Compostela, se fundaría la ciudad de Santiago en el siglo IX. La leyenda quedó consolidada al ser recogida en el Códice Calixtino del siglo XII que se conserva en la catedral compostelana y que pudo servir como una especie de guía para los peregrinos durante la Edad Media.

Prodigiosa Vía LácteaSe ha propuesto que el propio nombre Compostela podría derivar del término latino campus stellae, campo de estrellas. Sin embargo, parece hoy más plausible que derive de compositum tellus: tierra bien compuesta, es decir, hermosa. Por otra parte, el término galaxia, utilizado en las lenguas latinas y anglosajonas, deriva del calificativo griego de leche, y hace alusión a ese brillo lechoso tan característico que los griegos relacionaron con el reguero dejado por la diosa Hera al amamantar a Heracles.

La sobrecogedora imagen de la Vía Láctea en una noche oscura ha inspirado numerosísimas leyendas y mitos en prácticamente todas las culturas, a lo largo de toda la Historia. Entre los más extendidos se encuentra el de la leyenda china Qi Xi que adopta formas similares en diferentes culturas de Asia. Por ejemplo, en Japón da lugar a la festividad de Tanabata que también se celebraba inicialmente en julio, concretamente el día 7, aunque debido al uso del antiguo calendario lunisolar a veces se pasa a agosto. Según esta leyenda, el pastor de estrellas Hikoboshi (la estrella Altair) se enamora de la princesa Orihime (la estrella Vega), hija del emperador celeste Tentei. El emperador permite la boda pero, tras ésta, Hikoboshi descuida sus obligaciones y las estrellas se le escapan y se dispersan por el firmamento. Tentei se enfada y castiga a los dos amantes a que permanezcan cada uno a un lado del Río Celeste (Amanogawa, la Vía Láctea). Sólo les permite verse el séptimo día del séptimo mes, motivo de la celebración del Tanabata.

En Finlandia, y de manera similar en algunas lenguas del Báltico, la Vía Láctea recibe el nombre de Linnunrata, el camino de los pájaros, haciendo alusión a los viajes de las aves migratorias. En Suecia se refieren a la Vía Láctea como Vintergatan, la avenida del invierno, pues supuestamente su observación permitiría realizar predicciones meteorológicas para la estación fría.

Esa banda de brillo lechoso, la Vía Láctea, es el objeto más extenso que puede contemplar el hombre a simple vista: el disco de nuestra galaxia, una estructura plana donde se acumulan las estrellas y las nubes interestelares. Desde la situación periférica en la que se encuentra el Sistema Solar, ese disco se ve de canto y, de la misma manera que los árboles no nos dejan ver el bosque, no nos resulta fácil determinar su estructura. En la línea de mirada hacia el disco se encuentran superpuestas grandes cantidades de estrellas (al menos hay 200.000 millones en ese disco) y nebulosas que crean la característica imagen óptica borrosa y de gran confusión.

Para el estudio de la estructura galáctica, las observaciones radioastronómicas presentan grandes ventajas respecto de las observaciones ópticas. Las ondas de radio emitidas por el gas galáctico no están afectadas por la absorción interestelar que bloquea, en el óptico, la luz de las estrellas lejanas y, además, proporcionan unas medidas de muy alta precisión de la velocidad con las que tales nubes rotan en torno al centro galáctico. Gracias a la radioastronomía ha sido posible descubrir que el disco galáctico está compuesto por cuatro grandes brazos espirales y al menos otros dos brazos menores (o bifurcaciones de los grandes). Nuestro sistema solar se encuentra a una distancia de unos 27.000 años luz del Centro Galáctico en el borde interno de uno de estos brazos menores denominado brazo de Orión.

La mayor aglomeración de materia en nuestra galaxia se produce en la región central de esa enorme estructura espiral, región en la que también se encuentra el centro de rotación. Un gran logro de la investigación sobre la estructura galáctica se alcanzó hace tan solo 15 años, cuando un grupo de astrónomos completó un patrullaje de una década de duración de la estrella S2 que orbita en torno al centro galáctico. Las medidas indicaron que nuestro centro galáctico está ocupado por un agujero negro supermasivo de varios millones de masas solares. Observaciones posteriores en un amplio rango de longitudes de onda han confirmado este resultado ofreciendo más y más detalles. Las estimaciones más recientes cifran en 4,3 millones de masas solares la masa del agujero negro central.

Sabemos desde hace un siglo que la Vía Láctea es una entre las muchísimas que pueblan el universo observable, varios billones de acuerdo con estimaciones recientes. El número de estrellas, y muy posiblemente el número de planetas, en todas estas galaxias supera al número de granos de arena de todas las playas del planeta Tierra. Y también sabemos hoy que la presencia de agujeros negros supermasivos no sólo tiene lugar en galaxias extremas, sino que puede ser un fenómeno habitual en la mayor parte de las galaxias, tanto en las espirales como en las elípticas.

Aunque durante las últimas décadas hemos logrado una visión muy precisa de la estructura de nuestra galaxia, aún quedan muchas cuestiones por resolver. Un gran tema de investigación es el proceso de formación de la Vía Láctea, que se puede abordar mediante la clasificación de sus poblaciones estelares. Se identifican dos poblaciones de estrellas bien diferenciadas: las que pueblan el halo esferoidal de la Galaxia son estrellas viejas que contienen pocos metales, mientras que las que se encuentran en el disco son estrellas más jóvenes y metálicas. Esta segregación sugiere un mecanismo de formación en dos tiempos, con el esferoide formado en una edad más temprana que el disco.

El origen de la bella estructura espiral logarítmica también da que pensar a los astrónomos. En algunos casos la mera rotación galáctica puede acabar generando espirales poco desarrolladas, pero las espirales de mayor longitud no pueden ser formadas de la misma manera. La teoría de las ondas de densidad explica la formación y autorregulación de estas grandes espirales, pero hay muchos detalles de esta explicación que merecen la atención de los astrofísicos teóricos.

Otro tema de investigación de mucha actualidad es la posible presencia en la mayoría de las galaxias de enormes cantidades de una materia de naturaleza completamente desconocida: la materia oscura. La existencia de tal materia se induce de las altas velocidades, de hasta un millón de kilómetros por hora, con que las estrellas rotan en las regiones más externas de muchas galaxias. La masa total requerida para explicar tales velocidades sería cinco veces mayor que la de la materia que observamos. Este exceso sería la materia oscura que, a pesar de los numerosos intentos, no ha podido ser identificada hasta la fecha. La hipótesis de la materia oscura no está admitida por todos los astrónomos.

De la Vía Láctea no sólo nos fascina su contemplación, cuanto más sabemos de ella, más nos sorprenden sus prodigios.

Rafael Bachiller es astrónomo, director del Observatorio Astronómico Nacional (IGN)y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.

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